«Somos la generación que luchó y consiguió una vida mejor para sus hij@s. Ahora están poniendo el futuro de nuestras hijas y nietas en peligro». Así comienza el manifiesto de l@s yayoflautas, el colectivo formado por las personas mayores del movimiento 15M. En enero, el colectivo Feministas en Lucha de Málaga ha dedicado su acto del día 25 a poner de relieve la pelea incansable de muchas mujeres por acabar con una clase de violencia practicada desde el poder y la sociedad contra nuestras mayores: la discriminación e invisibilización de las pensionistas.
Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), con fecha de 1 de julio de 2016, en el estado español estaban censad@s cerca de 23 millones de hombres y más de 23,5 millones de mujeres. Este dato no nos resulta sorprendente, ya que, a pesar de que desde la etapa de la niñez hasta la mediana edad los hombres superan en número a las mujeres, a partir de los 65 años comienza el aumento porcentual de ellas: el mundo de la tercera edad es, mayormente, femenino. Sin embargo, y a pesar de la mayor esperanza de vida de las mujeres, es una realidad de la que se habla poco, o nada. Se silencia, carece de interés. Raramente, y casi siempre de manera costumbrista, los medios se acuerdan de las viudas -ignorando la realidad de muchas mujeres que no se casaron- y sólo en muy contadas ocasiones se habla de la situación de vulnerabilidad de las pensionistas.
Desde el punto de vista social, la exclusión de las mujeres mayores se manifiesta en la creencia arraigada de su inutilidad, excluyéndolas de la toma de decisiones y asignándoles estereotipos negativos dada su doble condición de mujeres y ancianas: se las considera torpes, egoístas e infantiles, incapaces de gestionar su propia vida.
Por otro lado, desde las instituciones, la falta de servicios y ayudas dirigidos a este colectivo es alarmante. En el estado español, se ha dado una clara diferenciación de roles entre el hombre -mayoritariamente, el proveedor de recursos– y la mujer -responsable del hogar y/o del cuidado de los hijos y demás personas dependientes. Este modelo se ha ido diluyendo a medida que la mujer ha entrado en el mercado laboral. No obstante, aún existe esa brecha de género en cuanto a participación en el hogar y trabajo remunerado: un 40% de las mujeres españolas mayores de 65 años, han trabajado menos de 10 años. ¿Puede vivir dignamente una mujer que no ha cotizado los años suficientes para tener acceso a una pensión contributiva? La realidad nos dice que no: la falta de recursos de las mujeres en edades avanzadas facilita el riesgo de pobreza persistente; de hecho, el riesgo de pobreza de las mujeres es un 12% superior que el de los hombres. Como consecuencia de ello, muchas pensionistas no tienen acceso a los servicios mínimos: luz, agua, techo y comida, dándose situaciones de precariedad que ponen en riesgo sus vidas -tal y como sucedió en el caso de Rosa, la anciana de Reus que murió entre llamas y humo después de dos meses sin suministro eléctrico por impago. En ocasiones, además, muchas se ven obligadas a trabajar más allá de los 65, con sueldos irrisorios y condiciones lamentables.
La edad no puede ser motivo de exclusión social. Las mujeres mayores no deben superar una doble barrera, por género y además por edad. La edad debe ser la oportunidad para las mujeres mayores de conquistar espacios que les han sido hasta ahora inaccesibles.