El 25 de septiembre deja otra cita electoral europea que nos lleva las manos a la cabeza y a suspirar “Mal día para la democracia” pero a seguir mirando el dedo y no a la luna y a no asumir que la clase trabajadora vota a la reacción por la incomparecencia de un programa de urgencia social de una izquierda casi inexistente. Que los próximos meses Italia tendrá su consejo de ministros más a la derecha desde la II Guerra Mundial es innegable, pero habría que evitar quedarse en la superficie desde un análisis hecho por la izquierda anticapitalista y que busca movilizar al conjunto de l@s trabajador@s en un contexto internacional tenebroso cuando no pardo.

“No somos un punto de llegada sino de partida” aseguró la líder de Fratelli d’Italia, Giorgia Meloni, celebrando un impresionante 26% de apoyo electoral en su 2ª cita nacional en las urnas. A esta joven posfacista que rompìó con al Alleanza Nazionale di Gianfranco Fini cuando precisamente esta fuerza política completaba su homologación con el centro-derecha europeo, la conocimos de la mano de Macarena Olona en una intervención histriónica basada en su AND ideológico “Dios, patria y familia” de la que ha querido alejarse en Italia en una campaña que buscaba moderar pero no eliminar su confesionalidad: “¡Yo soy Giorgia! ¡Soy una mujer, soy una madre, soy italiana, soy una cristiana, no me lo vais a quitar!”.

Cuando Matteo Salvini era la bestia xenófoba de la UE en 2018 desde Interior negando los puertos italianos a l@s inmigrates en coalición con el Movimiento 5 Estrellas, ya Meloni apuntaba a comerse todo su caladero de votos desde la crítica antiestablishment a cualquier gobierno. Ha liderado uno de los más eficaces procesos de desdiabolización de la extrema derecha: de alabar a Mussolini en los 90 a presidenta de Italia, erigièndose como supuesto azote de las élites: “Sueño con una nación donde quienes habéis tenido que bajar la cabeza, obligados a disimular qué pensabais, podáis hablar sin miedo a perder el puesto de trabajo”

Pero no hay que olvidar la tremenda paradoja de que los 2 compañeros de viaje de coalición de derechas radical de la nueva baronesa con quienes obtiene absoluta, Salvini y Berlusconi, fueron los tipos que dejaron caer hace unos meses al gobierno tecnócrata de Mario Draghi, expresidente del BCE, en una moción de confianza y ambos han pisado moqueta: Salvini, a quien ha robado muchísimos votantes dejándolo “a su izquierda”, tuvo poderes casi de vicepresidente de gobierno con el M5S, y qué decir del Cavaliere, el showman Berlusconi, omnipresente y garante de gobiernos estables en Italia desde los 90, de quien fue ministra de Juventud.

Frente al tandem mayoritario se sitúan la agrupación social-liberal en torno al Partido Democrático del exprimer ministro Enrico Letta, que se consuela con un 19% y paga su continuidad como formación vertebral burguesa italiana, sin alternativa económica y social a Draghi bajo el lema “Elige: o nosotros o Meloni”; el Movimiento 5 Estrellas, que salva los muebles con un 15%, lejísimos ya de su discurso antipolítica y reforzando un perfil social, y el llamado “tercer polo”, el de los partidos centristas liberales que apoyaban a Draghi. Sinistra Italiana (referente de Podemos) ha logrado el 3%) y Unione Popolare (donde estaba Rifondazione), extraparlamentarios, son meros appendices del PD. Hablar de este conglomerado, entregado a la austeridad y la patronal, como bloque de centro-izquierda, es una broma de mal gusto.

La incapacidad de gobernar de los anteriores un mismo proyecto de gestión pospademia e inflacionista, atando los fondos europeos que gestionará Meloni a cambio de reformas, echó gasolina a la desafección, el empobrecimiento y unas expectativas de otoño muy crudas para las clases populares, que ha elevado la abstención hasta el 36%, la cifra más alta de toda la República italiana. Y los mercados, en consonancia con estas palabras prometedoras de no tocar el orden del capital de Giorgia Meloni, han permanecido en calma y la Bolsa de Milán subió el lunes: “Esta nación debe poner a la gente que quiere trabajar en condiciones de hacerlo. No debe poner trabas a las empresas, a los profesionales, a quien quiere contratar y producir riqueza”.

No se puede hablar a partir del resultado transalpino de un punto de inflexión, como afirma acertadamente el periodista e investigador antifascista Miquel Ramos, porque Europa ya camina por estos terrenos peligrosos en Hungría y Polonia y ha tenido y tiene ministros en gobiernos de diferentes colores que legislan bajo la batuta del relato de Salvini y Meloni (nuestro Marlaska hace méritos). El marco que hace alimentar a la extrema derecha lleva puesto el mantel y los cubiertos de plata desde hace décadas por las políticas económicas, securitarias y migratorias de socialdemócratas y neoliberales en la UE, normalizando de manera preocupante un relato con la inestimable ayuda de los medios de comunicación.

El historiador Steven Forti prevé un escenario politico de polonización (al estilo de los gobiernos de Hungría y Polonia), crítico posiblemente en lo discursivo que se plasmará con muchos gestos pero sin romper nunca con el proyecto europeo, del que la coalición gobernante dependerá para sobrevivir y que nadie en el parlamento discute. Estos nuevos “figli della stessa rabbia” pondrán en la diana a inmigración, feminismo, agenda ecologista y colectivo LGTBI pero no abandonarán los ataques a l@s trabajador@s y a nuestro campo social.

Decir que el triunfo de Fratelli d’Italia coincide con el centenario de la Marcha sobre Roma de Mussolini es una tremenda coincidencia pero no explica nada, igual que tampoco frena las políticas reaccionarias de la terna Meloni-Salvini-Berlusconi entonar esta semana compungid@s el “Tutti siamo antifascisti” o recriminar que el “Bellaciao” se pinche en las discotecas. Quizás las mejores políticas antifascistas de los últimos años han sido las huelgas en el estallido de la pandemia para bloquear las actividades productivas en la zona cero del coronavirus y las ocupaciones de fábricas más recientemente o incluso la rica experiencia de lucha contra los despidos de los 422 trabajador@s de la multinacional GKN en 2021 en Florencia. Pero much@s, incluso dentro de la izquierda, dirán que esto es otro tema.