Las elecciones británicas convertidas en las más cruciales para la UE volvieron a confirmar que el inédito plebiscito llevado a término por James Cameron hace ahora 3 muy lejanos años no fue un susto repentino producto del voto-protesta como el “No” a la Constitución Europea de Francia o el referéndum demostrado luego fantasmada de Tsipras en Grecia. El pasado 12 de diciembre los tories obtuvieron una amplia victoria sobre un binomio Brexit/Remain del que dependía el de clase con un mensaje rotundo: “Adelante. Nos vamos”.

La noticia del resultado fue recibida por entusiastas escenas de satisfacción en los mercados bursátiles de todo el mundo: la libra se disparó y Trump tuiteó: “¡Felicitaciones a Boris Johnson por su gran victoria!”. Pero de sobra sabemos que el gozo en los mercados de valores no se traduce en nada positivo para la clase trabajadora. Mientras tanto, el estado de ánimo de muchos militantes de izquierda probablemente caía en una sombría depresión: 5 años de gobierno conservador, tras una larga década de brutal austeridad, es desalentadora.

La salida del país de Unión Europea ha estado en el centro del debate y ha abierto fisuras incluso en el bipartidismo británico durante 3 largos e indigestos años, de modo que era inevitable que monopolizase las semanas de campaña electoral. Un gráfico elaborado por el New York Times muestra claramente que en la mayoría de las universidades que votaron para abandonar la UE en 2016, los conservadores aumentaron significativamente su peso, mientras que han perdido, con excepciones, en aquellas que en el referéndum votaron por quedarse.

Otro hecho interesante se refiere a las posiciones de las partidos en cuanto al Brexit. Los posicionados a favor de la salida de la UE obtuvieron un 46,4% en total, mientras que los que se opusieron alcanzaron el 51,4%. En el primer caso, los tories recibieron prácticamente todos los votos gracias al acuerdo con el Partido de Nigel Farage, que decidió no presentarse para no quitar los votos de los conservadores. En cambio el voto pro-Remain se dividió entre al menos 4 partidos formaciones (laboristas, liberal-demócratas, independentistas escoceses y verdes), dispersión que sobredimensiona la victoria tory, la mayor desde 1979.

La ejecución del mandato popular ha envenenado la política británica dividiendo a la sociedad no en alineamientos de clase, sino de un modo completamente reaccionario. Representa en definitiva una división entre 2 facciones de la clase dominante. Seamos claros: los intereses de las clases populares y trabajadoras no pueden defenderse apoyando una de estas 2 opciones, pues sobre una base capitalista no hay futuro para la clase obrera británica, dentro o fuera de la UE. La propuesta nítidamente Remain era la liberal-demócrata, quienes han sido penalizados por la polarización y su exigencia poco realista de cancelar el Brexit.

A pesar de un programa reformista radical del laborismo que rompía con la Tercera Vía de Blair y el empuje de una joven militancia, su ambivalencia en el eje de campaña, que divide al partido y su electorado, le pasó factura el 12 de diciembre: ni siquiera el llamado “cinturón rojo”, zona norte y centro de Inglaterra, ha aguantado el empuje conservador, que creció 4 puntos en antiguas zonas mineras e industriales. Muy significativa fue una encuesta que apuntaba que había más británicos preocupados por el programa radical de Corbyn que por las consecuencias del Brexit.

Mención aparte merecen los resultados en Escocia e Irlanda del Norte. En el primer caso el Partido de la independencia escocés (SMP) mejoró su resultado hasta un 45%, que hizo que su primera ministra Nicola Sturgeon se apresurase a pedir un 2º referéndum de independencia. Su victoria tiene un significado mayor incluso pues los tories hicieron campaña en Escocia precisamente en contra de esa nueva consulta. Sorprendentes son los resultados irlandeses, donde por primera vez los partidos republicanos superan en escaños a los unionistas. El DUP, derecha aliada de los tories en Westmister, pierde escaños mientras el Sinn Féin mantiene los suyos y se beneficia del aumento de los socialdemócratas

En definitiva, el campo reaccionario populista, que bajo la dirección de Boris Johnson jugó bien al denunciar el frente parlamentario obstruccionista contra la aplicación del Brexit, ha sabido aprovecharse de las debilidades de la oposición. Un giro ideológico y una campaña electoral tampoco podían acabar con un laborismo percibido como elitista. Un histrión reaccionario y racista terminó apareciendo como el único “garante del pueblo” y el Brexit como el único punto de inflexión real a los ojos de grandes masas empobrecidas por la crisis. La cuestión escocesa añadirá mas tensión al gobierno tory.