El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, ha llevado a cabo un claro golpe reaccionario en Hungría, impartiendo un nuevo giro bonapartista a su régimen. Los sueños similares de Matteo Salvini en Italai y Santiago Abascal aquí explican sus rápidos aplausos al primer ministro. Aprovechando la emergencia sanitaria causada por la expansión del coronavirus, Orbán ha concentrado en sus manos poderes excepcionales sin límites de tiempo, incluido el de prolongar el estado de emergencia ya vigente de forma indefinida.

Más que una crisis sanitaria, como en el resto de Europa, lo que ha estado sucediendo durante días en Hungría es una crisis de democracia que alcanzó su clímax el pasado 30 de marzo. Aprovechando la emergencia causada por la pandemia, Viktor Orbán aprobó una ley especial del parlamento (153 votos a favor de 190, solo 53 en contra), que le otorga plenos poderes por un período ilimitado de tiempo. Con la excusa de contener la propagación del virus, el primer ministro ahora puede gobernar el país con decretos, decidir sobre un posible cierre del mismo parlamento, suspender o cancelar las elecciones, cambiar o derogar las leyes existentes.

Las nueva legislación aprobada reglas también permite penas que pueden alcanzar hasta 8 años de prisión para quienes, dando positivo, no respeten la cuarentena, mientras que incluso la pequeña prensa que aún está libre corre el riesgo de sanciones severas, hasta un máximo de 5 años de prisión, si es responsable de difundir “noticias falsas” (falsas para el régimen). Una bestialidad. Todo el país en manos de un solo hombre y su partido Fidesz, que gracias a algunos votos de la extrema derecha, votaron sobre el nuevo paquetazo de medidas que dejarán de estar vigentes solo si y cuándo lo decida el propio Orbán. Cualquier intento por parte de la oposición de poner un límite de 90 días al poder absoluto fue inútil. “La oposición está del lado del virus”, dijo el primer ministro con su retórica habitual.

Las “leyes especiales” no son inéditas para la Hungría de Orbán. En el gobierno desde 2010, gracias a un consenso mayoritario en la sociedad húngara (pero no en la ciudad de Budapest), el primer ministro ha ido reforzando gradualmente su poder, con sucesivas legislaciones y decretos ley que han subordinado los medios de comunicación y la magistratura al control del ejecutivo. El último golpe representa un paso más en esta deriva. El voto parlamentario a favor de poderes excepcionales por la mayoría absoluta del parlamento, con la oposición de la burguesía liberal y socialdemócrata, por un lado, y del partido fascista Jobbik, por otro, es solo una cobertura formal “democrática” de este golpe.

De hecho, gracias a los poderes que le confiere su partido, Viktor Orbán está en capacidad a partir de ahora de poder disolver el parlamento y modificar cualquier ley. Los principales grupos empresariales del país, emepzando por el bloque de los grandes oligarcas, apoyan abiertamente a Orbán, de quien recibe servicios extraordinarios, incluidos impuestos insignificantes. La última reforma laboral, una de las más bgares8vas de la UE y que ocasionó las mayores movilizaciones sociales hace un año contra el régimen, fueron una bandeja de plata para la patronal.

La tartamudez del liberalismo burgués europeo contra el régimen húngaro es sorprendente. El Partid Popular Europeo (PPE), al que pertenece Orbán, se divide combinando críticas formales y silencios embarazosos. Los diferentes gobiernos europeos hacen lo mismo. Es un silencio elocuente. Por un lado, revela el temor de que una ruptura con Hungría pueda arrastrar consigo una ruptura con el grupo Visegrado y precipitar un proceso de disolución de la UE. Por otro lado, mide indirectamente los procesos de involución de la democracia liberal en Europa bajo la presión de la emergencia sanitaria y la recesión continental que se avecina.

Ciertamente, a nivel interno la única alternativa al régimen de Orbán es el movimiento obrero húngaro. Los procesos de inversión extranjera en Hungría, atraídos por los beneficios tributarios y salariales, han acumulado un gran proletariado industrial en el país, concentrado en muchas fábricas grandes y medianas. Hace un año, importantes huelgas de trabajador@s desafiaron al gobierno y sus leyes por primera vez a favor de extender las horas de trabajo, y en particular las horas extraordinarias obligatorias y no remuneradas. Esta es la clase social que puede encabezar una oposición social y política más amplia al régimen y darle una perspectiva política verdaderamente alternativa.

No están en disposición de ello los grupos de la oposición liberal-democráticos, que han preparado el ascenso del partido Fidesz durante años con políticas antibreras, han pactado con Orbán algunas de sus políticas e incluso han estado dispuestos a negociar la continuidad de los poderes excepcionales del primer ministro, ofreciéndole sus votos a cambio, y que finalmente fueron ignorados y arrinconados después de ser humillados.

Lo mismo es válido, en otra forma y contexto, a escala continental. El agravamiento de la crisis social y económica que viene pidiendo paso tras a sanitaria en toda al UE pondrá sobre la mesa una vez más la encrucijada de la perspectiva entre la revolución y la reacción en Europa. Solo un gobierno obrero en el campo de la lucha de clases puede indicar el camino hacia una alternativa progresiva a la crisis de la vieja democracia liberal burguesa. La grave aceleración de los acontecimientos en Hungría nos dice una vez más que, desde esta perspectiva, la crisis del liberalismo puede generar monstruos.