Cuando Barack Obama tomó la presidencia de los EEUU en 2009, millones de personas tenían la esperanza de un cambio. Su administración pretendía caracterizarse por una línea moderada que, en temas muy particulares como la reforma sanitaria, se ha confrontado con el ala conservadora del partido republicano, a la que al final cedió. La victoria de Trump también es síntoma del fin de la esperanza que Obama y el partido demócrata habían suscitado, ilusiones de cambio evaporadas en más desigualdades sociales en la explosión de la crisis económica.
A pesar de los intentos por aparecer como moderado en el plano estatal y dejar como legado de su presidencia el haber retomado las relaciones con Cuba e Irán en el internacional, la situación es mucho más compleja. La acumulación de contradicciones por los efectos de la crisis entre el programa que esperaba su electorado y la realidad, y la situación catastrófica en Oriente Medio, subproducto de la crisis hegemónica norteamericana, son los verdaderos rostros del primer afroamericano en la Casa Blanca.
La destrucción de millones de empleos y el cierre de fábricas y empresas que siguieron al inicio de la crisis han tenido como contrapartida la creación de empleos precarios, mayoritariamente en el sector servicios. El aumento de poder de un movimiento de trabajador@s en lucha por un salario mínimo de 15 dólares la hora es la respuesta a la creación de empleos de “usar y tirar” bajo Obama. Desde el principio de la gran recesión se han creado 14 millones de puestos de trabajo, pero la mayoría en sectores con salarios paupérrimos. A pesar de la fuerte presión, sólo se han conseguido algunos aumentos a nivel local.
Con la inyección de 3 mil millones de dólares para estimular las finanzas, los beneficiarios no han sido quienes lo necesitaban: mientras que los salarios de l@s trabajador@s se han estancado, la remuneración de la patronal ha aumentado considerablemente. Entre 2009 y 2012 los beneficios de los más ricos aumentaron un 31% y los del resto de la población se frenaron. Esta tendencia continúa hasta hoy. El cuestionamiento y denuncia de esta inmensa redistribución de riqueza hacia una minoría tuvo su expresión con Occupy Wall Street. Obama es el arquitecto de este crédito a los bancos, al sector financiero y las grandes empresas.
Los 2 últimos años son testigo de un crecimiento del número de asesinatos de afroamerican@s por policías blancos. El aumento de las tensiones raciales ha provocado una ola de manifestaciones en todo el país, desde Ferguson a Baltimore, Nueva York o Charlotte. El virus del racismo está presente también en la tasa de encarcelad@s (un 37% de raza negra) y en los salarios, donde la diferencia es inmensa. El movimiento Black Lives Matter es la expresión profunda de racismo institucional irresuelto incluso con el primer presidente negro en la Casa Blanca. La desilusión por la imposibilidad de superarlo forma parte del descontento creciente.
Anunciada en campaña e implementada en 2014, la reforma de la sanidad de Obama ha sido desnaturalizada por las compañías empresariales del sector. Aunque con un aumento de la cobertura sanitaria para los más pobres (Medicaid), las nuevas medidas están sujetas a una cláusula individual que obliga a cada uno a hacerse un seguro médico. Aún así hay 30 millones de personas sin cobertura médica, además de l@s inmigrantes, fuera de las estadísticas.
Frente a las declaraciones xenófobas y racistas de Donald Trump, Obama podría parecer como el defensor de la lucha de l@s inmigrantes. Más bien todo lo contrario, pasará a la historia por sus deportaciones masivas. Anunció en 2014 una orden ejecutiva que otorgaría la residencia temporal a 4 millones de inmigrantes menores llegados a EEUU, dejando en la frontera a 7 millones de sin papeles. El decreto fue frenado por la oposición de los gobiernos de muchos estados. A pesar de esta llamada apertura, Obama ha deportado a más inmigrantes que ningún otro presidente en la historia del país: 2,5 millones desde que asumió la presidencia en 2009. A modo de comparación, George W. Bush deportó al 23% de esta cifra.
A esto se añade la responsabilidad de Obama en la crisis y las guerras imperialistas de Oriente Medio. Aunque haya reducido al mínimo sus tropas en Afganistán e Irak, continuó las intervenciones militares y ha extendido el uso normalizado de drones que evitan las muertes norteamericanas pero multiplican las víctimas civiles de los países destinatarios. El ejemplo más demostrativo es el de la frontera entre Pakistán y Afganistán, donde los “daños colaterales” con constantes.
En el marco de la guerra contra el terrorismo, Obama aporta su apoyo a la monarquía de Arabia Saudí y sus bombardeos contra Yemen y financia directamente e desarrollo en armamento del ejército sionista de Israel. Además, lidera la coalición contra el Daesh que e Siria ha costado la vida a más de 35.000 personas en los últimos 5 años. Esta política ha sumido a la región en una crisis humanitaria de proporciones históricas, que se expresa en la explosión migratoria que vive la Unión Europea.
Una gran parte de quienes votaron por Obama, jóvenes, estudiantes y trabajador@s, han visto cómo sus ilusiones se desvanecían en los años en la Casa Blanca. Porque Obama, a pesar de las expectativas con las que acogieron al primer presidente afroamericano tras la caída de Bush, ha demostrado que más allá de la raza, el género o el partido al que pertenezca, el residente de la Casa Blanca es antes de nada el representante de la burguesía imperialista de los EEUU y el jefe de los ejércitos de la primera potencia mundial.