
“Yo le tomo en serio. Creo que está usted preparado para gobernar”, dijo el presidente de la patronal francesa (MEDEF), Geoffroy Roux de Bézieux, a Jean-Luc Mélenchon el 10 de febrero pasado en el canal France 2. Para el candidato de la FI, el jefe de la patronal y él mismo están “separados por dos visiones del mecanismo económico”. ¿Un simple desacuerdo de “visión” y no de defensa de intereses contradictorios? Esto es lo que se desprende de este cordial debate televisado.
El programa de Mélenchon consiste en lograr un mejor reparto de los frutos del trabajo entre empresarios y trabajador@s… Según él, todo esto redunda en beneficio de los propios capitalistas, a los que reclama, gracias a la “planificación ecológica”, los medios para realizar “inversiones en estabilidad y visibilidad”, concluyendo: “finalmente podemos encontrar en este terreno un punto intermedio”.
Por supuesto, Roux de Bézieux no ocultó su temor en caso de elección de Mélenchon: “Cuando sea elegido (…) ¿qué pasará? Los empresarios (…) esperarán: dejarán de contratar, dejarán de invertir”. Pero el argumento desplegado por el candidato presidencial consistió en alejarse de cualquier dirigismo y de cualquier control general de la economía por parte del Estado: para él, los mandos del Estado y la reactivación del “consumo popular” permitirán llenar las carteras de pedidos de las empresas. Y concluir que “cuando un jefe tiene la cartera de pedidos llena, ¡hace lo que tiene que hacer!”
Medidas para mejorar nuestras vidas… siempre que haya buenos compromisos
En nuestras luchas diarias, encontramos activistas de la Francia Insumisa (FI). Much@s de nuestr@s compañer@s de trabajo y de lucha han votado por Mélenchon el 10 de abril, y ya lo hicieron en elecciones anteriores. Pero ser compañer@s de lucha no impide ser francos: al contrario, lo exige. Y hay que admitir que el programa de la Unión Popular (nombre de la candidatura de Mélanchon) , L’Avenir en commun (AEC), no puede acabar con la lógica de una sociedad basada en la explotación, en el robo, por parte de los propietarios de las empresas, de las riquezas creadas por l@s trabajador@s.
En cuanto a los salarios, la AEC propone un salario mínimo de 1400 euros netos y una “conferencia” para aumentar los ingresos. En cuanto al tiempo de trabajo, propone “pasar inmediatamente a las 32 horas en los trabajos extenuantes o nocturnos y promover su generalización mediante la negociación colectiva”. En otras palabras, siempre es a través de la negociación con los empresarios que el progreso sería posible.
A su vez, supongamos que Mélenchon llega al poder y que se pone en marcha un gobierno de Unión Popular (UP). ¿Qué poder tendrán l@s trabajador@s para imponer el reparto de la riqueza y el tiempo de trabajo? Si no se cuestiona la propiedad privada de las empresas, los empresarios siempre podrán negarse, utilizar la competencia internacional o la caída del volumen de negocios como excusa para limitar cualquier progreso social. Y si la ley impone realmente un aumento de los salarios, los capitalistas sabrán, como siempre lo han hecho, compensarlo aumentando los precios. Desde la Francia de Mitterrand hasta la Grecia de Tsipras, siempre han acabado, y muy rápidamente, por tomar el mando tras una serie de medidas de “izquierda”.
¿Qué medios para aplicar un programa?
Frente a los capitalistas que se niegan o fingen la imposibilidad de responder a las demandas salariales, hay que tomar medidas completamente diferentes: la apertura de cuentas para comprobar la realidad financiera de las empresas, la nacionalización de las que son realmente deficitarias, pero también de sus competidoras que gozan de mejor salud, para mutualizar y redistribuir sus beneficios… Mélenchon propone ciertamente “polos públicos”, por tanto nacionalizaciones, por ejemplo en la energía. Pero l@s trabajador@s de empresas como Correos o la SNCF saben muy bien que la pertenencia al Estado no impide los bajos salarios y el deterioro de las condiciones de trabajo, en nombre de la rentabilidad y la competencia.
La única manera de desafiar todas las formas de explotación es que los y las trabajadoras tengan el control directo de la producción, es decir, no la nacionalización por absorción, sino la expropiación de los capitalistas, sin el más mínimo centavo de compensación. Y una medida así no puede decretarse “desde arriba”, en los salones del Elíseo y los sillones del parlamento. Sólo puede ser impuesta por la propia clase obrera, no en frío, mientras la ideología dominante no para de recordarle que necesita jefes y dirigentes, sino en el marco de la lucha.
Es mediante una huelga general autoorganizada donde nuestra clase puede tomar conciencia de sus intereses fundamentales y confiar en sus propias fuerzas: huelga general, porque esta relación de fuerza sólo puede construirse a escala del conjunto de las empresas; autoorganizada, porque son los marcos dirigidos por l@s propi@s huelguistas, las asambleas generales y los comités de huelga, los que pueden servir de base para la reorganización de la actividad bajo el control de nuestra clase. Las medidas presentadas en la campaña del NPA (SMIC a 1800 euros netos, aumento de 400 euros en todos los ingresos, aumento de los salarios al mismo nivel que aumentan los precios, prohibición de los despidos, 28 horas semanales…) pueden parecer solo una versión “plus” del programa de Mélenchon: pero no es así. La diferencia fundamental es que estas reivindicaciones son para nosotr@s los medios para poner en movimiento a nuestra clase, para desafiar al propio capitalismo.
