Acaba la campaña para unas elecciones cruciales, decisivas, históricas. Estos 3 adjetivos han sido mentados indistintamente por las 5 fuerzas parlamentarias estatales que pelean codo a codo por sumar mayorías. El voto defensivo lleva flotando en el ambiente desde antes de la convocatoria electoral: o para derrotar al gobierno Sánchez con los “separatistas y batasunos” o para impedir que el Rubicón lo crucen los 3 jinetes del apocalipsis. Parece que se abre un abismo el lunes 29 de abril ante nuestros pies y que las sucesivas encuestas hayan sido las palabras proféticas de la Pitia de Delfos.

Pero sólo son otras elecciones generales que cierran y abren ciclo. Cierran el que hizo parir a los nuevos partidos tras el estallido de la crisis económica, social, política e institucional que ha dejado al estado español patas arriba y traen al 5º actor que nos faltaba, retrasado pero gestado más tarde que nunca, para convertirnos en esa democracia liberal homologable a las del resto de Europa. Y abren el ciclo que inaugura la inestabilidad gubernamental y la fragmentación, el fin de las mayorías absolutas y el de la restauración. Sí, porque ahora el régimen del 78 va a apuntalar las agrietadas paredes.

En estos 9 meses de gobierno del PSOE se ha visualizado el pasito que dieron a la derecha las placas tectónicas con la respuesta del estado al 1 de octubre, con el último empujoncito del resultado electoral andaluz. El espectro político, imbuido por una actitud defensiva contra el salto de gigante en Catalunya, adquirió una piel reaccionaria. Y esto ha derivado en una falsa sensación social de giro a la derecha (no hay más que comprobar el mínimo aumento de voto, sobredimensionado con la abstención), que también cierra el ciclo electoral 2015-2019.

Porque uno de los rasgos de este final de campaña es el fetichismo del voto. A 5 años de la mayor movilización contra la crisis, el régimen del 78 y sus políticas, que cerró el ciclo de luchas abierto por el 15M, las Marchas de la Dignidad del 22M, lo autodenominados herederos parlamentarios de las plazas nos han dicho en esta larga campaña electoral que “La historia la cambias tú”. Si se pidiese cambiarla pisando calle…pero se hace implorando a los votantes para que nadie se quede en casa. Activistas y sindicalistas afines han activado en los últimos días una campaña, en cierta medida insultante, centrada en la emergencia de votar.

A pesar de la liturgia de campaña, resulta histriónica esta totemnización del voto, blandido como herramienta-amuleto de cambio por much@s que forman parte de las mareas, los sindicatos, plataformas y demás colectivos que depositan su confianza en Unidas Podemos, y en menor medida en el PSOE. ¿Se les olvida el papel no neutral y de clase de las instituciones? Que quienes basan su acción y presión políticas en la organización y en la movilización social y han sido protagonistas de luchas en los peores años de crisis hayan sucumbido a la teatralización de la democracia burguesa resulta sorprendente.

Alberto Garzón dice en una entrevista que “el fascismo llama a las puertas”, sin ofrecer autocrítica alguna desde el susto que dieron los 12 muchachos de Abascal en Andalucía. Pero la extrema derecha siempre ha estado ahí. Nos sorprende verla ahora movilizada, marcando el debate y desvergonzada. Pero no son nada nuevo, ni incluso preocupante para el mercado. ¿Han dicho acaso algo los empresarios, que son quienes verdaderamente alertan en economía, sobre Vox? Han salido del armario. Son una vuelta de tuerca más de lo que ya conocemos.

¡Que viene! nos dicen desde las atalayas de la izquierda parlamentaria. Ya está aquí, desde hace más tiempo, por el abono de unas izquierdas que no han dado respuestas con su gestión de la crisis a l@s trabajador@s ni explicado que en Catalunya un obrero del área metropolitana de Barcelona, con el mismo enemigo de clase que un jornalero andaluz, puede defender conjuntamente con él un derecho democrático frente a un estado que se lo niega. Ningún voto en las urnas frena por sí mismo a la extrema derecha y repetirlo es de una irresponsabilidad gravísima.

“Ojalá nos podamos poner de acuerdo, señor Sánchez”

Hace unos días leí encendidas críticas en las redes al título de un artículo que decía que Unidas Podemos tenía el objetivo de convertirse el 28A en ministros de Sánchez. No entendía cómo algo tan obvio, ¡de lo que continuamente hacen gala Pablo Iglesias y su coro de portavoces, mucho más explícitamente que Cs con PP! podía causar tanto escándalo, estando su discurso plagado de galanterías y referencias de guante blanco a gobernar con el PSOE “porque en España ya no se entiende que no haya gobiernos de coalición”. Desde el mismo día de la moción de censura y los vergonzantes aplausos de la bancada morada de “¡Sí se puede!”

