El 9 de noviembre de 1989 caía el muro de Berlín. El New York Times titulaba “Clamor en el este: Alemania del este abre sus fronteras hacia el oeste a la migración o los viajes. Miles de personas cruzan”1; el diario italiano Il Corriere della Sera señalaba “Vuelve la libertad a la frontera entre las dos Alemanias”2; El País comentaba “El valor simbólico que esta edificación ha tenido desde hace 28 años, como separación entre el mundo de la democracia occidental y el del socialismo de cuartel, subraya la trascendencia del viraje que acaba dar el Partido Socialista Unificado de Alemania Oriental”, y titulaba “La Caída del Muro de Berlin”3. El acontecimiento sería televisado, dando fin a todo un periodo fijado en la mente de tod@s aquell@s que lo vivieron.
Este hecho simbolizaría el derrumbe del socialismo real en los países del este y la desintegración de la URSS, lo cual se certificaría el 25 de diciembre de 1990. Más allá de los acontecimientos, supuso al menos tres cosas: el fin de las esperanzas de trabajadores y trabajadoras de todo el mundo, que veían al comunismo como una alternativa a su situación; el fracaso del estalinismo y su construcción del socialismo en un sólo país; y el triunfo momentáneo del capitalismo como modelo económico, social, político y cultural, con todo lo que ello conlleva.
De esta forma, la burguesía, sin la amenaza de la alternativa, aprovecharía para aumentar el ataque que estaba llevando en todos los frentes, mediante el cuestionamiento de los estados del bienestar 4, la implantación del neoliberalismo salvaje y la desposesión de recursos a una nueva escala, como la globalización demostraría.
No obstante, en Alemania del Este (y en el resto de países que transitaron hacia el capitalismo, intromisiones de los países occidentales incluidas), pronto se darían de frente con aquello que Fernando León de Aranoa recogía en “Los lunes al sol”. Como decía un personaje en forma de chiste, con acento ruso: “Dos camaradas viejos de Partido se ven. Y uno dice a otro: ¿has visto?, todo lo que nos contaban del comunismo era mentira; y otro dice: no, es peor cosa, peor cosa es que todo lo que nos contaban de capitalismo era verdad”
El estalinismo y el muro de Berlín
Lo que E. Hobsbawn denominara el corto siglo XX no se puede entender sin la fase de revoluciones y contrarrevoluciones que se abrió con la toma del poder por parte de la clase obrera rusa en Octubre de 1917. Por toda Europa se iniciará un proceso de aguda lucha de clases que a su vez , se replicará en otras partes del mundo. Es aquí donde tenemos que enmarcar los procesos revolucionarios de Hungría, de Alemania, las grandes Huelgas italianas a comienzos de los años 20, el trienio bolchevique en el campo andaluz, la Revolución española, la Revolución China…pero también es aquí donde debemos enmarcar el fenómeno de la reacción a cualquier precio.
Mezcla de revoluciones fracasadas y de una burguesía asustada, el fascismo emerge como la respuesta de la burguesía (defensora de la democracia solamente cuando le conviene) para acabar literalmente con el movimiento obrero, disciplinar a las y los trabajadores y asegurar la continuidad de una explotación salvaje. No será casualidad que en los países con una mayor agudización de la lucha de clases emerjan las caras más visibles del fascismo, como Italia, Alemania o el Estado español aunque estos procesos eran vistos con buenos ojos por el conjunto de la burguesía mundial.
Pero hay otro fenómeno, genuino, que surgió en el marco de los procesos revolucionarios y contrarrevolucionarios: el estalinismo. Consecuencia del aislamiento de la recién nacida URSS como consecuencia de la no extensión de la revolución a un nivel mundial (tal como teorizaban las y los grandes dirigentes del movimiento obrero) y de una guerra civil salvaje en territorio ruso (no sólo contra los blancos, sino también contra los imperialismos estadounidense, inglés…), en el seno del recién nacido estado se fue dando un proceso de burocratización tanto dentro del partido Bolchevique como en las estructuras del estado.
De manera paulatina, tras la muerte de Lenin, Stalin ascendió en el seno del partido apoyándose en una casta burocrática con privilegios dentro del nuevo estado, que ya no era el grueso de los bolcheviques que habían hecho la revolución sino una conjunción de ex-funcionarios, nuevos militantes y algunos sectores del partido. En diversos congresos se consolidó una estructura que dejaba todo el poder en el partido y vaciaba los soviets. A su vez, concentraba todo el poder en la dirección del partido, la cual era controlado por el poder ejecutivo y finalmente terminaba en una concentración sin límites en manos del secretario general: Iosef Stalin.
