
Estas líneas están escritas antes de la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Por lo tanto, no sabemos quiénes se presentarán en la segunda vuelta y cuáles serán los resultados acumulados de Le Pen, Zemmour y Dupont-Aignan, a los que podríamos añadir el de Pécresse para medir el número de votos que habrán ido a parar a los programas más abiertamente reaccionarios. En caso de un duelo Macron-Le Pen, no cabe duda de que la izquierda más institucional repetirá la “andanada” contra la extrema derecha y que, incluso en las filas de la extrema izquierda, soplará un viento de pánico ante el “peligro fascista”. Pero si la extrema derecha y la ultraderecha son realmente enemigos mortales de nuestro campo, es necesario un análisis más detallado para definir nuestra política.
¿Qué es el fascismo?
En los años 20 en Italia y en los 30 en Alemania, el fascismo y el nazismo destruyeron el movimiento obrero, prohibieron sus organizaciones y acciones, suprimieron el pluralismo político, las elecciones, las libertades individuales y reinó el terror. Los nazis desencadenaron la guerra más asesina y organizaron el mayor genocidio de la historia.
Estos movimientos nacieron del sentimiento revanchista de las burguesías imperialistas agraviadas por las condiciones de paz impuestas por Francia y el Reino Unido en el Tratado de Versalles. Con discursos de exaltación del pueblo y de denuncia del capitalismo financiero internacional, encontraron eco entre los pequeños comerciantes, artesanos y campesinos arruinados, los funcionarios, empleados e intelectuales cuyo nivel de vida se deterioraba, y los antiguos oficiales que dejaban de percibir su paga (1), de los que reclutaron sus fuerzas armadas.
A diferencia del proletariado industrial, que todavía conservaba conquistas ligadas a sus luchas, estas “clases medias” sentían un odio especial hacia los regímenes democráticos, que vinculaban a la humillación de la posguerra y al deterioro de la situación económica. Este odio se dirigía también contra el movimiento obrero que, además de su internacionalismo, pretendía poner el poder en manos del proletariado y no dar un lugar central a la pequeña burguesía (2).
Al principio, la gran burguesía desconfiaba de estos movimientos. Pero en un ambiente de tensión social y violencia física generalizada, cada vez más terratenientes, y más tarde industriales y bancos, proporcionaron financiación al Partido Nacional Fascista Italiano (PNF) y al Partido Nacional Socialista Alemán (NSDAP), que exaltaron el autoritarismo y libraron luchas despiadadas contra las huelgas obreras. Estos partidos llegaron al poder por la vía institucional, pero sin mayoría absoluta: Mussolini gracias a los diputados de la derecha y del centro, mientras sus milicias se habían apoderado de los medios de comunicación del país y marchaban sobre Roma; Hitler gracias al presidente Hindenburg -que se había comprometido a no llamarle al poder- mientras el NSDAP había pasado de 13,7 millones de votos (37,30%) en julio de 1932 a 11,7 millones (33%) en noviembre siguiente.
La victoria de Hitler también fue posible gracias a los 2 principales partidos obreros alemanes: el Partido Socialdemócrata (SPD), en nombre de la defensa de la república contra el nazismo, apoyó al gobierno de derechas… cuyos diputados acabaron votando con plenos poderes a Hitler. El Partido Comunista (KPD), por su parte, emprendió una campaña contra el SPD. A veces incluso llamaba a votar a los candidatos del NSDAP contra los socialdemócratas, o se coordinaba con los nazis para reventar sus mitines.
Para los trotskistas, la política a seguir era la alianza de los partidos obreros en un frente antifascista, con total independencia de la burguesía, utilizando las armas de la autoorganización, los comités, la huelga general, la lucha revolucionaria contra la clase dominante, para defenderse del NSDAP, pero también para mostrar su verdadera naturaleza de baluarte contra el capitalismo.
La extrema derecha en Francia hoy
Ni Le Pen ni Zemmour reivindican abiertamente los regímenes fascistas del pasado, aunque Zemmour intente rehabilitar el régimen de Vichy. Pero en 1972 se fundó el Frente Nacional (FN), tras la disolución de la organización fascista Ordre nouveau, para agrupar a diversos grupos neofascistas, procedentes del colaboracionismo, la lucha por la Argelia francesa y el nacionalismo en general.
