Estamos ante un encrucijada de la civilización, de una crisis global, es vital, no solamente para el artista sino para la sociedad que queremos construir que se garanticen las condiciones mentales y materiales que el artista necesita para la creación intelectual para llevar a cabo en enriquecimiento objetivo de la sociedad en sus terrenos filosóficos, artísticos, científicos o sociológicos

No obstante, el mundo actual nos ha obligado a constatar la violación cada vez más generalizada de estas leyes, concretamente en el terreno “artístico” violación a la que corresponde, necesariamente, un envilecimiento cada vez más notorio, no sólo de la obra de arte, sino también de la personalidad “artística”.

Concretamente en España la cultura se mueve bajo un prisma absolutamente Capitalista con expresión de una ideología y un mundo creado por y para la codicia , al palabra “enriqueceros” nunca había tenido tanta vitalidad como se expresa actualmente.

El verdadero arte, es decir aquel que no se satisface con las variaciones sobre modelos establecidos, sino que se esfuerza por expresar las necesidades intimas de la persona y de la humanidad actuales, no puede dejar de ser revolucionario, es decir, no puede sino aspirar a una reconstrucción completa y radical de la sociedad, aunque sólo sea para liberar la creación intelectual de las cadenas que la atan, reconocemos que únicamente una revolución social puede abrir el camino a una nueva cultura.

A través de los organismos llamados “culturales” y a lo que Delosrs llamo la sociedad del espectáculo, se ha difundido en el mundo entero “un profundo crepúsculo hostil a la eclosión de cualquier especie de valor espiritual. Estamos en un crepúsculo de fango y sangre en el que, disfrazados de artistas e intelectuales, participan hombres que hicieron del servilismo su móvil, del abandono de sus principios un juego perverso, del falso testimonio venal un hábito y de la apología del crimen un placer. El arte oficial y dominante actual trasmite con crudeza sin ejemplo en la historia, sus esfuerzos irrisorios por disimular y enmascarar su verdadera función mercenaria.”1

La relación del estado y por extensión de las comunidades y municipios, es muy básica ” la cultura no se mete en política salvo para darle la razón al estado y el estado no se mete en política salvo para ensalzarla, subvencionarla y darle honores. Por lo tanto un producto cultura es reconocido como tal y no entra en la marginalidad si no es problemático, y el estado premia, ensalza y retribuye aquello que no es problemático. Consecuentemente es una cultura vertical que define el objeto cultural y vigila por que no entre en contradicción o sea molesto.

A la cultura no hay que pedirla mesura, pues en su naturaleza esta la desmesura, no hay que pedirla prudencia pues su esencia es la imprudencia, nada de sordina, el grito a pleno pulmón es la solución, nada de aire acondicionado sino y sobre todo el aire fresco de las montañas que te cala hasta los huesos, que te mete el frió hasta el alma.

La sorda reprobación que suscita en el mundo artístico esta negación desvergonzada de los principios a que el arte ha obedecido siempre y que incluso los Estados fundados en la esclavitud no se atrevieron a negar de modo tan absoluto, debe dar lugar a una condenación implacable. La oposición artística constituye hoy una de las fuerzas que pueden contribuir de manera útil al desprestigio y a la ruina de los regímenes bajo los cuales se hunde, al mismo tiempo que el derecho de la clase explotada a aspirar a un mundo mejor.

La revolución necesita al arte. Sabe que al final de la investigación a que puede ser sometida la formación de la vocación artística en la sociedad capitalista que se derrumba, la determinación de tal vocación sólo puede aparecer como resultado de una connivencia entre el hombre y cierto número de formas sociales que le son adversas. Esta coyuntura, en el grado de conciencia que de ella pueda adquirir, hace del artista su aliado predispuesto. El mecanismo de sublimación que actúa en tal caso,tiene como objeto restablecer el equilibrio roto entre el “yo” coherente y sus elementos reprimidos. Este restablecimiento se efectúa en provecho del “ideal de sí”, que alza contra la realidad, insoportable, las potencias del mundo interior, del sí, comunes a todos los hombres y permanentemente en proceso de expansión en el devenir. La necesidad de expansión del espíritu no tiene más que seguir su curso natural para ser llevada a fundirse y fortalecer en esta necesidad primordial: la exigencia de emancipación del hombre.