Mucho se está hablando en las últimas semanas de la fusión de las entidades bancarias Bankia y Caixabank, pero para entender realmente las implicaciones que ello puede acarrear a la clase trabajadora del Estado Español, deberíamos analizar previamente qué es Bankia, cómo y por qué se creó, en qué momento se encuentra y por qué nos encontramos ante una estafa más por parte del Estado a la clase trabajadora, por supuesto, auspiciada por el BCE.
2010. En plena crisis económica, surge el BFA (Banco Financiero y de Ahorros) como resultado de la fusión de siete cajas de ahorros – Caja Madrid, Bancaja, La Caja de Canarias, Caja de Ávila, Caixa Laietana, Caja Segovia y Caja Rioja -. Pronto, la entidad se encuentra en graves problemas financieros ya que el Estado aprueba un plan según el cual los bancos debían crear un fondo de provisión. El BFA, sencillamente, no tiene dinero para crearlo ya que sus activos en están compuestos en gran manera por productos tóxicos derivados principalmente del estallido de la burbuja inmobiliaria (recordemos el famoso caso de las preferentes, por ejemplo).
Como solución, y con Rodrigo Rato – exvicepresidente y exministro del Estado durante el gobierno de Aznar – a la cabeza de la entidad como Presidente del consejo de la misma, se decide que la mejor manera de conseguir dinero es mediante la salida a bolsa, si bien para ello antes habría que desgajarla en dos partes, esto es, los activos tóxicos seguirían en el BFA y los activos bancarios (cuentas, clientes, oficinas…) serían para Bankia, la nueva entidad resultante de la división.
2011. Bankia sale a bolsa. Concretamente, el 55% de la entidad. El otro 45% sigue siendo del BFA.
2012. Rodrigo rato dimite el mismo día que se anuncia que el FROB (Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria, que ya anteriormente había prestado al BFA 4.465 millones de euros de dinero público) volverá a insuflar dinero de las arcas del Estado a la entidad, con un máximo de 10.000 millones (serían muchos más, como veremos). Ese mismo año, en vistas de que el préstamo inicial no iba a ser jamás saldado, se nacionaliza el BFA, con lo que el Estado posee en esos momentos el 45% de Bankia, de la que llegará a poseer el 61%. Sin embargo, tras meses de caída libre de sus acciones, Bankia acaba solicitando ayuda al Gobierno, que les responde con los famosos 19.000 millones de dinero público, de los que el BFA se queda 12.000. Si lo sumamos a los iniciales 4.465, nos encontramos con la friolera de 23.465 millones de euros de las arcas públicas inyectados a la entidad.
A finales de julio se realiza una auditoría de la entidad BFA-Bankia y el resultado es claro: no sólo no tiene valor alguno sino que éste es negativo. El Estado es máximo accionista de un pozo sin fondo de pérdidas y cuentas turbias. El Consejo de administración del BFA dimite en bloque, pero en 2019, durante el juicio que en el que se les procesa por falsedad de cuentas, declaran que ninguno de ellos detectó ninguna irregularidad y que ni siquiera lo sospechaban debido a que el BCE aprobó cada una de las gestiones realizadas. Desde la distancia podemos decir que la nacionalización de la entidad supuso en su día acabar con el buque insignia del PP y donde más cargos tenía colocados.
2014. El Estado a través del FROM posee el 68% del capital de Bankia y vende un 7% a fondos de inversión, quedándole el 61% actual. En adelante, las cantidades que las arcas recuperan de lo prestado resultarán ínfimas.
2016. En septiembre de éste año sólo se habían recuperado 2.686 millones de euros y se empieza a preparar a la opinión pública para que asuma que el resto jamás volverá a las arcas del Estado. Además, se aprueba la extensión de dos años en el plazo que se da el Estado para privatizar Bankia.
2018. Se aprueba otra extensión de dos años, llegando así a la fecha límite de 2021.
Como se puede apreciar en el orden cronológico – si bien muy resumido – de los hechos, el resultado de toda la serie de transacciones realizadas entre el Gobierno del Estado Español y la entidad bancaria Bankia-BFA no es otro que la esquilmación sistemática de las arcas públicas en aras de favorecer las fortunas privadas, ocultando sus delitos y malversaciones y rescatando a los y las accionistas de las mismas a costa de los servicios públicos, las pensiones, etc. que debían ser las beneficiarias de los millones que llegaban de Europa. Millones, por otra parte, que no habría hecho falta pedir si no se hubiese, asimismo, rescatado a dichas entidades (Bankia fue la mayor beneficiada por estas inyecciones económicas, pero en la lista hay muchos bancos más). La pescadilla capitalista que se muerde la cola.
Cabe ahora pensar en qué consecuencias puede traer la fusión Bankia-Caixabank.
– La primera es evidente. Con la entidad en manos privadas ya podemos despedirnos de recuperar el dinero que en su día todos y todas – si bien involuntariamente – invertimos en Bankia.
– Mientras el Estado conservaba el 61% de su propiedad, aún cabía la esperanza lejana por supuesto, de crear una banca pública orientada a facilitar la vida de los y las trabajadoras, pero con el 17% que le va a quedar de la nueva Caixabank, también podemos olvidarnos de ello.
