Muy al contrario de lo que ocurrió en primavera en Venezuela con Juan Guaidó, quien pese sus incendiarias proclamas no consiguió sus objetivos, en Bolivia, el único otro país del continente gobernado por el llamado “socialismo del siglo XXI”, un rápido recambio en el poder tras la dimisión de Evo Morales el 10 de noviembre y la escalada de represión desatada han entregado todos los resortes del estado a una derecha racista de inspiración evangelista sin demasiados reparos en llenar las calles de sangre.

La entrecortada difusión de los resultados electorales del 20 de octubre, que daban al inicio un resultado ajustado al Movimiento al Socialismo (MAS) gobernante que posibilitaba una segunda vuelta con el liberal Carlos Mesa, expresidente y candidato de Mesa Ciudadana, posteriormente ampliada, levantaron las sospechas y alentaron las denuncias de la oposición, que sirvieron para que la Organización de Estados Americanos (OEA), dispuesta a echar una mano a la clase dominante y al imperialismo de EEUU, denunciara fraude y manipulación. Los movimientos reaccionarios se había puesto en marcha.

Evo Morales denunció al día siguiente que se fraguaba un golpe de estado, y con los resultados definitivos a favor del gobierno 5 días después y las movilizaciones de protesta de sectores de su masa tradicional de apoyo, críticos desde los últimos años, animaron al agitador ultraderechista Luis Fernando Camacho, presidente del Comité Cívico de Santa Cruz, a iniciar contactos fructíferos con un ejército con fisuras pero todavía en manos del gobierno, fortaleciéndose como figura clave tras el golpe.

El 8 de noviembre comenzó el amotinamiento de la policía y 24 horas después Evo, acorrolado, anuncia la convocatoria de nuevas elecciones y la renovación del Tribunal Electoral. Pero ya era tarde, como el ya exvicepresidente Álvaro García Linero ha reconocido hace días no predecir. El momento decisivo se produjo cuando la Central Obrera Boliviana (COB), que en muchos momentos del mandato de Evo Morales había ejercido de oposición por la izquierda a la conciliación de clases del MAS, le retiró su apoyo, decisión fatal que su dirección lamenta profundamente. No es explicable por tanto que una fuerza sindical clave en Bolivia se haya vendido al imperialismo en un par de semanas.

Mientras la movilización de un lado y otro enciende las calles del país, el presidente de la República Plurinacional de Bolivia pidió la intervención de las Fuerzas Armadas, que el 10 de noviembre en directo le “sugieren” renunciar. En horas decisivas para que el timón del estado cayera del lado de la reacción, Evo Morales escribió su carta de renuncia, se atrincheró antes de pedir exilio a México e el fiel departamento de Cochabamba y pidió a sis oponentes que “se responsabilicen por pacificar el país y garantizar la estabilidad política y la convivencia pacífica de nuestro pueblo”.

Le siguió toda la línea sucesora del MAS con el objetivo de evitar una guerra civil pero que decapita al país y es letal para la clase trabajadora, que se encuentra inerme. Sin el apoyo mayoritario del movimiento obrero y con fuerzas de extrema derecha afilando los cuchillos en la esquina, el resultado o podía ser otro que el de la instauración de un régimen más represivo y bonapartista para imponer por la fuerza el orden burgués.

La entrada triunfal de la nueva presidenta Jeanine Áñez, Biblia en mano, en la sede presidencial, el decreto firmado de “licencia para matar” para las fuerzas armadas que llevan 2 semanas sembrando el terror en una población que resiste heroicamente en El Alto y Sacaba a un salto de más de 30 muertes a balazos, y la conformación de un gabinete racista “de transición” son parte del plan golpista, más exitoso de lo que pensaban desde el principio.

Sin embargo el Movimiento Al Socialismo incluso ha entregado hasta las manos para que les ponga los grilletes: acaba de firmar un acuerdo de “pacificación del país” con el gobierno y la COB para nuevas elecciones eliminando la candidatura de Evo Morales, aceptando la renuncia a concurrir de muchos de sus candidatos y traicionando a la población indígena y cocalera que se sigue jugando la vida en las calles. Un deshonroso epílogo a una etapa-paréntesis en la historia de la pobre Bolivia.