En la noche del 7 el 8 de noviembre de 1919, miles de policías en todo EEUU participaron en una serie de acciones violentas en que fueron golpeados y arrestados cientos de extranjer@s y ciudadan@s estadounidenses registrad@s o bien sólo simpatizantes del movimiento obrero. Durante las que fueron llamadas “redadas Palmer”, por el jefe del departamento de Justicia que las había organizado, los 3 meses siguientes, unas 10.000 personas fueron detenidas, casi todas extranjeras, y otro centenar fueron deportadas a sus países de origen.
Aunque A. Mitchell Palmer finalmente fue derrotado y su estrategia abandonada, sus redadas marcaron un punto de inflexión en la historia de un país que construyó una parte importante de su identidad sobre la inclusión y apertura.
Desde hacía ya bastante tiempo EEUU había emprendido el camino del cierre y el nativismo. El movimiento prohibicionista, que justo en esos años había logrado imponer su visión en todo el país, tenía sus bases en el creciente sentimiento de alienación experimentado por l@s norteamerican@s que vivían en las zonas rurales respecto a las ciudades, cada vez más ricas y centrales en la vida del país, pero también más cosmopolitas e internacionales. Políticos y columnistas cabalgaban sobre estos sentimientos, alimentando sospechas e intolerancia. Fue lo que los historiadores han llamado el primer “periodo populista de la historia de EEUU.
Este tipo de hostilidad no siempre tuvo una matriz estrictamente política. Era sobre todo una cuestión racial y religiosa. L@s extranjer@s y “no american@s” contra quienes se concentró el rechazo y la polémica eran católicos italianos y polacos, ortodoxos rusos y judíos. Los negros, liberados de la esclavitud entonces desde hace poco más de una generación, eran un objetivo igualmente frecuente.
Pero con el paso del tiempo, las cuestiones económicas y políticas se hicieron más centrales. L@s extranjer@s eran generalmente habitantes de las periferias de los grandes centros, casi siempre obrer@s de la industria y muy a menudo formaban parte de sindicatos u otras organizaciones del movimiento obrero. El temor de que est@s extranjer@s quisieran derrocar, además de las costumbres y la religión, también el sistema económico de l@s “verdader@s american@s”, se difundió cada vez más. Después del triunfo de la Revolución bolchevique en Rusia en 1917, el temor a una insurrección social escaló las jerarquías de las preocupaciones de los periódicos y los políticos conservadores.
Así comenzó el primer “terror rojo”, el período de paranoia de una revolución socialista inminente en los EEUU (primero para distinguirlo del segundo y más famoso, después de la Segunda Guerra Mundial e históricamente asociado al senador McCarthy). Woodrow Wilson, el ex rector de la prestigiosa universidad de Harvard, epresidente con el Partido Demócrata, fue su portavoz. “Los discípulos de Lenin están entre nosotros”, dijo en 1919. “Son veneno en las venas del pueblo estadounidense libre”. Unos años antes había descrito quiénes habían traído ese veneno: hombres de las “clases bajas de Italia, Hungría y Polonia”.
En alimentar la paranoia estaba el hecho de que fueron años de tensiones muy fuertes en los centros de trabajo. L@s trabajador@s básicamente no tenían derechos y los abusos, accidentes y violencia en la floreciente industria del país eran muy frecuentes. El movimiento sindical estaba tomando forma, y las huelgas a menudo terminaban con enfrentamientos entre manifestantes y milicias armadas de los grandes grupos industriales, a veces apoyadas por la policía y el ejército regular.
Cuando comenzaron las primeras dificultades económicas debido a la desmovilización de la industria de guerra, los enfrentamientos se hicieron mucho más duros y violentos. L@s anarquistas, muy a menudo de procedencia italiana, iniciaron una campaña de atentados en el país contra los políticos considerados responsables de la represión. Sólo en el año 1919 hubo más de una decena de ataques explosivos y fueron enviadas casi 40 cartas-bomba.
Con las elecciones presidenciales de 1920 numerosos políticos demócratas y republicanos eligieron a trabajador@s afiliad@s a organizaciones obreras, acusados de querer subvertir el orden social tradicional estadounidense, como chivo expiatorio de sus campañas presidenciales. Alexander Mitchell Palmer, jefe del departamento de justicia, se encargó de ello en el Partido demócrata. Quien llevó a la práctica sus palabras fue su joven mano derecha, Edgar J. Hoover, que en uno años escalaría la jerarquía política estadounidense convirtiéndose en el primer jefe del FBI y mayor enemigo de la clase trabajadora de EEUU en una generación.
