No cabe duda que el futbol moderno se ha convertido en un negocio muy sucio, tan sucio como rentable. Exactamente igual de sucio y rentable que el resto de las grandes industrias multimillonarias de nuestro tiempo. ¿O son, acaso, menos sucios el negocio de los hidrocarburos, los minerals escasos o la agro-industria? 

La poderosa industria del entretenimiento tiene al futbol como uno de sus productos más atractivos. Según la consultora Deloitte el negocio del futbol movía antes de la pandemia alrededor de 500.000 millones de dólares al año en todo el mundo. Estos datos cobran más relevancia cuando se comparan con los de otro de los sectores más pujantes de la industria del entretenimiento como es el de los videojuegos, el cual no alcanzó los 160.000 millones de dólares durante el año 2021 a nivel global. El mundial de Qatar que se ha disputado estos días, ha traído de vuelta el debate sobre los límites éticos del negocio del futbol, como si no se hubiesen sobrepasado ya todos ellos.

 La crisis económica de 2008 golpeó con dureza al “Bigfive” nombre con el que se conoce a las 5 grandes ligas del futbol europeo y éstas vieron su salvación en los petrodólares de los inversores extranjeros que a su vez usan la industria del futbol como una operación de sportswashing, para asociar la marca de sus empresas o países a la sana práctica del deporte rey. En este contexto se enmarcan el multimillonario acuerdo auspiciado por la empresa Cosmos de Gerard Piqué, entre la Real Federación Española de Fútbol y Arabia Saudita para llevar al país arábico la celebración de la Supercopa de España y la concesión del mundial, contra todo pronóstico, a Catar, un pequeño país sin tradición futbolística pero que exporta más del 20 % del gas mundial y posee alrededor del 15% de las reservas de gas del planeta.

A dos semanas del inicio del mundial, el ex-presidente de la FIFA Joseph Blatter culpó a Michel Platini, entonces Presidente de la UEFA (organismo que dirige el fútbol europeo) de decantar la votación a la candidatura catarí, bajo la presión del que fuse presidente de la República de Francia Nicolas Sarkozy. Blatter finalizó su declaración asegurando que “seis meses más tarde, Catar compró aviones de combate a Francia por valor de 14,6 millones de dólares, era por supuesto un asunto de dinero”. El corrupto expresidente de la FIFA al menos tuvo el detalle de arrojar información, aunque solo fuese para escurrir el bulto.

La copa del mundo de futbol, sin duda el evento deportivo de mayor relevancia y con mayores audiencias, ha situado en el mapa a esta península bañada por las aguas del golfo Pérsico de 2,9 millones de habitants de los cuales el 77% son inmigrantes, en su mayoría, mano de obra barata para levantar las construcciones faraónicas que ya han convertido a Catar en el país con mayor consumo de agua y mayores emisiones de CO2 por habitante del mundo. Pero también lo ha puesto en el centro de las críticas de los grandes medios de comunicación, que sin embargo obvian que si el Mundial se va a celebrar allí es precisamente porque así lo han decidido desde Europa que siguen siendo los dueños del fútbol.

Los mismos medios de comunicación europeos que durante años han hecho la vista gorda respecto al criminal régimen wahabí de Arabia Saudí, particularmente desde el Estado español, socio preferente gracias a las buenas relaciones del comisionista rey emérito Juan Carlos de Borbón; esos grandes medios que alientan cada día los

discursos de odio contra los inmigrantes que tratan de encontrar un futuro en Europa, mientras ocultan que el Mediterráneo se ha convertido en una enorme fosa común a causa de las genocidas políticas migratorias de la Unión Europea; esos mismos medios de comunicación vuelven a hacer gala de su repugnante hipocresía y de paso de su profunda islamofobia, activando -casualmente desde las compañías que no tienen los derechos televisivos del torneo- una campaña llamando a los telespectadores a no ver las retransmisiones de los partidos. 

Poniendo de nuevo el foco en la conciencia individual del consumidor final, tal y como hacen cuando se habla de la crisis climática y nos recomiendan ir al trabajo en bicicleta o nos culpan de la explotación laboral de la industria textil por comprar ropa barata –como si pudiésemos escoger- pero nunca señalan a los responsables, de la degradación del medio ambiente, de la esclavitud encubierta y de las violaciones de permanentes de los Derechos Humanos.

La perversa maniobra es perfecta, porque logran que precisamente las personas más conscientes y sensibles a las injusticias de este sistema se sientan culpables o lo que es peor, criminalicen a otr@s trabajador@s por consumir tal o cual marca. Este mes toca juzgarnos entre nosotr@s, mientras otros se reparten los beneficios, por disfrutar de un deporte del que se apoderaron muy pronto el capitalismo y el patriarcado. Cuando la juventud habla de “los ricos”  siempre piensa en el “esclavo Cristiano Ronaldo”, en ese gladiador del siglo XXI que salta a los modernos circos romanos a entretener a la plebe y a enriquecer a mercaderes y jerarcas. Los asalariados privilegiados del mundo, esos y quienes los admiran y tratan de emular en un patio de colegio, o visionan los grandes partidos para evadirse de sus rutinas, esos y no quienes compran y venden jugadores y equipos como si de cromos se tratase son los culpables de este indecente negocio, o al menos eso nos hacen creer.

Porque el fútbol, ese deporte colectivo y popular por excelencia, que no requiere de importantes medios o infraestructuras y que destaca a diferencia del resto de deportes por practicarse no con nuestras hábiles manos sino con nuestros torpes pies, parece haberse convertido en la encarnación de todos los males. El capitalismo nos ha robado, convirtiéndola en negocio, la salud, la educación y el deporte. Reivindiquemos nuestros derechos, desmercantilicemos la vida, rescatemos el fútbol y derroquemos al capitalismo.