Todavía existen organizaciones comparables: desde los “Zouaves” que atacaron, entre otros, los desfiles del NPA en París y Toulouse durante el movimiento de los Chalecos Amarillos, hasta los “identitaires” de Lyon que realizan cacerías a antifascistas, atacaron la librería anarquista la Plume noire en marzo de 2021 y no dudan en gritar consignas racistas en las calles de la ciudad (3); desde el comando encapuchado que expulsó a los activistas que ocupaban la universidad de Montpellier en marzo de 2018, hasta la “Cocarde étudiante” y sus aliados que multiplican las agresiones en las universidades, como en París (Assas, Tolbiac), Nanterre, Tours, Poitiers, Albi o Le Mans (4). Este fenómeno no es específicamente francés: sus homólogos estadounidenses invadieron el Capitolio en enero de 2021 sin ocultar sus símbolos esclavistas o neonazis. Los éxitos electorales de la extrema derecha son un apoyo para estos grupos.
El FN francés ha cosechado estos éxitos desde los años 80 y 90, aprovechando las políticas antisociales aplicadas alternativamente por el PS y la derecha, por un lado, y el declive de los reflejos de la solidaridad obrera y la lucha colectiva, por otro. El RN (nuevo nombre del FN) afirma estar a la cabeza del voto de l@s trabajador@s, aunque esté muy por detrás de la abstención. Pero su electorado no está compuesto por antiguos votantes de los partidos de izquierda. Además de los círculos conservadores tradicionales radicalizados, se encuentra sobre todo en las generaciones que siempre han conocido una ideología liberal dominante, que designa a l@s trabajador@s más precari@s, en particular a los y las inmigrantes, como responsables de la pobreza, y se siente muy cómoda con las ideas racistas y nacionalistas.
Con Marine Le Pen, el FN-RN ha orientado su discurso hacia la defensa de las clases trabajadoras y la lucha contra la austeridad. Éric Zemmour, por su parte, asume no sólo un discurso racista, sexista y homófobo, sino también su ambición de unir a las clases sociales bajo el liderazgo de la burguesía, empezando por los grandes patrones y empresarios que le financian y que, como Vincent Bolloré, le han convertido en una personalidad mediática de primer orden. Mientras el imperialismo francés pierde posiciones, sobre todo en su patria africana, frente a potencias emergentes como China y Rusia, Zemmour habla en nombre de una franja de la burguesía que está dispuesta a replegarse al redil nacional para asegurar mejor sus posiciones.
El RN sigue siendo el principal partido de extrema derecha, mientras que Reconquista (partido de Zemmour) reúne a los grupos más radicales. Estos partidos tienen representantes elegidos, visibilidad en los medios de comunicación y recursos financieros. Pero en ningún caso existe en Francia un partido fascista de masas comparable al NSDAP o al PNF, armado y capaz de sembrar el terror controlando barrios o ciudades enteras, atacando piquetes, locales sindicales o casas de trabajador@s inmigrantes.
Recoger votos en las elecciones no crea un movimiento de masas. Votar no significa movilizarse en la calle (5) . Durante los grandes movimientos de huelga, como en el invierno de 2019-2020, los y las huelguistas suelen gozar de un amplio apoyo popular y la extrema derecha se vuelve inaudible. El electorado que votó a un candidato supuestamente “antisistema” puede pasar rápidamente a la acción colectiva y abandonar sus ideas reaccionarias si el ambiente del país cambia y se ofrecen otras perspectivas políticas.
La extrema derecha en el poder, ¿es fascismo?
La extrema derecha está o ha estado recientemente en el poder en países comparables a Francia: en Austria con el FPÖ, en Italia con la Liga Norte, en Hungría con Víctor Orban, en Polonia con Ley y Justicia, en EEUU con Trump… El balance es evidentemente alarmante en cuanto a la destrucción del derecho laboral, las leyes antiinmigración, las leyes contra los derechos de la mujer, el control del poder judicial, la propaganda en los medios de comunicación (6). Pero ninguno de estos gobiernos ha conseguido destruir los partidos, sindicatos, asociaciones y movimientos sociales.