El plan de Palmer era relativamente simple: durante todo el año que precedió a las elecciones tenía la intención de usar sus poderes para realizar una serie de operaciones masivas y espectaculares con las que golpear los lugares de reunión del movimiento obrero estadounidense. Las redadas deberían haber sido muy publicitadas y haber terminado con la expulsión de miles de trabajador@s extranjer@s y “fals@s estadounidenses”.
La primera operación de este tipo tuvo lugar la noche del 7 de noviembre de 1919, un día elegido no por casualidad: era el 2º aniversario de la Revolución de Octubre. El objetivo eran las oficinas de la Unión de Trabajadores Rusos, una pequeña organización de inspiración anarquista, compuesta por unos 10.000 emigrantes rusos. A lo largo de la noche, miles de policías y agentes del departamento de Justicia atacaron la sede de la organización en 12 ciudades. Más de 1.182 personas fueron arrestadas e interrogadas, pero un número aún mayor fueron detenidas y luego liberadas.
El periódico New York World, que también apoyaba a Palmer y sus redadas como gran parte de la prensa, escribió que después del ataque, la sede de est@s trabajador@s parecía como si”una bomba hubiera estallado en su interior”. Sillas, escritorios y muebles estaban destrozados por todas partes, pedazos de papel esparcidos por el edificio estaban manchados de sangre, mientras que la mayoría de los arrestados habían salido del edificio con las cabezas heridas y vendadas.
No todas las personas implicadas eran militantes o activistas. La policía puso su objetivo hasta en salones de baile, restaurantes vegetarianos y colectas de fondos para funerales. Y no solo estaban involucrados extranjer@s. La activista feminista de origen ruso Emma Goldman vio cómo le era retirada su nacionalidad estadounidense por una interesada interpretación de sus palabras y fue expulsada junto a cientos de militantes del movimiento obrero. Las redadas de Palmer alcanzaron su punto máximo el 2 de enero de 1920, con operaciones en más de 30 ciudades. Esta vez fueron puestos en la diana l@s militantes y estructura de los 2 partidos comunistas estadounidenses, que en su conjunto no llegaban a 40.000 miembros, el 90% de l@s cuales eran inmigrantes.
Justo cuando parecía que estas operaciones no se iban a detener, llegó una reacción. Por una serie de coincidencias, el cargo de Secretario de Trabajo fue asumido por Louis Freeland Post, un activista de derechos de l@s trabajador@s con un extraño parecido con el líder soviético León Trotsky. Como responsable de Trabajo, un experimentado administrativo que conocía todas los entresijos de la burocracia estadounidense, era responsable de la inmigración y, por lo tanto, también de las expulsiones. Desde su posición de fuerza, comenzó a frustrar paso a paso las políticas de persecución del movimiento obrero de Palmer y Hoover.
Post consiguió bloquear gran parte de las expulsiones y proporcionó al Congreso la información necesaria para preparar un largo informe en el que se acusaran los métodos anticonstitucionales de sus rivales, completados con fotografías y testimonios de la violencia ejercida. Palmer y Hoover respondieron acusando a Post de ser un peligroso bolchevique n el gobierno federal y elevando aún más el tono de la polémica política. El movimiento obrero, dijeron, se estaba preparando para una insurrección masiva para el Primero de Mayo de 1920.
Cuando faltaban pocos días para la fecha, la situación política de EEUU se encontraba en máximo estado de tensión. La policía de Nueva York fue puesta en alerta las 24 horas del día, se instalaron ametralladoras en lugares clave de Boston y la policía de Chicago llevó a cabo 360 arrestos preventivos contra sindicalistas y militantes del movimiento obrero. Cuando el Primero de Mayo tuvo lugar sin incidentes significativos en todo el país, la campaña de Palmer y Hoover sufrió un golpe del que nunca más se recuperaría.
Alexander Mitchell Palmer perdió las primarias del Partido Demócrata, así como la de su partido los 3 políticos republicanos que habían apoyado su campaña. El ganador de las elecciones al final fue Warren Harding, un republicano moderado quien llegó a afirmar que “se había dicho demasiado sobre el bolchevismo” y que creía que era más que nunca necesario un “retorno a la normalidad”.
Aunque un total de aproximadamente 10.000 personas fueron arrestadas en las redadas de Palmer, gracias a los esfuerzos de hombres como el Post, el número de expulsad@s de EEUU fue inferior a 600. Pero si estos políticos progresistas habían ganado la batalla contra las deportaciones, otro enfrentamiento acabó perdiéndose. En 1924 fue aprobada Johnson-Reed Act, una ley que establecía un estricto sistema de cuotas de admisión en EEUU, diseñada con el objetivo de mantener la composición étnica y nacional que el país tenía en ese momento.
Tristemente 10 años después fue esta misma ley Johnson-Reed la que hizo imposible la fuga de miles de judíos de Europa que buscaban en EEUU la salvación de la persecución nazi.