Probablemente la izquierda española no ha protagonizado un nivel de blanqueamiento del PSOE tal como del que ha tenido la suerte de servirse Pedro Sánchez desde que ganó las primarias y tomó las riendas del partido; incluso cabría la duda ante la época Zapatero-Llamazares, con una correlación parlamentaria muy desigual y en etapa pre-crisis. Ha llegado a ser así que se comprobó de forma manifiesta la dificultad de recolocarse y buscar un espacio propio ante la convocatoria de elecciones cuando no fueron aprobados “los presupuestos más sociales de la historia”.

Unidas Podemos han sido flamantes ministros sin cartera y ahora saben bien que se la juegan para no quedar como pieza irrelevante del puzzle parlamentario. Durante 9 meses (y junto a las direcciones sindicales) han abrillantado gratuitamente y sin líneas rojas al PSOE de la reforma laboral de 2010, el artículo del 135, el pensionazo, hacer olvidar su papel represivo y carcelero con el artículo 155 en Catalunya y mirar para otro lado y/o perdonarle sus promesas de derogación de la ley mordaza, de la LOMCE, la reforma laboral de Rajoy, la retirada de las concertinas o las medallas al torturador Billy el Niño. Excepto por la subida del SMI, todos los ataques laborales y sociales a la clase trabajadora siguen sobre la mesa.

Con una campaña hecha en gran medida gracias unos no-presupuestos que no le convenía aprobar pero con la firma de Pablo Iglesias, invocando a una “amplia mayoría de progreso” para poder aprobarlos, con el sumado espantajo de Vox y el gobierno andaluz de las derechas, Pedro Sánchez tiene en bandeja concentrar un enorme bocado del voto sociológicamente de izquierda y centro el lunes, en un bien curioso paralelismo con el 7 de marzo de 2008 que dio mayoría relativa a Zapatero. Seguramente Podemos nunca habrá sido más útil.

Las propuestas defendidas por Unidas Podemos en estas semanas de campaña han despegado del cumplimiento íntegro de los presupuestos firmados hacia algunas medidas audaces como la recuperación del rescate de la banca o la intervención en el mercado inmobiliario, pero se quedan en meras declaraciones de campaña en cuanto se liga su suerte al futurible cogobierno con el PSOE, que no va a importunar al IBEX 35 y la CEOE. No es casualidad que Pedro Sánchez haya sido jaleado por los editoriales de The Economist, Financial Times y Le Monde.

Pero la varita abrillantadora de Unidas Podemos no se queda ahí sino que sirve para engrasar al régimen del 78: 5 años después se ha desmontado sin disimulo la escalera para asaltar los cielos para acabar recitando los artículos constitucionales como máximo adalid de la Carta Magna en debate televisado. Ya no es necesario romper ningún candado como tampoco se hace obligatorio ningún sorpasso si Pedro Sánchez se aviene a aceptarte en ministerios. Gana Carrillo con este apabullante retroceso en la conciencia social colectiva. Incluso, esquivando como ha podido con el comodín vacío de la palabra “diálogo” la cuestión catalana, como niño que se tapa con la sábana asustado en la cama negándose a ver, dice con la boca más pequeña su propuesta irreal de “referéndum pactado”.

Un logro que puede apuntarse Unidos Podemos es haber convertido al PSOE en una opción de “cambio”, sepultando aquel lema de amplio consenso que parece remontarse al Pleistoceno de “PSOE, PP, la misma mierda es” al darle la mano y sacarlo del rincón al que lo relegaron las calles. La alerta ante la ambigüedad calculada del candidato a revalidar la presidencia de “Si los números dan, Sánchez pactará con Rivera”, además de ser cierta, ¿no es la evidencia que debería haber demostrado ya que el PSOE es el perfecto partido-régimen que puede gobernar tanto con el nuevo neoliberalismo como con la nueva socialdemocracia?

Aceptemos que no es ético felicitar entonando “¡Sí se puede!” al PSOE y vender que “gobierno del cambio” es sustituir un punto por un punto y coma a las políticas económicas que no han dejado de favorecer a la clase del capital explotando y perjudicando a la clase trabajadora. El llamado “bloque del cambio”, con unas líneas divisorias cada vez más etéreas, es más que nunca bloque del recambio que de la resistencia.

Pedro Sánchez llega sin sobresaltos a este 28 de abril como líder con suerte de un partido progresista, que va a fiar todo a las matemáticas para seguir en la Moncloa. Si finalmente las derechas no suman, podrá hacer olvidar más fácilmente las cargas contra l@s trabajador@s de Alcoa a finales de marzo y el ministro Ábalos desmintiendo al papa que su política migratoria con el Open Arms y el Aita Mari estuviera influida por Salvini, a primeros de abril. Y tendrá que estar eternamente agradecido a Pablo Iglesias.