
Torturas, abusos, monos naranjas, alambre de púas, una guerra contra el terrorismo llevada a cabo sin ningún respeto por los derechos de ls presos. Para el mundo, Guantánamo es uno de los peores campos de prisioneros del mundo. Un lugar de detención que el presidente de EEUU Joe Biden, y antes que él Barack Obama, habían prometido cerrar. Y en cambio Guantánamo resiste y con él la doctrina de la “guerra contra el terrror” casi como una advertencia: un continuum en el tiempo. 779 hombres de 49 nacionalidades diferentes, afganos, saudíes, yemeníes y paquistaníes de entre 13 y 89 años pasaron por sus celdas.
La fama actual de la bahía se debe a la decisión de la administración de George W. Bush de utilizar la base como campo de prisioneros para las personas arrestadas tras el 11 de septiembre de 2001. Fue el comienzo de la guerra contra un enemigo invisible y sin estado contra el que se pueda combatir. Y para contrarrestarlo, EEUU necesitaba un lugar donde el preso fuera llevado a confesar y expiar su sentencia con un método y en un lugar que fuera una advertencia para Al Qaeda. Hace 20 años el Camp X Ray, cerrado a los pocos meses, el No Camp, uno de los lugares más oscuros, conectado con episodios de reos que fueron declarados muertos y Penny Lan se convirtieron en sinónimos de torturas sistemáticas.
El gobierno estadounidense rápidamente dejó claro que no iba a ser un centro de detención como los demás. Los primeros 20 reclusos llegaron a bordo de un avión militar que partió de la base de Morón y no tuvieron ningún derecho comparable al de las peores prisiones de EEUU. Desde el punto de vista legal, inmediatamente comenzaron a circular disposiciones en las que Guantánamo estaba excluido de la jurisdicción estadounidense y que esos detenidos eran prisioneros de guerra sin posibilidad de ser devueltos bajo la convención de Ginebra. Un “agujero negro” legal que con el tiempo se ha enriquecido con presos no solo capturados ilegalmente (eran los años de las “extraordinary renditions” de Donald Rumsfield) sino también inocentes y reconocidos como tales solo después de años de abuso. Ni siquiera hubo cargos o acusaciones.
Es imposible enumerar de forma exhaustiva los métodos descritos por los exprisioneros. Durante años ni siquiera tuvieron derecho a un juicio justo. La mayoría ni siquiera tenían derecho a un representante legal: eran hombres completamente a merced de los guardias y la inteligencia penitenciaria. A esta ausencia total de derechos procesales se sumaban las malas condiciones de vida y los métodos utilizados para extorsionar a los presos. El aniquilamiento de las personas capturadas y detenidas en el campo fue total.
Pero fueron sobre todo los testimonios quienes han podido salir del penal para relatar lo que estaba pasando en Guantánamo. Quienes pudieron contarlo hablaban del “waterborading”, la tortura con agua que consiste en ahogarse justo antes de quedarse completamente sin aliento, tortura psicológica y física, violencia sexual, prácticas degradantes, amenazas, palizas, cambios bruscos de temperatura, de calor hirviendo a frío helado, música ensordecedora, métodos de persecución religiosa. Los que no hablaban, los más duros y los que simplemente no tenían nada que decir, eran encerrados en celdas del tamaño de su propia persona y permanecían allí durante días.
Hay quienes fueron forzados a ayunos prolongados, quienes dijeron que los drogaron, quienes fueron torturados con despertadores en medio de la noche e interminables interrogatorios durante días. Muchos han sido privados del sueño. En un informe del grupo de trabajo médico que se ocupó de la condición de los prisioneros de Guantánamo, se concluyó que la CIA había obligado al personal médico a hacer todo lo posible para controlar esas torturas, para entender cómo hacer que las personas sobrevivieran, hasta llegar a alimentación forzada.
Durante estos 20 años al menos 9 presos se han “suicidado” en oscuras circunstancias, cientos realizaron prolongadas huelgas de hambre para protestar por los malos tratos que sufrían y se les obligó a sondas gastroesofágicas para mantenerlos con vida y sólo 8 han sido juzgados por los tribunales militares; algunos otros llevan hasta una década esperando ser trasladados a diferentes países y otros son considerados “peligrosos” pero ante la falta de pruebas permanecen en prisión por tiempo indefinido. En junio de 2016, en los últimos meses de Obama en el poder, el entonces Relator Especial de la ONU sobre la Tortura denunció que había intentado desde 2004 que le autorizaran ver a los presos de Guantánamo, pero no lo consiguió ni con la administración republicana ni con la demócrata. Desde las filas de Biden reconocen que cerrar el penal es una cuestión de voluntad política.