Una diferencia fundamental en la comprensión de la naturaleza del Estado
L@s militantes sinceros de la FI o de UP seguramente replicarían que la resistencia de la patronal frente a un gobierno de Mélenchon empujaría a l@s trabajador@s a la lucha. Pero éste no es el programa de la FI. Y como Mitterrand en 1983, Tsipras en 2015 o el gobierno de coalición PSOE-UP en el Estado Español, un gobierno así se volvería contra las luchas obreras en nombre del mantenimiento del orden legal. En el mejor de los casos, al igual que el Frente Popular en 1936, trataría de convencer a los y las huelguistas de que se dieran por satisfechos con los avances obtenidos… dejando el campo libre para que la burguesía retome progresivamente lo que debería haber dejado escapar temporalmente.
Nuestro desacuerdo fundamental con la FI se refiere a la propia naturaleza del Estado. Para los marxistas revolucionarios, es el instrumento de dominación de una clase, en este caso la burguesa, sobre otras. La revolución exige la destrucción de este Estado burgués y la instauración de marcos de poder totalmente nuevos, nacidos de las luchas, para construir un Estado obrero. Mélenchon ve las “revoluciones ciudadanas” en las revueltas populares de todo el mundo. Por nuestra parte, vemos levantamientos que deben ir más allá de simples cambios de gobierno y de Constituciones.
¿Defensa de Francia… o de los pueblos que ésta oprime?
Peor aún, Mélenchon confiere a la nación francesa, y por tanto a su Estado, en el caso de estar en manos adecuadas, una misión “universal”. ¿En qué sentido es Francia una “nación universalista”? Porque está presente en los 5 continentes y en todos los océanos, y porque la Revolución Francesa tuvo un alcance universal… ¡Argumentos dignos de un colonialista de la Tercera República!
Mélenchon no tiene nada de antiimperialista: si quiere salir de la OTAN, con razón, es para “restaurar la independencia de Francia” y desarrollar una diplomacia “no alineada”… Así, equipara un país que sigue siendo colonialista (¡de ahí su presencia en todo el mundo!) con los Estados dominados que surgieron de la descolonización en la segunda mitad del siglo XX. En 2017, llegó a proponer que Francia se uniera a la Alianza Bolivariana, una alianza de países de América Central, del Sur y del Caribe, entre los que se encuentran Cuba y Venezuela, fundada para luchar contra el imperialismo (más allá de todas las críticas que podamos hacer a los gobiernos cubano y venezolano) ¡con el pretexto de que está presente en América con Guyana, Guadalupe y Martinica!
El reciente ejemplo de la guerra francesa en Malí es revelador. En un comunicado del 11 de enero de 2013, Mélenchon juzgó “discutible” el interés “de una intervención militar exterior”, porque “los intereses fundamentales de Francia [no] estaban en cuestión” y porque la decisión se había tomado “sin consultar previamente ni al gobierno ni al Parlamento”… A continuación, en una entrada del blog del 16 de febrero de 2022 titulada “Malí: una humillación de más”, juzgaba que los dirigentes habían “transformado una operación militar pormenorizada en una expedición sin perspectiva política”. Desarrolla lo siguiente:
“53 soldados muertos en combate después, cientos de civiles malienses atrapados en el fuego cruzado, diez años de guerra y un solo voto en la Asamblea Nacional, tres millones de euros gastados al día, ocho mil millones en total y tenemos que irnos, humillados. ¿Qué hemos hecho para merecer esto? ¿Invadió Francia Mali? No. Vino a petición de su gobierno en ese momento. ¿Manipuló los sucesivos putsches? No. Era incapaz de preverlos. (…) Pero Francia no merece el oprobio. Ni su pueblo, ni su ejército. (…) Tendremos que replantearnos completamente nuestra política de acuerdos de defensa en África. No puede ser aceptable que seamos llamados y luego echados como ha ocurrido en Mali. (…) Y sobre todo no dejar al arbitrio del único nivel de amateurismo presidencial no sé qué nuevo despliegue sobre el terreno en el Sahel”.
En otras palabras, Mélenchon sólo lamenta que Francia no haya tenido una estrategia y que haya sido deshonrada. Pero no se trata de cuestionar el neocolonialismo, el saqueo de los recursos y el papel histórico del ejército francés en África y en el mundo. Mélenchon tiene en el corazón los “intereses de Francia”, su “soberanía”, porque asimila toda la nación, desde la burguesía hasta el proletariado, a un grupo sin contradicciones fundamentales. Por eso defiende el capitalismo francés, empezando por su sector militar, cuyas tecnologías quiere proteger celosamente de cualquier toma de posesión extranjera.
Por supuesto, las posiciones de la FI están lejos de ser las de los peores reaccionarios. Desde la acogida de los inmigrantes hasta la distribución de vacunas en el mundo, podemos coincidir en cuestiones importantes. Pero no luchamos en nombre de “Francia”. Nuestro campo no es una nación, es el campo de l@s oprimido@s y explotad@s de todo el mundo, en lucha contra todos los dominantes, empezando por los capitalistas franceses, los Dassault, Bouygues, Total o Bolloré, aquí o en otro lugar.