
La narrativa de la invasión de Ucrania y el cierre de filas de los estados miembros de la UE contra un Putin cada vez más aislado han construido un nuevo relato en la comunidad internacional que busca golpear en la empatía eurocéntrica a la opinión pública que observa la retransmisión de esta contienda bélica desde sus seguros hogares: los ya más de 3,8 millones de (sobre todo) mujeres y niños ucranianos que han salido de su país según ACNUR desde el 24 de febrero constituirían un tipo de refugiad@ distinto al “habitual” prototipo africano, oriental o asiático. Y esta valoración, racista con todas las letras, es plenamente asumida, desde Joe Biden a Borrell pasando por los gobiernos de Polonia y Hungría.
“Estos no son l@s refugiad@s a l@s que estamos acostumbrados, estas personas son europeas”, dijo el primer ministro de Bulgaria, Kiril Petkov. “Estas son personas inteligentes y educadas. No son las personas de las que no estábamos seguros de su identidad, con pasados poco claros, que incluso podrían haber sido terroristas…En otras palabras, no hay un solo país europeo que tenga miedo de la oleada actual”. El presidente polaco fue incluso más explícito: “No somos racistas. Aceptamos a refugiad@s ucranian@s porque son pacífic@s, pero nunca acogeremos a inmigrantes ilegales musulmanes porque queremos un país seguro”.
También los medios de comunicación han participado de esta “acogida selectiva” en la narración xenófoba de los primeros flujos migratoros. Una invitada a la cadena CNN dijo que no seria lo mismo utilizar armas químicas en Ucrania que gas sarín en Siria, “que son musulmanes y de una cultura diferente”. Y un corresponsal de la norteamericana CBS declaró que “Ucrania no era como Irak o Afganistán, que ha vivido un conflicto durante décadas; es relativamente civilizado”. Baste un último y bochornoso ejemplo más de un presentador inglés de Al Jazeera: “Estas son personas prósperas de clase media…lucen como cualquier familia europea de la que serías vecino”.
El trazo grueso de estas declaraciones tiene poco que envidiar a la “lógica Salvini”, la misma de Abascal, Orbán y Le Pen que han abierto ahora sus manos a las familias ucranianas pero que en cambio ofrecen “puertos cerrados” y la construcción de un muro que refuerce la frontera sur en Ceuta y Melilla. Lo que trasluce de fondo y demuestra la crisis desencadenada con la guerra en Ucrania es que hay migrantes y refugiad@s de primera y de segunda, también para el gobierno PSOE-UP: a los temporeros de Lepe no se les ofrece alternativa a sus chabolas, ni la regularización exprés a los que quedan de los 600 de Aquarius, por citar 2 ejemplos.
El ministerio de Interior, a cargo del cómplice de torturas (no lo olvidemos) Marlaska, publicaba este twitt el 11 de marzo: “Emocionados al expedir la primera resolución que concede protección, servicio de residencia y trabajo a una mujer ucraniana en España tras huir de su país por la guerra”. Tan solo 2 días antes el ministro felicitaba el operativo policial que había apaleado a subsaharianos en Melilla y lo ratificaba con estas palabras: “Eso no tienen nada que ver con las personas que buscan buscarse una vida nueva, pero siempre de forma pacífica”. L@s ucranian@s pueden llegar sin saltar una valla porque se les deja pasar de forma legal, pero el gobierno Sánchez se ha negado a regularizar a más de medio millón de personas en 3 años.
Solo hasta antes de ayer. Porque el pasado 3 de marzo, en una inusual muestra de solidaridad de la Europa-fortaleza, los 27 firmaron una directiva que otorga protección a l@s refugiad@s ucranian@s durante 3 años. Ante este éxodo masivo en tan breve tiempo, la comisaria europea de Interior, Ylva Johansson, destacó que “La UE está unida para salvar vidas. Necesitamos más solidaridad y una legislación adecuada para brindar protección a las personas, para darles derechos”. Pocos días antes Josep Borrell, alto representante de la UE en Exteriores, alertaba de que Ucrania iba camino de convertirse en “una segunda Siria”. A juzgar por ambas declaraciones, hace 7 años salvar vidas no era una prioridad y/o el drama sirio pasó desapercibido.
