
El pasado 15 de diciembre se inauguraba la sede estatal de Izquierda Anticapitalista Revolucionaria IZAR en Granada con la presentación del libro “Las voces que no callaron. Flamenco y Rebeldía” (Editorial Atrapasueños, 2020) del cantaor Juan Pinilla. La obra que se presentó es un recorrido por la historia del flamenco desde el punto de vista de la implicación de sus protagonistas en los avatares políticos de su tiempo. Y como el libro, la presentación del mismo también partió de una pregunta cuya respuesta vertebra toda la obra: ¿se callan las/los flamencos? ¿Se han callado?
A lo largo de sus páginas, llenas de anécdotas, de escenas, de momentos, recuerdos y vivencias, el cantaor nos va desgranando cómo el flamenco no ha callado, sino que se ha ido inmiscuyendo en los acontecimientos, como arte vivo que es. Y comenzando por algún principio, la presentación sobrevoló el siglo XIX, en el que el capitalismo se construía y se extendía por el mundo, y que en el estado español fue la centuria de los pronunciamientos, de las guerras carlistas, de la lucha entre el liberalismo y el absolutismo, el siglo de Mariana Pineda, de Torrijos, de “La Gloriosa” o del ocaso definitivo del otrora imperio donde no se ponía el sol, hechos que de una u otra forma se reflejaron en actitudes, letras y vivencias flamencas.
Y al compás de la lucha de clases que fue cincelando la sociedad del Estado español, el flamenco fue creciendo junto a las contradicciones del siglo XX. Así queda reflejada, por ejemplo, la injusticia de los llamamientos a la guerra de Marruecos, aventura colonial para mayor gloria de grandes burgueses, frente a los cuales los más pudientes podían librarse pagando una suma de dinero, siendo sustituidos por la “morralla”, por l@s trabajador@s, por l@s más pobres. Y por supuesto, también se reflejaron los tiempos convulsos de la II República y de la Revolución española. Tiempos en los que no dejamos de encontrarnos con recuerdos que nos hablan de implicación, de represión y de olvido.
Dignas de escuchar y de leer son, entre otras muchas, las historias de Juanito Valderrama y el grupo de retaguardia, la participación de flamencos en la resistencia al fascismo (hoy parece increíble recordar el nombre de “los faraones antifascistas”), las letras del Fanegas hablando de revolución, la forma en que Luis Caballero se entera del fusilamiento de su padre, el cante de la Niña de los Peines con las banderas republicanas, o la letra de los campanilleros compuesta por el padre de la Niña de la Puebla, militante de CNT, y que fue cantada por Juan Pinilla, convirtiéndose en uno de los momentos de mayor fuerza vividos en la presentación
A las ilusiones y a la revolución sucedieron la represión y la larga noche del franquismo. Hambre, cárcel y persecución que empezaron el mismo 18 de julio de 1936 y continuaron impunemente. Y también momento de adocenamiento del flamenco, que quedó recluido al disfrute de los señoritos en los cortijos, en un contexto en el que la dictadura construyó una imagen de su España esencialista, apropiándose de costumbres y formas de expresión populares, muchas de ellas de Andalucía. Se desarrollaba así el nacional-flamenquismo.
Sin embargo, por su propia naturaleza popular, patrimonio de gentes nacidas en contextos de pobreza y miseria, la última etapa del franquismo vería desarrollarse un flamenco contestatario, con nombres como Manuel Gerena, Paco Moyano, El Cabrero, Antonio Gades… O el cantaor Chanquete y el tocaor Francisco Manuel Díaz, los cuales estuvieron también en la presentación. Nombres que tuvieron gestos, que se implicaron, que sufrieron torturas o detenciones, y que pusieron su música al servicio de la transformación de la sociedad. Y también nombres que dejaron de tener una idea clara sobre lo que pudo haber sido y lo que sin embargo fue aquella Transición. Paco Moyano no tuvo dudas al señalar que “han cambiado el chasis, pero en el fondo es lo mismo, con la única salvedad que antes íbamos en burro y ahora vamos en coches”, al igual que Manuel Gerena : “yo luché por la democracia, pero no por esta democracia”.
Son historias de pelea, de implicación, de simpatía hacia el progreso. Pero como otras cosas dentro de la historia reciente, es el olvido y la manipulación de la memoria los que imperan. Como dice Juan Vergillos, “se habían dado muchas décadas de silencio a propósito de estos hombres y mujeres flamencos que dieron su vida por una idea de España que ellos creían que era mejor. Son más de ocho décadas de silencio, olvido y miedo…” Libros como el de Juan Pinilla, ayudan a recuperar una memoria perdida mostrando que el flamenco no calló. Y, aunque en dosis diferentes y como se señaló en la presentación, sigue sin callar.
Las voces que no callarán: Ateneo La Morrallita
Según el diccionario de la RAE, la morralla es “un conjunto o mezcla de cosas inútiles y despreciables” o, en una segunda acepción, “multitud de gente de escaso valer”. Es decir, la morralla es aquello que no vale, que se desprecia, que no sirve, que se mira por encima del hombro. Y si pensamos el mundo en que vivimos…miseria, explotación, manos que se enriquecen a costa del trabajo de otros…miles de millones de personas que se ven obligadas a trabajar hasta dar su salud, sea la física, la mental o ambas, a entregar sus mejores años a cambio de salarios miseros, buscándose la vida, teniendo que jugársela en pateras lejos de su gente y sus familias…todas esas personas, para los de arriba, para los que viven de nuestro sudor, no son más que eso, morralla.
Pero como dice la canción de Carlos Cano, por la cual se decidió ese nombre que puede resultar a primera vista un tanto llamativo, “de esa morralla, morrallita soy yo”. De la que hace que las cosas funcionen, de la que con su trabajo genera una riqueza que luego se llevan otros. Esa morrallita que es la que sabe hacer las cosas porque los patrones no tienen ni idea: la que construye, la que cultiva, la que transporta, la que limpia, la que cuida, la que pesca, la que aprieta las tuercas y tornillos…Y no solo eso, sino que cuando esos despreciables, esa morralla, decide parar, todo se para. Ahí es donde este mundo construido sobre la desigualdad y la explotación se desnuda y se muestra tal como es. No hay sitio donde la morralla no deje de sufrir. Pero tampoco donde deje de luchar. Y esa morralla, trabajadores y trabajadoras, es a la que con orgullo de clase reivindicamos y a la que pertenecemos.
El día 15 de diciembre se inauguró este humilde proyecto que se pone al servicio de esa morrallita, de “esa que nunca ni pa dios calla”, con todo el orgullo y la rabia de clase, al servicio de aquellos colectivos y movimientos que lo precisen, porque hay que tener clara una cosa: este mundo puede cambiarse. Y puede hacerse porque a pesar de los desprecios de los de arriba, quien tiene el poder, quien tiene la fuerza y a quien más temen, es a los trabajadores y trabajadoras cuando se organizan y deciden poner punto y final a esta historia.