A la vez que se consolidaba el poder interior por medio de purgas y persecuciones a sectores como la Oposición de Izquierdas, la política internacionalista, que había sido seña de identidad de los bolcheviques, pasó a ser la política geoestratégica de la URSS, dirigida desde Moscú y encaminada al mantenimiento de la situación de privilegio de la casta burocrática que se había hecho con el poder durante los años 20. Esto, unido al prestigio que dicha revolución tenía y a las ilusiones que despertaba en el conjunto de los pobres del mundo, tendría consecuencias nefastas.
Ya no importaba, como a principios de los años 20, la revolución, sino que importaba mantener el control de cualquier proceso revolucionario bajo las directrices de Moscú, incluso abandonándolos si fuera necesario. La teoría del socialismo en un solo país fue la base para defender los giros y contragiros que vendrían. Así, no importaba si un día se defendía el enfrentamiento entre socialistas y comunistas y otro lo contrario, la alianza con la burguesía. Véase para ello la Revolución española, la política del tercer periodo o los acuerdos al finalizar la II Guerra Mundial. Tanto es así que la Internacional se disolvería en 1943, constatándose su inutilidad como herramienta de extensión de la revolución a nivel mundial, ante un estado que ya no pretendía servir para eso.
La casta burocrática defendió su política hasta el final. Aplastó las movilizaciones en Hungría y Praga, pero no pude sobreponerse al descontento que surgió en los países del este a lo largo de los años 80. Este, junto a las movilizaciones que surgieron, fueron bien aprovechadas por el imperialismo y la OTAN, quienes dieron apoyo y fomentaron su canalización hacia la construcción de estados capitalistas, con la separación en unos casos y en otros, como Alemania, la unificación. La propia casta burocrática fue partícipe, pasando de funcionarios del estado a propietarios de las enormes cantidades de medios de producción que dejaron de estar socializadas para convertirse en propiedad privada.
El muro de Berlín: origen y caída
Desde el final de la II Guerra Mundial el imperialismo americano, ganador de las guerras imperialistas que habían sacudido Europa entre 1914 y 1945, tenía claro que debía poner coto a la extensión del comunismo. El prestigio de la URSS como vencedor del nazismo y el gran poder de los partidos comunistas en países como Francia o Italia, así como la necesidad de un mercado exterior cautivo hizo que se proveyera de grandes cantidades dinero mediante el Plan Marshall a Europa Occidental y, especialmente, a Alemania, donde la parte oeste tenía que demostrar ser tan brillante como las luces de neón dispuestas en Berlín para dar la sensación de un bienestar sin límite. No se puede entender la construcción de los estados del bienestar sin el miedo al comunismo.
En 1961, la Guerra Fría estaba dando lugar a fuertes tensiones entre el mundo comunista y el capitalista. En el caso de la dividida Alemania, sectores de la población de la República Democrática de Alemania (RDA), descontentos con la burocracia y llamados por la propaganda capitalista, se movían hacia el oeste. Como respuesta, se construyó el muro, que se iría completando a través de diferentes fases. El telón de acero cobraba forma, y el imperialismo americano lo utilizaría como caballo de batalla para debilitar y hacer propaganda en contra de cualquier alternativa posible.
Varias décadas después, con un estado burocrático en horas bajas, las movilizaciones populares pidiendo reformas democráticas y mayor participación política dieron lugar al episodio de la caída del muro de Berlín. No se trataba de acabar con el socialismo, sino de democratizar la sociedad, como se venía exigiendo a través de múltiples movilizaciones en diferentes países orientales. Para poder dominar la situación, el ministro del gobierno de la RDA, G. Schabowski, dio conocimiento a prensa, en la noche del 9 de noviembre, de un decreto que permitiría el paso de manera libre a la RFA, algo que pensaban que podría estabilizar la situación. Ante la pregunta de la fecha de su entrada en vigor, señaló que “inmediatamente”. Miles de personas se dirigieron entonces al muro. El resto, ya es historia.
Las consecuencias
Detrás de los discursos de libertad, de las alabanzas, de la conversión del momento histórico en ejemplo de civismo y rebelión (menos admiración despiertan la revolución rusa o cubana), se encontraban realmente las potencialidades que se abrían para el capitalismo, en dos sentidos.
