
La desmemoria fue una de las monedas de cambio de la tan cacareada Transición y uno de los pilares del régimen del 78. Desmemoria para con el movimiento obrero y jornalero, que olvida las luchas sociales y aquellos hombres y mujeres que pensaron en otro mundo posible y lucharon por él. No es solo un ejercicio de olvido, sino que también (y sobre todo) ha permitido al franquismo seguir viviendo cómodamente en las instituciones, en las fuerzas de seguridad el estado y en cualquier rincón de poder del régimen que inauguró la Constitución del 78.
Al leer estas líneas, es fácil pensar en la Guerra Civil y en la dictadura. Pero la desmemoria, siempre selectiva, llega más lejos. Uno de los episodios que se estudia de pasada en los libros de texto de nuestras aulas, sin que casi pueda ni comprenderse, es el de “la semana trágica” de Barcelona, que también fue conocida como la “Semana Gloriosa” ¿Qué ocurrió en aquel año de 1909?
El problema colonial
A comienzos del siglo XX, del otrora imperio donde nunca se ponía el sol no quedaba ya nada. Las ventas de territorio a otras potencias, los procesos emancipatorios que se dieron a lo largo del continente americano a raíz de la guerra contra Napoleón y las pérdidas de Cuba, Puerto Rico y Filipinas en 1898 dieron punto y final al ya muy decadente epílogo imperial.
El nuevo escenario en el que se encontraba la burguesía española era el de la expansión del imperialismo y el colonialismo por parte de otras potencias europeas. El desarrollo del capitalismo y la instalación de regímenes burgueses tras las revoluciones liberales había llevado a una carrera sin cuartel en la búsqueda y control de enclaves comerciales y recursos materiales. Los ejércitos franceses, ingleses o alemanes ya ocupaban a finales del siglo XIX grandes extensiones de tierra o controlaban zonas comerciales clave en Asia, Oceanía y África, continente este que fue dividido entre las diferentes potencias como si de una tarta se tratase.
Con la pérdida de las colonias, la burguesía española necesitaba nuevas fuentes de riqueza en un mundo que ya estaba repartido. No obstante, encontrarían oportunidades en la zona del Rif, territorio cedido para la expansión española resultado de la división de Marruecos entre España y Francia. Sin embargo, los intereses mineros de importantes familias burguesas (anteriormente vinculadas con el comercio con América) chocarían con la resistencia rifeña, lo que unido a la incapacidad por parte del gobierno español para pacificar y gobernar “su” territorio daría lugar a un aumento de las presiones militaristas para llevar a cabo una intervención en el área. El ataque a zonas españolas en 1909 proporcionaría el casus belli necesario.
La clase obrera y la guerra de los banqueros
El desarrollo de la industria en Catalunya había supuesto un polo de atracción para miles de trabajadores que emigraron de otras partes del estado, pasando a vivir en grandes barrios de chabolas con carestía y condiciones de insalubridad. Se trataba de una mano de obra barata y explotada, principal fuente de riqueza de la burguesía. Estas condiciones de vida empeoraron aún más con la pérdida de las últimas colonias en 1898 y su impacto económico, debido a la ligazón entre ese mercado y la industria catalana.
El desarrollo del proletariado al son de las fábricas y talleres conllevó, como en otros muchos casos, el crecimiento de una conciencia de clase. El hecho de compartir las condiciones de vida, la explotación de los patrones y las injusticias vividas empujaron a luchas importantes (como la huelga de 1902) y a la creación de la organización sindical Solidaridad Obrera (1907), con una implantación del anarquismo y del socialismo a través del PSOE y de UGT.
Cuando en julio de 1909 se declara la intervención militar en el Rif, los intereses de clase quedaban claramente dibujados. De un lado, las familias burguesas con intereses mineros e incluso con el control del negocio del transporte de tropas; de otro, una clase obrera explotada, que no contaba con ninguna motivación para ir a luchar a África en una guerra que solamente tenía como objetivo el enriquecimiento de los que los explotaban cada día: la guerra de los banqueros, como se le conocerá.
