Artículo traducido de Anticapitalisme & Révolution, corriente del NPA.
Hace un año, Hollande decretaba el estado de emergencia, el 14 de noviembre de 2015, al día siguiente de los atentados que golpearon varias veces en París y Saint-Denis. Al amparo de la lucha contra el terrorismo, la puesta en práctica del estado de emergencia se reveló pronto como una carta blanca dada al gobierno para instaurar un arsenal represivo, judicial y político, cuyo objetivo era más amplio que ese de garantizar la “seguridad del territorio”.
El 29 de noviembre debía llevarse a cabo una gran manifestación en París con ocasión de la COP21, cumbre internacional que pretendía querer limitar el cambio climático. Fue prohibida por el gobierno, pero una enorme concentración tuvo lugar en la misma Plaza de la República. Esta jornada marca un punto de inflexión en la manera en que el gobierno decidió tratar toda forma de contestación.
En primer lugar, un “encuadramiento” muy estricto y masivo de los manifestantes por un dispositivo desmesurado, después una dispersión bien engrasada que se va a convertir en norma en las movilizaciones siguientes: cargas de los cuerpos antidisturbios, empleo sistemático de gases lacrimógenos y detenciones preventivas. Por último, en un segundo momento, desacreditación política y mediática del movimiento, metiendo en la misma amalgama a manifestantes y “alborotadores” con el fin de justificar estas prácticas represivas.
En sus famosas entrevistas con los dos periodistas de Monde, Gérard Darvet y Fabrice Lhomme, Hollande ha llegado a afirmar: “Es verdad, el estado de emergencia ha servido para reforzar la seguridad en la COP21, que no habría podido hacerse de otra forma. Imaginemos que no hubiera habido atentados, sin impedir que hubiera manifestación no se habría podido detener a los yihadistas. Esto ha sido una facilidad añadida gracias al estado de emergencia, y no por más razones que la lucha contra el terrorismo, para evitar que haya escaramuzas. Se asume porque estaba la COP”.
Con la contestación de la ley El-Khomri, la escalada policial que ha engendrado más violencia no ha tenido ningún tipo de precedentes. La retórica del “alborotador” se ha superpuesto de manera progresiva a la del enemigo interior. Por un lado, un racismo y una islamofobia propagadas sin freno en todos los rincones del país y retransmitidas por todo el personal político burgués, y por otra, medidas liberticidas contra las y los que desafían el orden social. La tapadera se ha ido cerrando poco a poco para dividir y amordazar el campo de l@s explotad@s y permitir así desarrollar la política guerrera y antisocial para la que este gobierno estaba programado.
Si tuviésemos que enumerar la lista de medidas de control y represión implementadas en otros países como Polonia, Hungría, Turquía, Reino Unido o el estado español, se constataría que la evolución autoritaria del gobierno francés apenas brilla débilmente por su originalidad. Se inscribe en una tendencia global de los estados a restringir las libertades de sus ciudadan@s, a estigmatizar y reprimir a l@s extranjer@s o a quienes son de origen extranjero, y a destruir las últimas protecciones y derechos legales de l@s trabajador@s.
A pesar de todo, en cierto modo, hay un tipo de excepción francesa: a pesar de los fuertes ataques desde hace más de treinta años, las protecciones sociales y los servicios públicos todavía no han sido completamente desmantelados. Sin embargo el gobierno del PS, por muy despreciable y devaluado que sea, era incluso el más indicado, con la complicidad de algunas direcciones sindicales. Hollande y Valls se han tomado muy en serio su tarea de mercenarios del capital atacando los derechos de trabajador@s y desemplead@s, pudiendo presumir de haber vendido más de Rafale, Airbus y más centrales nucleares que sus predecesores, a regímenes como el de Irán o Arabi Saudí.
Ellos y su partido van a perder lamentablemente todas las elecciones en los próximos diez años, pero lo que les importa es que estarán orgullosos de haber sido valientes servidores de la burguesía imperialista francesa y de haber despejado el camino a sus sucesores en el Elíseo y Matignon. A menos que este escenario se trastoque por la rabia social y política durante el movimiento contra la Loi Travail, que hoy está recuperando el aliento para retomar el combate contra este orden injusto e insoportable.