En primer lugar, en relación la crisis que esto representaba para el conjunto de la URSS. La destrucción del denominado socialismo real era uno de los pasos necesarios para la implementación de las medidas neoliberales a nivel mundial. Con un estado obrero, caracterizado por fuertes medidas sociales, donde el paro era inexistente y con un pasado que simbolizaba la alternativa para millones de trabajadores y trabajadoras, no era sencillo para el capitalismo mundial extender sus redes de influencia. Su fracaso era un hito fundamental que tenía que cumplirse. Junto a este, la derrota del fuerte movimiento obrero inglés por el gobierno de M. Thatcher abrieron la puerta a un avance de la burguesía, que pasaba a poner su ojos en la destrucción del estado del bienestar.
En segundo lugar, porque la economía soviética, con un fuerte desarrollo de los todos los sectores económicos, con el control de importantes recursos energéticos y materias primas, era un bien cotizado. La destrucción del estado soviético supondría la liberalización de todos estos recursos, incluidas las empresas estatales, que podrían pasar a manos de la burguesía internacional a un bajo coste y con todo un futuro de proyección y crecimiento. Lo que consiguió el capitalismo está claro. ¿Qué consiguió la población de la RDA?
Aunque no era el objetivo de las movilizaciones ni el motivo del malestar, la RFA se movió velozmente para obtener un estado único. La unificación del estado de Alemania no fue una adhesión sino que supuso la absorción del este por el oeste, prevaleciendo la economía de mercado sobre las estructuras de la RDA y, por tanto, el capitalismo sobre cualquier otra alternativa. Si analizamos los datos, las importaciones de RDA se redujeron de un 65 a un 48% entre 1990 y 1992, y las exportaciones de un 78 a un 52%5. En 1990 la economía oriental había descendido ya a un 18,5%, y pocos años después a un 40%5,6.
Además de esto, se impuso la privatización de los servicios y empresas públicas, cuya compra-venta fue gestionada por el “Treuhand”, una entidad que tenía como el objetivo la venta de empresas estatales lo antes posible. En 1994, cuando se da por terminada su actividad, un total de 23.500 empresas fueron gestionadas, de las cuales se privatizaron más de 19.500. Más de 20.000 pequeños comercios, tales como farmacias o librerías, pasaron a manos privadas y más de 30.000 terrenos fueron liberalizados y privatizados 5,6,7.
Este conjunto de empresas comprendían varios millones de empleos, ante lo cual el estado alemán se planteó el mantenimiento de los mismos como condición para la venta, temiendo una reacción política demasiado contundente. Los compradores solamente aceptaron estas condiciones en el 20% de los casos. Por tanto, las consecuencias laborales fueron drásticas: el paro pasó de un 0 a un 17% en solo cuatro años, y del total de 9,6 millones de puestos de trabajo se pasó a 6,3 millones, lo que supuso una reducción de un 30%7.
Las diferencias con respecto a la antigua RFA se mantendrán hasta la actualidad, con tasas en torno al 18-19% a finales de los 905, de 16% en 20066 y en la actualidad, incluso siendo los más bajos de la serie histórica desde la unificación, en Alemania Oriental siguen estando dos puntos por encima de la Occidental 8. Estos datos fueron especialmente para las mujeres: a finales de los 80 el 90% de las mujeres trabajaban en la alemania comunista, frente a solamente el 45% en la zona occidental 6. Entre 1992 y 2004, el paro femenino en la zona oriental fue dos veces más alta que en la occidental, reduciéndose un 14,7 frente a un 18,7% respectivamente, siendo el acceso al mercado laboral por parte de las mujeres más bajo que hace décadas (75%) 6,9.
Y esto, por supuesto, sin entrar a valorar la flexibilización y la precariedad laboral que se introducen en mucho de los empleos y que por tanto condenan a bajos niveles de vida a personas que en los registros oficiales aparecen trabajando. Un ejemplo de esto es que el 80% de los alemanes orientales ha perdido en alguna ocasión su empleo desde 19899. Igualmente, el salario medio es un 66% con respecto a la zona occidental. Eso sí, las mejores resultados académicos siguen estando en la zona oriental, herencia directa del comunismo 9.
Además de las económicas, se observan consecuencias políticas. Un 47% de entrevistados se consideran alemanes del este antes que alemanes, y un 31% juzga que la democracia no es el mejor sistema 9. Además, más de un 60% piensa que la unificación ha sido un fracaso 9. Crecen por tanto posiciones tanto de extrema derecha como de izquierda, señalando una agudización de la conciencia de clase y una sociedad en crisis.
