Urgencia anticapitalista y revolucionaria

La situación mundial sigue caracterizándose por una profunda crisis económica. Si bien en algunos países las cifras de crecimiento pueden estar momentáneamente en alza, globalmente la tasa de ganancia mundial experimenta una tendencia a la baja con dos dimensiones: un declive secular, como el analizado por Marx, que no es una ley abstracta sino una realidad palpable. Esta tendencia histórica se combina con una crisis prolongada. Crisis que siguió al llamado período “neoliberal” de los años 80-2000 y que se hizo evidente para todos con la depresión de 2008.

Para tratar de aumentar su tasa de ganancia, la burguesía dirige una ofensiva en todos los terrenos, que desde entonces ha superado nuevos umbrales de violencia, con el objetivo de una reconfiguración global de su régimen de explotación y de su mecanismo de dominación. Las actuales catástrofes medioambientales y sanitarias son las expresiones más llamativas de ello.

El capitalismo con su lógica estructural pretende consumir cada vez más materias primas y energía. El objetivo del capitalismo es producir cada vez más y hacer cada vez más beneficios. El capitalismo no puede ser “verde”. El capitalismo destruye nuestro entorno y sus especies. Destruye nuestro planeta. De nuevo aquí, no puede haber una ecología consecuente sin una lucha consecuente contra el capitalismo y sin la comprensión que el único sujeto que puede acabar con el capitalismo y con el desastre ecológico que éste provoca es la clase obrera. Si compartimos ese análisis, debemos sacar las conclusiones pertinentes que eso conlleva en materia de implantación, de intervención y de orientación. En efecto, es la clase obrera la que es capaz, ligada con otros sectores, de imponer, frente a la catástrofe ecológica, un programa de transicion ecológico anticapitalista centrado en la puesta en tela de juicio de las energías fósiles y nucleares y sobre la necesidad de la planificación de la economía a escala internacional.

Pero es imposible entender la fuerza de la ofensiva reaccionaria, sexista, homófoba y racista y el resurgimiento de las corrientes de extrema derecha, tanto a nivel institucional como en las calles, fuera de esta urgencia por infligir una derrota decisiva a la clase obrera y a las luchas de los oprimidos. Una ofensiva que no está exenta de una resistencia a veces feroz, como lo demuestra la nueva ola de luchas feministas desde hace varios años.

La clase obrera mundial no está derrotada

Pero otro rasgo destacado de la situación es precisamente la ausencia de una derrota histórica de la clase obrera a nivel mundial. Su capacidad de movilización está claramente presente. Asistimos a una fase de desmovilización globalmente creciente desde 2011, y acelerada desde 2018. La lista de regiones y países afectados por las revueltas masivas es demasiado larga.

En la raíz de esta resistencia, cuya fuerza no deja de sorprender, se encuentra una reconfiguración de la clase obrera a gran escala. Este proceso está en marcha, pero también ha cruzado nuevos umbrales. Ahora estamos en medio de un “nuevo terreno” para la lucha de clases, con nuevos puntos débiles para el adversario y nuevos puntos fuertes para nosotros. La clase obrera en sentido amplio se está convirtiendo en la mayoría absoluta de la población mundial. La parte de nuestra clase empleada en la industria no está disminuyendo, al contrario. Se han creado nuevas concentraciones industriales en países antes considerados atrasados: China, por supuesto, pero también Turquía, Marruecos, Indonesia, Vietnam, Camboya… Pero en los viejos países industrializados, donde las fábricas no han desaparecido del todo, ni mucho menos, se están creando nuevas concentraciones obreras, diferentes a las del pasado: Walmart y Amazon están entre las mayores empresas del mundo, y el nuevo lugar del sector logístico ha creado nuevos “clusters” en el aparato capitalista de producción y distribución

Una nostalgia que no corresponde con la realidad

La idea de que “antes era mejor”, que el período conocido como los “30 años gloriosos” con sus grandes fábricas en los países ricos, con la ausencia de paro masivo, el empleo estable como norma y un movimiento obrero ciertamente burocratizado pero fuerte, constituye un doble error de perspectiva. Idealizamos un pasado en el que los revolucionarios a menudo tenían poco control sobre los acontecimientos, y borramos el potencial que ofrece el periodo actual.

La imagen de un pasado glorioso y pasado del movimiento obrero persigue los debates entre los revolucionarios. Pero, al fin y al cabo, ¿era mucho más fácil que hoy ser activista en la Alemania de finales del siglo XIX bajo las Leyes de Excepción, o incluso en la Francia de 1870, donde no existían los contratos fijos ni las grandes fábricas? Olvidamos que en estos periodos de “gloria” fue decisivo el papel del factor subjetivo: el papel de los trabajadores revolucionarios unidos por un proyecto político y estratégico colectivo, que supieron aprovechar las condiciones objetivas para construir conscientemente con medios a menudo muy débiles, en muchos aspectos más débiles que los actuales y a pesar de importantes obstáculos, un movimiento obrero independiente de la burguesía y masivo, con vocación mayoritaria.

