Seis años después del levantamiento popular sirio, el movimiento obrero se sigue mostrando incapaz de llevar a cabo una política de solidaridad internacional con los y las revolucionarias, ni de luchar contra las agresiones contrarrevolucionarias de la dictadura en funciones, de los gobiernos imperialistas y de los grupos reaccionarios yihadistas. Las inicIativas militantes siguen limitadas, por no decir inexistentes.
La complejidad de la situación y de la consigna que se desprende de ella.
En 2002 y 2003, el movimiento mundial contra la guerra de Iraq fue uno de los más grandes de la historia. Llegaba después de una serie de movilizaciones mucho menos masivas y populares, pero que sí jugaron un papel de preparación, en oposición a la guerra de Afghanistán en 2001, de Kosovo en 1999 o a la segunda guerra del Golfo en 1990-1991…
Oponerse estrictamente a la guerra y a todas las intervenciones militares no significaba sin embargo dar apoyo de ninguna de las maneras ya sea a Saddam Hussein, Slobodan Milošević o al mulá Omar. Se trataba de afirmar que esas guerras, dictadas por intereses económicos, iban a provocar más víctimas entre la población civil y seguramente iban a reforzar el dominio de las dictaduras o, en el caso de 2003, sumergir al país en un caos sin fin. Los hechos así lo han demostrado.
Ya en 1935, con respecto a la invasión de Etiopía a manos de Italia, León Trotsky escribía: “Evidentemente, estamos a favor de la derrota de Italia y por la victoria de Etiopía (…). Cuando hablamos de guerra, no se trata para nosotros de decir quién es el “mejor” entre Negus y Mussolini, sino de una correlación de fuerzas y de un combate de una nación subdesarrollada en su defensa contra el imperialismo”. (“El conflicto italo-etiope”, julio de 1935 ).
Tres años más tarde, Trotsky volvía a hablar de la consigna de derrota de las potencias imperialistas: ”Supongamos sin embargo que, mañana, Inglaterra entra en un conflicto militar con Brasil. (…) En ese caso, estaré a favor del Brasil “fascista” contra la Inglaterra “democrática”. (…) Si Inglaterra ganase, instalaría en Rio de Janeiro a otra fascista, y encadenaría doblemente a Brasil. Si al contrario Brasil triunfara, esto podría dar un impulso considerable en la consciencia democrática y nacional de ese país y conducir al derrocamiento de la dictadura de Varagas. La derrota de Inglaterra daría un golpe al imperialismo británico a la vez que daría un impulso al movimiento revolucionario del proletariado inglés ». (“La lucha anti imperialista – Una entrevista con Mateo Fossa”, 23 de septiembre de 1938).
Pero el caso sirio es diferente. No son los países imperialistas los que, en 2011, expresaron la voluntad de acabar con la dictadura de Al-Assad, sino las propias clases populares sirias, siguiendo las sublevaciones que había acabado con Ben Ali y Mubarak.
Las fuerzas contrarrevolucionarias están ante todo del lado de Al-Assad y de sus aliados (Irán, Rusia, el Hezbollah libanés)… pero también del lado de los grupos yihadistas, financiados de manera abundante por Arabia Saudí, Qatar y Turquía, los aliados regionales de las potencias occidentales. Grupos cuya emergencia en Siria fue por cierto favorecida por el propio Al-Assad, el cual liberó de sus cárceles numerosos prisioneros ligados a Al-Qaeda o al movimiento integrista armado.
En agosto de 2012, Hollande quiso una intervención directa para acabar con las maniobras de Al-Assad. Un año más tarde, parecía inminente. Pero, abandonado por los EEUU y el resto de la UE, tuvo que acabar renunciando. Fue finalmente en 2014 cuando la coalición se puso en funcionamiento para luchar contra el Daesh y ya no contra Al-Assad. Denunciar nuestro imperialismo puede parecer complicado, en la medida en el que incluso él no sabe hacia dónde va.
El campismo esconde el social-chovinismo
Una posición simplista sería apoyar a Al-Assad al ser un “antiimperialista” amenazado por las grandes potencias, un “progresista” que se opone a los regímenes reaccionarios del Golfo. Esa política es evidentemente errónea. Por un lado, porque sitúa a quienes la apoyan en el bando de una dictadura sangrienta y contra un movimiento popular y democrático. Por otro lado, porque demuestra, como poco, una ingenuidad total en cuanto al antiimperialismo de un largo defensor de los intereses de las grandes empresas francesas. Por último, porque el régimen baasista está a día de hoy claramente considerado como un mal menor por las burguesías americana, francesa y europea en general. Su mantenimiento incluso es claramente deseado por importantes franjas de esas burguesías, empezando en Washington por aquella que rodea y apoya a Trump.
En Francia, ese campismo es marginal en el seno del movimiento obrero y de la izquierda. Se expresa mucho más en la nebulosa teoría de la conspiración de la extrema derecha, alrededor de Alain Soral y de otros « disidentes. No así ocurre en el estado español, donde está ligado estrechamente al estalinismo.
Sin embargo, una parte de la izquierda llamada reformista preconiza la indulgencia con respecto a Al-Assad por otras razones. Así, Mélenchon no hace del dictador un antiimperialista, pero defiende el imperialismo francés (y es que el calificativo no solo debe ser reservado para los EEUU o Alemania): “Francia debe seguir su interés. El interés de nuestro país es que la región vuelva a encontrar estabilidad y paz. (…) En mi opinión, el método para conseguirlo tiene más que ver con las propuestas que vienen del lado ruso que de los caprichos de los EEUU o de los duelos entre potencias regionales. (…) Hay que hablar por tanto con el gobierno sirio. (…) Cortándose de todo diálogo con los rusos, Hollande refuerza así el peso de Alemania en el viejo continente. La estrategia de Hollande agrava cada día más el aislamiento y la exposición de nuestro país sin ninguna vuelta positiva discernible”. (blog de Jean-Luc Mélenchon, 30 de septiembre de 2015).