– La concentración del sector financiero conlleva una serie de riesgos bien delimitados para la vida política y económica. De las cinco grandes entidades españolas (Santander, BBVA, Caixabank, Bankia y Sabadell), pasaríamos a tener cuatro, pero ya se habla de más fusiones que podrían tener que ver con el BBVA y el Sabadell. A más concentración bancaria, menos diversificación de inversión en sectores e individuos, es decir, que si de tres grandes bancos, dos deciden no invertir en hipotecas, nos quedamos con uno sólo que podrá subir los tipos de interés hasta la estratosfera si le apetece. Otro ejemplo podría ser la financiación selectiva de partidos políticos determinados o medios de comunicación, con el peligro que ello supondría contra nuestras menguadas libertades.
– La ausencia de competencia convertirá a los y las trabajadoras en víctimas del más puro pillaje financiero. La Caixa, incluso antes de hacerse efectiva la fusión, ya ha anunciado que subirá las cuotas de mantenimiento de cuentas de ahorro y tarjetas bancarias, por ejemplo.
– Como ya vimos a comienzos de la crisis del 2008, cuanto mayor sea la entidad financiera, más caros nos resultarán sus errores – recordemos que la fusión de cajas dio como resultado el gran agujero negro que resultó ser el BFA – y sí, por si alguien aún lo duda, de volver a pasar algo así se volvería a rescatar a los bancos con nuestro dinero.
– Una de las más sangrantes de las consecuencias será sin duda a nivel laboral y es que se prevén de 8.000 a 10.000 despidos entre los y las empleadas de la nueva entidad bancaria. Si bien piensan cubrir un 15% de estos despidos con prejubilaciones a los 50 años (en este caso concreto parece olvidarse que se sigue planteando como opción a nivel del Gobierno Central retrasar aún más la edad de jubilación, hasta los 70 años concretamente), desde hace ya más de un año se están realizando EREs sistemáticos en ambas entidades con objeto de aligerar considerablemente el número de emplead@s.
Por supuesto, debido a que los despidos de altos cargos resultarían mucho más caros, una vez más pagarán los platos rotos las personas trabajadoras de oficinas, simples números para sus empleadores. Las direcciones de los principales sindicatos, como ya es triste costumbre, presentan una blanda batalla más nominativa que otra cosa, basada principalmente en negociar indemnizaciones en lugar de luchar por los puestos de trabajo de tanta gente que se va a ver en la calle de un día para otro.
– Respecto a los famosos “activos tóxicos” que atesorará ahora la entidad financiera resultante de la fusión, cabe esperar que sigan siendo un lastre del que tendrán que desembarazarse tarde o temprano, incurriendo seguramente en su venta por paquetes a fondos buitre de todo el mundo que seguirán especulando con ellos hasta el infinito. Pero por si esto fuera poco, Caixabank ya está de nuevo otorgando créditos dudosos con excusa de la pandemia, lo que hace preveer que si todo sigue así, los impagos volverán a hacer caer en la quiebra a la nueva entidad con resultados funestos para la clase trabajadora, es decir, puede que en no muchos años vuelva a llovernos sobre mojado y en mayores cantidades.
Todo esto ocurre en la actualidad bajo un gobierno supuestamente de izquierdas, en el que Unidas Podemos – la parte que dice más abiertamente trabajar para el pueblo – se ha mostrado totalmente incapaz de influir sobre ningún aspecto del proceso. Si bien rechazaron públicamente la fusión, también reconocieron que su limitada fuerza les impedía evitarla, reconociendo tácitamente con ello a su vez que la participación en la política institucional – y más si es en coalición con la socialdemocracia – es incompatible con la lucha real por los intereses de la clase obrera más allá de los beneficios de los mercados y las grandes fortunas.
Sus quejas, tímidamente expresadas, han buscado más congraciarse con un electorado cada vez más insatisfecho con su gestión que enfrentarse a sus socios del PSOE para tratar de empujar la balanza hacia la justicia social. Con Bankia se nos escapa la oportunidad de haber creado una banca pública que, pese a todas las limitaciones que presentase, nos habría abierto la posibilidad del acceso a un parque público de viviendas con alquileres sociales a precios coherentes con la situación actual, podría haberla dotado de la capacidad crediticia de prestar dinero a la clase obrera con intereses mínimos y condiciones humanas y podría haber empezado a difundir, en resumen, la idea de que lo público es más beneficioso que lo privado a corto, medio y largo plazo.
Como conclusión a toda ésta debacle financiera y política, lo único que cabe para reducirla e incluso evitarla es luchar contra ella. Debemos negarnos enérgicamente a la creación de oligopolios bancarios que no pueden traernos más que hambre y necesidades, debemos salir a las calles a exigir a este gobierno que actúe en nuestro beneficio, que audite las cuentas de las entidades bancarias y que las entregue al pueblo para que hagamos uso del dinero que en ellas se guarda, que no es otro que nuestro propio dinero sometido una y mil veces a especulaciones y negociaciones de las que nadie nos rinde cuentas. Aún estamos a tiempo de plantarle cara al capital, aún a pesar de las desilusiones que en
nuestra clase han generado las mentiras y manipulaciones de unos y otros partidos políticos esclavos de la electoralidad.