Hoy también hay obstáculos muy importantes, pero también hay potencialidades importantes. La situación es muy diferente a la del pasado, eso es evidente, y no bastará con reproducir los métodos del pasado, ni siquiera los mejores. Pero toda la cuestión consiste en comprender la necesidad de situarse en una posición que permita construir a lo largo del tiempo para aprovechar las oportunidades reales que ofrece la situación, que se destacan muy poco en nuestros debates.

El movimiento campesino indio, por ejemplo, consiguió hacer retroceder al gobierno ultrarreaccionario de Modi al final de un largo y masivo movimiento, histórico por su alcance. Este movimiento utilizó formas de lucha innovadoras, a menudo similares a las del movimiento obrero (manifestaciones, bloqueos, asambleas generales), en uno de los países donde la clase obrera es la más numerosa del mundo. Está claro que esta victoria por sí sola no augura una inversión del equilibrio global de poder entre las clases. Pero debe ayudarnos a tomar la medida de las posibilidades a su escala para que los revolucionarios vinculemos nuestras ideas a nuevas fuerzas sociales, más o menos importantes según la situación, pero reales, que son potencialmente portadoras no sólo de posibilidades de lucha y victorias puntuales, sino también de demostraciones de que es posible que nuestra clase gane y construya otra sociedad.

Las consecuencias contradictorias del debilitamiento del movimiento obrero tradicional

El debilitamiento e incluso la descomposición del movimiento obrero tradicional tiene un doble aspecto: participa en la degradación de la relación de fuerzas, pero también abre nuevas posibilidades… ¡si hay alguien que las aproveche! El movimiento de los Chalecos Amarillos en Francia es un ejemplo típico. Una de las causas fundamentales de su aparición es la incapacidad y falta de voluntad del movimiento obrero oficial para enfrentarse de alguna manera al poder de Macron. Sin embargo, este movimiento tuvo, al menos durante un tiempo, un efecto desestabilizador sobre el gobierno, que se tambaleó durante unos días. El problema no era el carácter clasista de este tipo de movimiento, inevitable sobre todo teniendo en cuenta las actuales condiciones convulsas del sistema capitalista, sino la incapacidad del movimiento obrero, incluida su ala revolucionaria, de intervenir en la situación abierta por este movimiento con una perspectiva propia, identificable, capaz de proponer objetivos y métodos propios de nuestra clase. Adaptarse a este tipo de movimiento, o por el contrario criticarlo desde la barrera, ha sido la suerte común de casi todas las corrientes.

No tiene sentido lamentar el debilitamiento de las organizaciones tradicionales. Pero aprovechar las oportunidades para intervenir, en las empresas, en la juventud y en los movimientos sociales que inevitablemente volverán a estallar: eso es vital para nosotros. Los revolucionarios han estado durante mucho tiempo confinados en los márgenes de la clase obrera, del movimiento obrero y de la escena política en general. La descomposición de la socialdemocracia y del estalinismo no sólo implica retrocesos sino también obstáculos que desaparecen para nuestra intervención. No basta con querer avanzar: los obstáculos son numerosos y hasta cada vez más complicados. Pero hay que ver la oportunidad para aprovecharla. Y debemos tener la voluntad de hacerlo.

Inestabilidad crónica y tensiones interimperialistas

La situación se caracteriza, pues, por una inestabilidad crónica, alimentada no sólo por una crisis endémica y por luchas populares masivas, sino también por una agudización de las tensiones interimperialistas. La retirada del ejército francés de Malí, que en realidad forma parte de un redespliegue imperialista regional, no puede entenderse al margen de los planteamientos de Rusia y otras potencias en África.

El actual recrudecimiento de la tensión en Ucrania no desembocará necesariamente en un conflicto armado a gran escala, pero indica que las rivalidades de las grandes potencias están adquiriendo una nueva agudeza y pueden acentuar la dinámica de las crisis políticas. Nuestra implacable oposición a cualquier intervención imperialista de la OTAN debe, obviamente, trazar una clara línea de distinción con todos aquellos que adornan a Putin con virtudes antiimperialistas. Nuestra oposición a la guerra y a cualquier tipo de injerencia de nuestros gobiernos imperialistas en particular es fundamental. No nos engañan las palabras hipócritas sobre los derechos de los pueblos: el régimen ucraniano no respeta los derechos de los rusoparlantes, lo que a su vez los empuja a los brazos de Rusia. En Ucrania y en toda la región, sólo una intervención propia de los trabajadores podrá revertir decisivamente las acciones de las diferentes fracciones de la burguesía, ya sean imperialistas occidentales, rusos o indígenas.

