Septiembre 2008-septiembre 2018. Han pasado 10 años del crack de Lehman Brothers y del inicio de la crisis capitalista en la que seguimos a día de hoy nadando. No era una crisis económica más del siglo XX sino un final, el del modelo económico hegemónico tal como lo habíamos conocido. Dentro de miles de años, cuando las y los historiadores del futuro analicen nuestro confuso presente, la fecha del 15 de septiembre de 2008, el día en que quebró el instituto bancario fundado en 1850 en Alabama, será considerada un punto y aparte como la de la Revolución Francesa o el descubrimiento de América, y mucho más que el 11 de septiembre.
Lehman Brothers era un caballo que más que correr galopaba desenfrenado en Bolsa. En ese momento pocos economistas y líderes políticos se dieron cuenta del alcance real del hecho: en una sola noche el único mito del siglo que había sobrevivido a dos guerras mundiales, el del libre mercado y la “mano invisible” que velaba por esa leyenda urbana llamada clase media, aumentando progresivamente su riqueza, se había derrumbado sobre sus pies de barro cayendo por el desagüe de la historia y nada volvería a ser como antes para el capitalismo.
El joven economista Micheal Pearce lo explicó en la CNN bastante bien: “Si cogierais a los mejores economistas de la tierra en 2007 y los transportarais al 2018, mostrándoles cómo en solo 10 años los bancos centrales han inyectado 9 billones de dólares a la economía global para intentar revivirla sin éxito, nadie lo habría creído”. No es fácil cambiar un modo de pensar, sobre todo si ha estado enraizado en la mentalidad de l@s trabajador@s durante siglos. Pero las cifras de este crack, publicadas por la revista New York Magazine, no dejan lugar a dudas, incuso al más incurable de los optimistas.
Del 2007 al 2013 el salario medio, considerando al conjunto de l@s trabajador@s estadounidenses, disminuyó en un 70%. En la década de 2008-2018, el endeudamiento medio de las familias aumentó un tercio, rompiendo el muro del billón de dólares. La cuenta recae aún más a diario sobre las espaldas de las minorías en Norteamérica: la hispana ha visto reducir su riqueza en un 66%, la afroamericana en un 55%, mientras que en el caso de l@s blanc@s solo un 16%. Por no hablar de la llamada “generación maldita” de los 30 años: la riqueza de alguien nacido en los años 80 es un 34% inferior a la de la generación anterior con la misma edad.
Y todas estas cifras son de EEUU, un país en cualquier caso en crecimiento, donde la Bolsa se encuentra en máximos históricos y el paro en mínimos, un 4%. Imaginémonos las del estado español, Italia o Grecia donde los datos de desempleo juvenil y de deuda pública tan disparados son tan deprimentes, de manera que para evitar que se haga como las ballenas, que van a suicidarse a la playa, se ha decidido borrarlos de la conciencia colectiva con potentes y letales armas de distracción: la inmigración y seguridad. Diez años después de aquella quiebra, el fango hunde a la clase trabajadora occidental y el descrédito de la política, incapaz ahora de domar a la economía para la inmensa mayoría, cotiza al alza.