Para los marxista revolucionarios, la única brújula es el interés de los y las oprimidas y de los y las explotadas. En ningún caso, consideramos tal o cual imperialismo como más deseable. Trotsky lo formulaba así: “Las « democracias” imperialistas están divididas por los antagonismos de sus intereses en todas las partes del mundo. La Italia fascista puede encontrarse en el mismo bando que Gran Bretaña y Francia, si deja de creer en la victoria de Hitler. (…) Y fascista o “democrática”, Francia defendería de igual manera sus colonias con las armas en la mano. (…) Los imperialistas no luchan por principios políticos, sino por mercados, por colonias, por materias primas, por la hegemonía del mundo y de las riquezas. La victoria de alguno de los bandos imperialistas significaría que toda la humanidad estaría reducida a la esclavitud, que las cadenas estarían reforzadas en las colonias actuales” (León Trotsky, 1938, op. cit.).
¿Internacionalismo o inter-estatismo?
El internacionalismo es una noción de clase: la solidaridad entre los y las trabajadoras más allá de las fronteras, rechazando las alianzas con sus burguesías. En ningún caso eso significa por tanto pasar por los estado burgueses (o por uniones de estados burgueses como la ONU) para conseguir la solidaridad. Por tanto no se debe pedir la entrega de armas a todas las fuerzas que combaten el confesionalismo.
Se podrá decir que propuestas de ese tipo son siempre “mejor que nada”, que oponerse a esas propuestas sería incluso criminal, ya que sino en nombre de los grandes principios rechazaríamos medidas humanitarias de urgencia. Es cierto que el movimiento obrero no tiene los medios, hoy, de entregar por sí solo armas o ayuda humanitaria. Y que si Francia, EEUU o la ONU tuviesen la veleidad de hacerlo, no sería conveniente oponerse a ello.
Pero el objetivo de esas consignas no es realmente de conseguir armas o ayuda para los insurrectos o para los civiles. En primer lugar, Hollande dijo él mismo que Francia había entregado, a partir de 2012, armas a grupos rebeldes sirios. Lo que no ha ayudado mucho. El objetivo es de hacer que nuestro discurso sea “creíble”, frente a los que podrían reprocharnos de oponernos a todo sin proponer nada frente a la urgencia. También puede servir para desenmascarar la hipocresía de nuestros gobiernos y burguesías.
Gilbert Achcar justificaba así su apoyo al establecimiento de una zona de exclusión aéreo en Libia en 2011: “La izquierda no debería ciertamente enunciar “principios” absolutos como que “estamos en contra de la intervención militar de las potencias occidentales sean cuales sean las circunstancias”. Eso no es una posición política, sino un tabú religioso. Podemos apostar sin riesgo ninguno que la intervención imperialista actual en Libia resultará muy embarazosa para las potencias imperialistas en el futuro. (…) La próxima vez que Israel bombardee a uno de sus vecinos, ya sea Gaza o el Líbano, la gente pedirá la creación de una zona de exclusión aérea. (…) Habrá que organizar piquetes delante de la Naciones Unidas en Nueva York para exigirlo. Todos debemos prepararnos para acciones de ese tipo, con desde ahora en adelante un potente argumento.”(Inprecor n° 571-572, marzo-abril 2011).
Sin volver al balance de la intervención en Libia y el análisis de Gilbert Achcar, una orientación política de ese tipo viene a decir que, siendo el movimiento obrero e internacionalista demasiado débil, no hay que dedicarse a reconstruirlo, sino más bien dar la ilusión que los estados imperialistas pueden actuar en el buen sentido y que habrá que prepararse mañana para exigir aún más de ellos. Y, en el peor de los casos, podremos de ese modo denunciarlos.
Es lo que hace el propio Achcar en su último libro “Síntomas mórbidos, la recaída de la sublevación árabe”, responsabilizando de la situación siria a los EEUU por no haber entregado armas a los rebeldes progresistas. De nuevo ahí, como si hubiésemos podido esperarnos a que lo hiciesen. De hecho, en 2014, los EEUU colaboraron estrechamente con el PYD, la franja más progresista en la lucha contra Daesh. Pero lo dejaron rápidamente tirado para reorientarse hacia su aliado turco.
Denunciar nuestro imperialismo sigue siendo una tarea prioritaria
No tener una política abstracta o dogmática es precisamente militar en función de lo que es nuestra realidad. No estamos en capacidad hoy de construir una solidaridad directa con pueblos insurrectos que padecen la guerra. No estamos en capacidad de obligar a nuestro imperialismo a adoptar una política que iría a favor de los y las oprimidas y de los y las explotadas.
Eso no significa que no podamos hacer nada. Debemos reconstruir el internacionalismo obrero. Eso pasa por pequeñas iniciativas – coordinadas con otras organizaciones de extrema izquierda -, que nos pondrán en mejor disposición para futuros retos militantes. Eso pasa también por la denuncia, en las empresas dónde intervenimos, de las políticas de las multinacionales cuyos intereses están en el origen de la situación.
Por último, debemos estar preparad@s para ir a contracorriente, para denunciar a nuestro imperialismo y para explicar que el problema no es no intervenir, sino precisamente las múltiples injerencias desde hace más de un siglo. Pedir el cese de los bombardeos en Siria, no es dejar a las poblaciones en manos de la dictadura y de los yihadistas, es al contrario dejar de favorecer las causas que las han hecho crecer.