Los datos de paro juvenil, desahucios, el abuso de los contratos temporales o los niveles de pobreza incluso en los países considerados ricos muestran que vivimos en un mundo en el que la precariedad no deja de crecer y donde la explotación laboral está a la orden del día.

La facilidad con la que podemos ser despedidos, la indefensión ante la subida de precios mientras nuestros salarios dan cada vez para menos, el poder que nuestros jefes tienen a menos que nos organicemos sindicalmente empresa a empresa, la facilidad con las que se nos hurtan derechos como conocer nuestros horarios de antemano, tener jornadas que nos permitan conciliar con nuestras vidas…son todas caras de un sistema donde prima el dinero y el derecho de unos pocos a enriquecerse a costa de los demás.

Estos ataques a nuestras condiciones de vida se hacen desde muchos frentes como la legislación, la judicatura, la represión… y el ideológico y cultural. Desde el borrado de memoria de las luchas de nuestra clase, como si nunca hubieran existido hasta un modelo educativo que huye del pensamiento crítico para llevarnos a la docilidad y la comprensión de nuestros problemas como algo meramente individual. Todo esto amplificado por medios de comunicación que eligen qué se debe decir, que no y cómo.

Una de las expresiones más recientes de este fenómeno es el conjunto de nuevos términos, generalmente provenientes del mundo anglosajón, que vienen a justificar las condiciones de vida precarias, intentando convertirlas en experiencias vitales, modernas e incluso deseables: coliving, economía colaborativa, power nap, salario emocional, jobsharing, outsourcing, uberización, microworker, riders, trabajadores senior y junior… y un largo etcétera.

Por ejemplo, el “coliving”. Compartir vivienda entre jóvenes (y no tan jóvenes) que tienen las mismas aficiones e incluso una profesión similar y que por tanto pueden compartir espacios comunes.O dicho de un modo menos moderno, tener necesidad de compartir vivienda porque los salarios son bajos y las condiciones precarias, lo que impide poder acceder a un bien que se presupone un derecho. Y esto mientras el número de desahucios no deja de aumentar a pesar de la pandemia.

En el mundo laboral son muchas las nuevas palabras que pretenden vestir la realidad de lo que no es. Los ya famosos minijobs, trabajos parciales vendidos como flexibilidad y una manera de conciliar; o el job hopping job, es decir, cambiar frecuentemente de trabajo, y que es especialmente común en los jóvenes entre 20 y 35 años (hasta cuatro veces más que en la generación anterior). Es decir, que se pone en valor como si la inestabilidad laboral fuera una oportunidad para el desarrollo personal cuando en realidad es pura precariedad.

La introducción de estos conceptos se ha acompañado de la normalización de modelos empresariales, sobre todo en algunos sectores, en los que la explotación y la precariedad se esconden bajo un manto de paternalismo patronal que tiene poco de nuevo en el fondo. El negocio del coach ha florecido con técnicas que pretenden generar equipo y hacer creer al trabajador/a que forma parte de la empresa en pie de igualdad. Se pretende pasar así de la realmente existente verticalidad a una falsa horizontalidad, con el objetivo de que el trabajador acepte sus condiciones cada vez más precarias hasta ilusionado y agradecido.

El power nap, es decir, la creación de espacios de confort y descanso, por ejemplo, ayudan a aumentar el horario trabajo a coste cero, además de controlar la vida de los empleados y empleadas: si te llevas todo el día en la empresa y además está a gusto, ¿dónde queda la jornada de 8 horas? Te dirán que eso es antiguo y que lo nuevo es que tú elijas tu propio horario (y que generalmente será muy superior).

En este sentido de nuevos modelos empresariales, uno de los ejemplos que más se ha extendido es el de la economía colaborativa. Modelos basados en el discurso de de “debes ser tu propio jefe”, “gestiona tu tiempo” y “trabaja cuando quieras”, como es el de uberización, que su vez se relaciona con conceptos como “crowdwork”, bien reflejado en empresas como Glovo. Supuestamente, a través de una plataforma digital, puedes trabajar de repartidor/repartidora poniendo los medios técnicos y aceptando o rechazando pedidos según tus preferencias. Sin embargo, en realidad son formas precarias de tener asalariados como falsos autónomos, con jornadas extenuantes que son consecuencia tanto de las obligaciones empresariales como de las necesidades de los trabajadores, y que hacen ganar a la empresa grandes beneficios a un coste muy bajo.

Estos nuevos conceptos no son solamente ingeniería social y del lenguaje. Se asientan en vueltas de tuerca a los derechos laborales fruto de derrotas y cambios en la correlación de fuerzas entre aquellos que se ven obligados a trabajar a cambio de un salario y aquellos que viven del trabajo ajeno. Es la pérdida de conciencia de las y los trabajadores y las duras condiciones económicas y sociales (donde los altos precios, la posibilidad de quedarte sin vivienda o de quedarte parado por la cantidad de gente sin empleo que existe) las que permiten que se implanten estos modelos, no sin resistencia.

Sin embargo, si lo miramos bien, nada hay nuevo bajo el sol. Con duras luchas a lo largo de muchos años consiguieron importantes derechos, como la jornada de ocho horas, la seguridad en el trabajo… pero la patronal lleva décadas atacando y logrando devolvernos a condiciones del pasado, vistiéndose de modernidad e innovación. Nos toca a nosotros no dejarnos engañar. La explotación es explotación, se llame como se llame, y hay que combatirla.