Este conflicto se hará más patente como consecuencia de que el gobierno mandara llamar a los reservistas. Estos eran personas que ya habían hecho el servicio militar, en su mayoría pertenecientes a la clase obrera. Trabajador@s de los que dependía parte del sustento familiar, y que ahora eran llamados a una guerra en el extranjero. Todavía hacía esto más sangrante el hecho de que la burguesía pudiera librarse de ir a la guerra pagando sumas de dinero solamente a su alcance o mediante sustitutos.
De esta forma, el ambiente en contra de la intervención militar, con un sabor inconfundible de clase, fue creciendo, hasta el punto de darse manifestaciones contrarias a la guerra el primer día de embarco de las tropas que irían a Marruecos en Barcelona, protagonizadas especialmente por mujeres trabajadoras.
Las noticias de los primeros enfrentamientos bélicos en suelo rifeño, aumentarían la tensión de clase que se vivía en la capital, lo que se traducirá en la convocatoria de una huelga general convocada para el 2 de agosto por UGT. Sin embargo, esta convocatoria, que nunca se llevaría a cabo, estaba pensada para demasiado tarde. La indignación la adelantará de manera espontánea al día 26 de julio, como consecuencia del desastre del Barranco del Lobo, en el que el ejército sería derrotado por los rifeños.
La huelga, que fue aprobada por una asamblea con más de 250 delegad@s de fábricas, se extendió por toda la ciudad, con piquetes que tomaron el control de las calles frente a una burguesía dividida en cuanto a que actitud tener ante los huelguistas, cuyas expectativas habían sido sobrepasadas. El Comité de Huelga que había sido creado se mostró incapaz de plantear una orientación para los siguientes días, siendo ampliamente desbordado por las y los trabajadores que continuaron la huelga, mientras que el poderos movimiento que había emergido iba quedando aislado en Barcelona. La falta de una dirección a la altura de las circunstancias quedaría demostrada en la búsqueda por parte de los principales dirigentes del Comité de la colaboración de la burguesía radical.
Al terminar la semana la energía, sin una orientación clara, sin que se hubiera extendido a otros lugares (por inacción del PSOE y UGT, organizaciones con un carácter estatal) y con una burguesía dispuesta a acabar con aquella muestra de fuerza, las movilizaciones se fueron agotando, mientras la represión lograba acabar con la resistencia. La ley marcial declarada días antes sirvió para destruir los aparatos sindicales, reprimir el movimiento obrero (más de 2500 personas serían detenidas, con 59 condenas a cadena perpetua y 5 ejecuciones) y asegurar una situación que había peligrado para la burguesía.
Las consecuencias de la derrota
Los hechos de Barcelona tuvieron importantes consecuencias: el estado salido de la restauración canovista terminó de debilitarse, mientras que la guerra en África fue un desastre que se agrandaría aún más en los años 20, aumentando las contradicciones tanto dentro del bloque dominante como entre clases, dándose lugar a importantes movilizaciones, golpes de estado y llegando hasta la solución fascista del franquismo tres décadas después.
La propia fisionomía política en el seno de las diferentes clases se transformó. De un lado, si el Partido Radical de Alejandro Lerroux, representante de la pequeña burguesía, levantaba las simpatías obreras e incluso sus militantes participaron en las movilizaciones, su actitud tras la derrota le granjearía la enemistad de una clase obrera que a partir de ahora miraría a organizaciones de clase. En este sentido, con el abandono de Solidaridad Obrera por parte de UGT, el anarquismo crecería como la principal corriente dentro del sindicato, dando nacimiento en 1910 a la CNT, mientras que UGT y PSOE crecerán más en otras partes del estado.
Esto era una consecuencia lógica tanto de su actitud en 1902 (de oposición a la Huelga general) como de su falta de audacia y orientación en 1909. La política socialista, además, será la de la colaboración de clase, reforzando a ojos de miles de obreros el papel de los partidos republicanos y pequeño-burgueses. Se sentarán así las bases del que será el movimiento obrero que se enfrente al fascismo en las décadas posteriores.
En el otro lado de la barricada, la burguesía catalana, al ver sus intereses económicos amenazados, cerrará filas, al igual que parte de la pequeña burguesía republicana, en torno al estado, alejándose del regionalismo. La aventura podía haber costado cara, como demostrarán los hechos de 1917 y, sobre todo, de los años 30.