La burguesía francesa, incluida la que apoya a Zemmour, no tiene necesidad de aplastar al movimiento obrero, de acabar con la negociación social, de suprimir el parlamento, la libertad de expresión y de organización. Puede que le guste reprimir manifestaciones o acciones sindicales, pero Macron, como sus predecesores, ya lo hace muy bien. La extrema derecha le es útil para canalizar la ira, dividir a l@s oprimid@s y a l@s explotad@s y, finalmente, para ejercer el poder “apretando las tuercas”. Pero esto no es fascismo.
¿Qué política debemos adoptar frente a la extrema derecha?
¿Debemos entonces votar por el “mal menor”, utilizar la papeleta de Macron para bloquear a la extrema derecha? O bien una mayoría de la burguesía ha optado por acabar con la democracia e instaurar un gobierno fascista (en este caso, no tiene sentido votar a un servidor de la burguesía que acabará dejando el poder a los fascistas); o bien la burguesía no ha hecho esa elección. En tal caso, no tiene sentido votar por su candidato favorito… Salvo para dar la razón a Zemmour y a Le Pen que se declaran “antisistema”. Nunca debemos confiar ni generar confianza en la burguesía. Es cierto que el gobierno de Macron ha disuelto a Génération identitaire y que Twitter y Facebook pudieron cerrar las cuentas de Trump. Pero estas medidas no cambian la situación política y social en la que prospera la extrema derecha, ni impiden las políticas antiinmigración, el racismo de Estado, la violencia policial en los barrios populares o contra los asentamientos de inmigrantes, contra las manifestaciones y las huelgas…
Ante las amenazas y agresiones, el movimiento obrero debe organizar su autodefensa, incluida la física. No se trata de ir “a la gresca”, sino de implicar a nuestro bando social, reuniendo a militantes del movimiento obrero y antifascista y, más aún, dirigiéndose a nuestros entornos: compañer@s de trabajo, de estudio, vecin@s de nuestros barrios… Con el fin de expulsar a la extrema derecha de nuestros lugares de vida mediante la movilización colectiva.
En las manifestaciones con un público diverso y a veces confuso, como las de los chalecos amarillos o las de en contra del “pase sanitario”, este reagrupamiento pudo darse en cortejos que nos permitieron protegernos, pero también proponer una política y atraer a una parte del público presente con consignas, panfletos y lecturas de comunicados. En Grenoble, el verano pasado, esta política permitió marginar a la extrema derecha y luego hacerla desaparecer.
Como lo explicaba Trotsky, la unidad no significa esconder nuestra política en nuestro bolsillo, ocultando nuestros desacuerdos con los reformistas que defienden la democracia burguesa (7). Si el ascenso de la extrema derecha está ligado al debilitamiento del movimiento obrero, también lo está a la incapacidad de los y las revolucionarias de ocupar el lugar de sus antiguas direcciones.
¡Nos toca asumir nuestro programa comunista revolucionario, feminista y antirracista, para proponer al sentimiento de revuelta popular una salida opuesta al orden social y sus injusticias que defienden Le Pen y Zemmour!
1. León Trotsky, “La victoria de Hitler significaría la guerra contra la URSS”, 1932
2. León Trotsky, “¿Qué es el nacionalsocialismo?”, 10 de junio de 1933
3. Marie Allenou, “Extrême droite à Lyon : possible reconstitution de Génération identitaire ?”, Lyon capitale, 8 de octubre de 2021
4. Maxime Macé, Pierre Plottu, “L’extrême droite tente de conquérir les facs à coups de poing”, streetpress.com, 15 de marzo de 2022
5. Véase León Trotsky, “La clave de la situación internacional está en Alemania”, 26 de noviembre de 1931
6. Rachel Knaebel, “Lo que realmente hace la extrema derecha cuando llega al poder en Europa”, Basta!, 3 de junio de 2019
7. Véase León Trotsky, “En qué sentido es errónea la actual política del Partido Comunista Alemán (carta a un trabajador comunista alemán, miembro del Partido Comunista Alemán)”, 8 de diciembre de 1931