En un simulacro de elecciones, el presidente de Bielorrusia Alexander Lukashenko fue reelegido con el 80% de los votos, lo que provocó una ola de protestas sin precedentes desde que el “último dictador en Europa” llegó al poder en 1994. Las manifestaciones comenzaron tan pronto como cerraron las urnas, en la noche del 9 de agosto, reuniendo a decenas de miles de personas. El 10 de agosto, l@s trabajador@s de la acería bielorrusa, una de las 5 más grandes del país, se declararon en huelga, tras una convocatoria lanzada el 24 de julio en caso de elecciones amañadas, y convocaron a trabajador@s de otras fábricas para reunirse con ell@s.

Los llamamientos a la convocatoria de huelga general se multiplicaron a continuación el martes, en particular por iniciativa de la fábrica BELAZ (maquinaria minera y transporte de mercancías), afectando estos paros a mediados de semana a Grodnozhilstroy (la construcción), MAZ (automóvil), MTZ (tractores), Keramin (cerámica), Belcard (componentes de automoción), Integral (electrónica) e BelZhD Читать полностью (ferrocarriles).

En una reunión con la dirección de BelAz, l@s trabajador@s pidieron que la huelga continuase el lunes si no se aceptaban sus 4 demandas: la renuncia de Lukashenko y su gobierno, el fin inmediato de la violencia policial contra l@s manifestantes, la la liberación de tod@s l@s pres@s polític@s y miles de manifestantes detenid@s en los últimos días, y la celebración de una nueva elección presidencial con todos los candidatos que habían sido excluidos de la última votación.

El movimiento de huelga obligó al ministro del Interior bielorruso a disculparse y a Lukashenko a pedir a l@s trabajador@s que regresaran al trabajo. En los últimos años, bajo la presión en particular de Vladimir Putin, Lukashenko había llevado a cabo una serie de ataques como el aumento del precio de la energía, la reducción de la protección social o la creación en 2017 de un impuesto para l@s desemplead@s, desencadenando importantes movilizaciones.

A pesar de la huida de la opositora liberal Tsikanovskaia, esto no ha detenido la ira de l@s trabajador@s que siguen en huelga para acabar con el régimen. Todos estos elementos muestran que la clase trabajadora bielorrusa puede ser una fuerza para un cambio real y que la huelga, cuando se generaliza, ¡puede hasta derrocar gobiernos!