Las necesidad de acabar con el capitalismo
Nada nos hace sentir nostalgia por el muro de Berlín. Igual que no sentimos nostalgia por la burocracia estalinista, por la persecución a la disidencia y por otras manifestaciones de la contrarrevolución estaliniana. Sin embargo, tampoco estamos de acuerdo con aquellas visiones triunfalistas que defienden, de manera cínica, que la reunificación de Alemania y la caída de los estados comunistas iban a favor de las poblaciones que allí vivían. Los únicos beneficiados fueron los capitalistas tanto a nivel internacional como nacional, como la historia no ha dejado de demostrar. Y los grandes perjudicados, los hombres y mujeres que tenían esperanzas en cambiar pero que se encontraron de frente con la precariedad, la expropiación, la explotación laboral y con un sistema que se mostraba así mismo triunfante.
El imperialismo se apresuró a decir que la historia había terminado. El infame libro de F. Fukuyama proponía el triunfo de un capitalismo que podría ahora crecer y llevar la libertad a todos los rincones del mundo. Claro está, la libertad de explotar, de ganar dinero a costa del sudor de los demás y de ahondar en las desigualdades. Aunque el espejismo tuvo su momento, la realidad era bien distinta. En el mundo, el capitalismo seguía haciendo estragos y el conjunto de la población vivía en la más estricta pobreza. Pero, si a alguien le quedaban dudas, sobre todo en el mundo occidental, la crisis del 2008 vino a recordar lo que es este sistema, sirviendo de excusa perfecta para continuar con el ataque de privatización y desregulación del mercado laboral, uno de cuyas mayores bazas fue la caída del muro de Berlín y la condena a la resignación.
Igual que en 1917, las tareas de todas y todos aquellos que consideran que es necesario acabar con este sistema son las mismas: enfrentarse a los ricos para que los que producen sean quienes decidan sobre todo. Y para ello hay que aprender de las mejores lecciones de los procesos revolucionarios de la historia, pero también de los problemas que surgieron. La caída del muro de Berlín no es el fracaso del comunismo, sino del socialismo real creado por la maquinaria estalinista, y por tanto de una visión sesgada, contrarrevolucionaria y esquemática del marxismo, empezando por la comprensión de la revolución mundial. Es decir, no era mentira lo que habían contado del comunismo, sino que habían vivido un versión deformada del mismo.
Cuando sólo 26 personas concentran el 50% de la riqueza a nivel mundial, y el nivel de asalariad@s no deja de crecer, es más necesario que nunca enfrentarse a lo que más tienen,no solo país a país, sino en el conjunto del mundo, para destruir los muros que siguen conviniendo al capitalismo y que nos siguen condenando a la explotación y a la precariedad. Y en ese camino, no habrá atajos.
Notas:
1. https://www.nytimes.com/1989/11/10/world/clamor-east-east-germany-opens-frontier-west-for-migration-travel-thousands.html
2. https://www.corriere.it/esteri/speciali/2009/muro-di-berlino/notizie/petta-berlino-apre-il-muro_cfdff93a-c63e-11de-a5d7-00144f02aabc.shtml
3. https://elpais.com/diario/1989/11/10/opinion/626655604_850215.html
4. https://www.elperiodico.com/es/mas-periodico/20191031/consecuencias-caida-muro-berlin-cinco-claves-7707588
5. Zschiesche Sánchez, J. (2003): “Reunificación alemana: Aproximación a las consecuencias económicas y sociales para los Länder orientales”. Papeles del Este, nº 5, Universidad Complutense de Madrid.
6. Quiroga Riviere, M.L. (2009): “Alemania siglo XXI: un balance”. Oasis, nº 14. Centro de Investigaciones y Proyectos Especiales, CIPE, Facultad de Finanzas, Gobierno y Relaciones Internacionales, Universidad Externado de Colombia: pp. 125-143.
7. Díez Espinosa, J.R. (2001): “Diez años de unidad alemana. Reconstrucción económica e integración nacional de los Länder orientales”. IH, nº 21: pp. 357-381
8. https://elpais.com/internacional/2019/11/09/actualidad/1573254781_163549.html
9. https://www.publico.es/politica/muro-berlin-diez-efectos-colaterales-reunificacion-alemana.html
10. https://www.redaccion.com.ar/desigualdad-en-aumento-la-brecha-entre-ricos-y-pobres-en-el-mundo-sigue-creciendo/