
La inflación y la escasez como resutado, el descontento social acumulado durante meses y la corrupción se cobraron las primeras víctimas politicas en uno de los países mas pobres de Asia el pasado julio en una inedita demostración de fuerza popular que acaba con 3 décadas de dominio del mismo clan familiar pero que no romperá con los acuerdos económicos con el FMI que desangran a las masas populares. Pese a que la contestación social parece estar lejos de haber acabado, el cierre político en falso de la revuelta de este verano para convencer a los mercados y la repression ha atenuado la intensidad de las calles.
Miles de personas llevaban al menos 4 meses organizando protestas constantes para exigir que el presidente Gotabaya Rajapaksa y su círculo íntimo dimitieran por la mala gestión de la economía y corrupción. En marzo
el aumento del 80% del precio de los alimentos hizo casi desaparecer el arroz de las tiendas y la rupia ha perdido casi la mitad de su valor. Las colas interminables para adquirir productos básicos, los cortes de energía y la fuerte escasez de combustible echaron más gasolina a la cólera social en primavera. Las comtinuadas protestas en abril y mayo consiguieron que el sobrino y 3 hermanos, entre ellos el entonces primer ministro y el ministro de Finanzas, dejaran sus cargos oficiales.
Tras una anterior manifestación en Colombo que rodeó la residencia presidencial a finales de marzo, el 1 de abril Rajapaksa declaró la “emergencia pública nacional” y otorgó a las autoridades poderes para detener a personas sin orden judicial y bloqueó las plataformas de redes sociales, junto con una fuerte represión policial y la detención de cientos de manifestantes que desafiaron el toque de queda. Tambié ese mes de abril el gobierno dejó de pagar la deuda externa de 50.000 millones de dólares al FMI, por lo que repetinamente las miradas de los mercados internacionales se concentraron en la “calma tensa” de esa empobrecida excolonia asiática, un bomba de relojeria a punto de estallar.
Con el precedente de la huelga estudiantil el día anterior y el consecuente toque de queda en la provincia de la capital que caldearon los ánimos, el 9 de julio se congregaron cientos de miles de personas procedentes de todo Sri Lanka, que habían llegado a pie desde muy lejos, ocupando trenes y en autobuses gratuitos, para lo que los organizadores sindicales habían prometido que sería el “empujón final”, desbordó el gran despliegue de policías y soldados, rompió las barricadas y logró soportar los gases lacrimógenos para irrumpir en la residencia oficial y las oficinas del presidente de Sri Lanka, Gotabaya Rajapaksa, y del primer ministro, Ranil Wickremesinghe, quienes habían huido minutos antes de que entrara la muchedumbre.
La toma de la residencia y la oficina presidencial produjo escenas, muy difundidas en las redes sociales y la televisión, de enormes multitudes festivas de trabajador@s de Sri Lanka que exploraban unos espacios lujosos que hasta hace poco estaban fuera de su alcance. Su comportamiento lúdico y a veces burlón se vio atenuado por el respeto a las propiedades como algo perteneciente al propio pueblo. La suntuosa residencia se transformó en una “casa del pueblo” y durante días la población marchó allí para hacer pasar a la historia el reinado del presidente, que prometió dimitir antes del día 13, manteniendo en secreto su paradero esos días.
El presidente del parlamento asumió el vacío de poder reinstaurando el toque de queda y llamando a “eliminar la amenaza fascista” y a los militares para restablecer el orden. El miedo superado el 9 de julio a un incremento de la represión hizo efecto: los manifestantes pusieron fin a las ocupaciones y paradójicamente en todo el país celebraron el éxito de la “aragalaya”, la lucha del pueblo. El parlamento, dominado por miembros del partido de Rajapaksa, Sri Lanka Podujana Peramuna (SLPP), se presentará a las nuevas elecciones y si gana, es dudoso que cualquier gobierno nuevo tenga la credibilidad suficiente ante el movimiento de protesta como para restablecer la paz social. Después de 450 años de colonialism y 40 años de neoliberalismo, corrupción y crisis política, las masas en Sri Lanka han dicho “basta”.