¿Cuántos Aylan Kurdi (el bebé sirio ahogado en la orilla turca) tuvieron que morir en el Mediterráneo para que la UE tomara alguna decisión firme sobre la acogida de refugiad@s en Siria, para que los estados dejaran de discutir sus cuotas, concepto que hoy ni siquiera se nombra? A pesar de que la memoria es fragilísima en política internacional, sobre todo si tiene que ver con los derechos humanos, las diferencias entre esta crisis migratoria y las anteriores han sido escandalosas: solo a lo largo de 2015 fueron 1,3 millones de Siria y en menor medida Afganistán e Irak quienes entraron en territorio comunitario, y varios miles murieron por mar y tierra por la ausencia de vías seguras. Incluso el otoño pasado, el intento a través de Bielorrusia degeneró en una grave disputa entre Bruselas y Minsk y palmaditas en la espalda a la xenófoba Polonia.
El estatus de protección temporal aprobado para l@s refugiad@s ucranian@s, esto es, la modificación de la norma de acogida ilimitada, activada por última vez con la guerra de los Balcanes (con la participación activa de la OTAN de manos de Solana), nunca se puso en marcha para las poblaciones desplazadas durante las guerras de Afganistán, Irak, Siria o Yemen, países algunos dos décadas desangrándose lentamente. La reacción, con honrosas excepciones, fue muy diferente en la inapropiadamente llamada “crisis de refugiad@s” de 2015, en la que pagamos a Erdogan para contener alejadas a personas morenas de piel oscura de nuestro suelo occidental, muy diferentes de la tez rubia de ojos azules de las imágenes de estas semanas en los medios.
La negativa de la UE a ofrecer a las personas que huyen de su país algo más que confinamientos o devoluciones en caliente ha tenido y tiene demasiados ejemplos como para dejarlos pasar: los campos-cárceles de refugiad@s en las islas griegas como el de Moria o el canario de Arguineguín, el apoyo europeo (financiero y material) a los guardacostas libios para devolver a miles de desesperad@s a países donde son víctimas de continuas violaciones de los derechos humanos o los execrables acuerdos UE- Turquía e Italia-Libia, basados en una arquitectura de la disuasión y en la externalización de fronteras.
Como denuncia el periodista y activista antirracista Youssef Ouled, esta vez se ha podido (querido) modificar el estatuto de refugiad@ para hacerlo más ágil y facilitar la movilidad migratoria en el territorio de la UE pero de determinad@s sujetos: “welcome white refugees”, cristian@s y blanc@s, de nuestro mismo o parecido “modelo civilizatorio”. Únicamente así puede explicarse que la UE haya establecido con su medida, para sortear el veto especialmente de Polonia y Hungría, que esta drcetiva de protección a refugiad@s deje fuer a a quienes no posean un pasaporte ucraniano: la situación de l@s nacionales de países terceros que residían durante mucho tiempo en Ucrania queda a discreción de la decisión de cada Estado miembro.
La realidad que de aquí cabe extraerse es la siguiente: comprobamos que la Unión Europea es capaz de dar una respuesta a la emergencia humanitaria sin importar el número de personas así como de garantizar vías legales y rápidas y que todo lo que se necesitaba hasta ahora era voluntad política. El porqué de la no activación de estos mecanismos cuando l@s refugiad@s procedían de otras partes del mundo o la causa que explica la no regularización por parte del gobierno Sanchez-Iglesias de 500.000 inmigrantes que sostenían económicamente el Estado español en las peores semanas de la pandemia se explica llanamente por el racismo institucional al servicio del sistema capitalista.
Nadie puede negar hoy que el racismo se desenvuelve comodísimo y arde en las manos del capital contra l@s trabajador@s tanto en las soflamas ultras como en las medidas publicadas en el BOE de la mano de una muy supuesta socialdemocracia. Es el mismo racismo de estado que bloquea en las estaciones de tren ucranianas a personas no blancas que también huyen de las bombas de Putin como el que distribuye en direcciones opuestas a quienes llegan del país invadido a estaciones de tren alemanas según su color de piel. Dígame, ¿qué tipo de refugiad@ es usted?