La derrota del imperialismo más poderoso del mundo en Afganistán tiene y tendrá repercusiones a largo plazo. Es imposible predecir quién se beneficiará al final en términos de poder, pero también en términos de clase. Lo cierto es que la lección debe beneficiar a nuestro campo social: la potencia más formidable de todos los tiempos no es invencible y, por tanto, nos corresponde construir nuestra propia salida, nuestro propio programa de emancipación, un programa comunista, frente a la barbarie capitalista que marcha ante nuestros ojos.

Ningún sustituto electoral y reformista

El callejón sin salida que representan las corrientes reformistas o nacionalistas burguesas no es nuevo, pero merece ser actualizado, subrayado y explicado a nuestros círculos.

Las victorias electorales reales (Chile) o potenciales (Brasil) de la izquierda alimentan de hecho las ilusiones sobre la posibilidad de crear nuevas fuerzas neorreformistas capaces de cambiar el equilibrio de poder, especialmente a través del proceso electoral. Incluso dentro de nuestras propias filas, la idea de que es fundamental cambiar el equilibrio de poder para elegir gobiernos de izquierdas dirigidos por fuerzas desprovistas de todo programa socialista y con vínculos a veces tenues con la clase obrera debe combatirse no sólo con la ayuda de nuestros argumentos teóricos de la tradición marxista, sino también a la luz de la experiencia más reciente. La llegada al poder de Tsipras, percibida por la mayoría del movimiento de masas como un sustituto de la fuerza de nuestras propias luchas, no fue un punto de apoyo hacia ninguna ruptura con el capitalismo, ni siquiera hacia la constitución de un “gobierno obrero” como lo preveían los primeros congresos de la Internacional Comunista, sino un camino hacia una degradación de la relación de fuerzas a causa de ilusiones no combatidas en la teoría y en la práctica.

Por supuesto, debemos esforzarnos constantemente por ser el ala marchante y unificadora del movimiento de masas y, por lo tanto, dirigirnos a las fuerzas vinculadas a la clase obrera y llevar a cabo una política de frente único hacia ellas, dirigiéndonos a ellas con propuestas de acción conjunta sobre las cuestiones candentes para nuestra clase. Sin embargo, nuestro papel es crear una clara línea de demarcación política, comprensible para los trabajadores conscientes, entre estas fuerzas políticas y nuestro proyecto, entre estas organizaciones y la nuestra.

Las distintas organizaciones vinculadas a la Cuarta Internacional en Brasil parecen haber mayoritariamente decidido apoyar una coalición con Lula, una “federación de partidos” con la Rede Sustentabilidade, un partido que votó por el impeachment de Dilma Roussef y por la reforma de las pensiones. Una elección que presagia el abandono de una candidatura del PSOL en las elecciones presidenciales. Más allá de las cuestiones de táctica electoral, lo que se plantea es la cuestión de la independencia de clase. ¿Somos capaces de defender una política de clase propia, anticapitalista y revolucionaria, distinta de las distintas opciones de parcheo del sistema capitalista, que invariablemente conducen al desencanto?

Las divergencias tácticas y el objetivo estratégico de un partido revolucionario

Podemos tener diferencias tácticas, e incluso desacuerdos muy serios sobre el camino que debe llevarnos a la revolución, a la toma del poder y a la construcción del comunismo. Pero no debemos perder de vista, no debemos cortar el hilo que une los debates sobre las opciones entre tal o cual opción táctica y el objetivo de derrocar el poder burgués.

En particular, no debemos evacuar el objetivo de construir un partido revolucionario, una internacional revolucionaria a un horizonte lejano que no influye en nuestras opciones actuales. Ese hilo estratégico debe volver a ser nuestro objetivo, y nuestra orientación para la situación actual debe determinarse en base a ese objetivo. El texto internacional : “Aprovechar las ocasiones, construir una internacional para la revolución y el comunismo”  de nuestra plataforma internacional para el último congreso mundial guarda su actualidad plena y entera.

Esta plataforma de Congreso se ha convertido en una tendencia permanente: la Tendencia por una Internacional Revolucionaria (TIR) con el objetivo de seguir con esos debates dentro y fuera de nuestra internacional. Desde nuestro punto de vista optar, por ejemplo, por apoyar a Lula, especialmente después de las experiencias de los últimos 20 años, es un grave error. No sólo en referencia con los principios, alejados, por ejemplo, con la práctica de la socialdemocracia alemana durante sus días de gloria, o con la del partido bolchevique antes de su estalinización, o la del PC alemán a principios de los años 20, etc. sino un grave error en relación con las posibilidades reales para los revolucionarios para proponer, a veces con otros anticapitalistas, una política obrera, combativa y lucha de clases propia, que articule nuestras ideas revolucionarias en un lenguaje contemporáneo y popular, y que se traduzca en una práctica identificable, que se encarne en activistas capaces de mostrar aquí y ahora lo que significa enfrentarse a los capitalistas, disputar su poder y hacer vislumbrar la posibilidad de una sociedad comunista.

Juliette Stein, Xavier Guessou y Gaël Quirante, militantes del NPA, miembros de su dirección, de Anticapitalisme et Révolution y de la TIR