“Basta de quemar, perforar y excavar más profundamente. Estamos cavando nuestras propias tumbas. Nuestra dependencia de los combustibles fósiles está empujando a la humanidad hacia el abismo. Nos enfrentamos a una decisión cruda: o detenemos esta autodestrucción, o ella nos devora como especie. Es hora de decir basta” fueron la palabras del secretario general de la ONU Antonio Guterres, en la inauguración de la Cumbre Mundial sobre el clima en Glasgow, la COP26. Un llamamiento dramático que se quedó en un nuevo blablabla de muchas intenciones y cero compromisos.

Tras una prórroga de más de un día y varias versiones sucesivas, el texto final de la cumbre fue aclamado por los lideres mundiales como un paso adelante debido a la mención de los combustibles, algo que hay que coger con pinzas: el acuerdo de París de 2015 pretendía luchar contra el cambio climático sin mencionar nunca explícitamente los combustibles fósiles. Pero la fórmula final, “acelerar los esfuerzos hacia la reducción de la energía de carbón sin un sistema de captura y almacenamiento de carbono” no significa nada si no va acompañada de exigentes compromisos económicos.

El resultado de la COP26 fue un triunfo de los lobbys, que se marcaron un tanto con las declaraciones calculadamente ambiguas del documento, una perfecta carta otorgada por el capitalismo verde a las economías de libre mercado y al actual modelo de producción.  No hay avances en la reducción de la deuda climática con el Sur global, ni el Fondo Verde de 100 mil millones de dólares prometido hace más de 10 años para limitar el cambio climático y combatir sus efectos – menos de 80 mil millones y sobre todo compuesto principalmente por préstamos – ni la compensación por el cambio climático “pérdidas y daños” ya sufridos.

Un resultado que no sorprende cuando sabemos que los lobbys certificados de las industrias de combustibles fósiles eran más numerosos (503) que las delegaciones de los 8 países más afectados por la catástrofe climática y el doble que los representantes de los pueblos indígenas. Si bien se reafirma el objetivo de  no superar el aumento de 1,5 °C, los niveles de producción de combustibles fósiles son más del doble de lo que permitiría alcanzarlo y los compromisos actuales prevén un aumento del 13,7% en las emisiones de carbono para 2030, cuando deberían reducirse en un 59% en general y en un 65% en la UE Si Joe Biden se apresuró a criticar la ausencia de Xi Jinping, su decisión de no firmar el pacto del carbón asestó un duro golpe a lo que se suponía que era una política insignia de la COP.

No puede haber pasos significativos más allá de buenas intenciones y “greenwashing” en una cumbre climática organizada con el apoyo de la UE, EEUU y las multinacionales si los principales patrocinadores de la COP26 producen 350 millones de toneladas de CO2. Iberdrola, empresa matriz de ScottishPower, fue el mayor contaminador durante el pasado año de los 11 socios  seleccionados por el gobierno de Boris Johson, causando más de 72,7 millones de toneladas de emisiones. En el Estado español, donde ocupa el 8º puesto como mayr contaminador, la compañía ha enfrentado críticas por provocar escasez de agua en 3 localidades, pero no ha sido penalizada por el gobierno PSOE-UP.

Las grandes empresas han jugado una vez más a utilizar el prestigio de patrocinar eventos como las citas climáticas de la ONU para distraer del lado sucio de cómo ganan su dinero y obtener, además, acceso privilegiado a quienes toman las decisiones económicas. Esta apropiación empresarial impide a los gobiernos implementar soluciones mínimamente transformadoras. Las promesas de neutralidad del carbono en 2050 no se pueden asumir con los mecanismos del mercado y dando la espalda a l@s trabajador@s en las decisiones sobre la producción. Ninguna cumbre que no cuestione el capitalismo ofrecerá algo diferente a un barniz verde.