El calibre más que grueso de las palabras del joven pistolero y ahijado de Aznar, Pablo Casado, insinuando un final como el del malhadado Companys al president de la Generalitat si lleva a término su pulso al estado este martes, no puede entenderse sin la cogorza españolista del pasado domingo en que la Catalunya silenciosa y unionista se fue de cruzada a Barcelona a ocupar las calles como reacción al independentismo.
Obviamente ni todo allí eran los fachas de siempre ni del conocidísimo extremo centro, pero la multitudinaria manifestación convocada por Sociedad Civil Catalana, llamada entidad cívica pero más antisoberanista por definición que transversal, desteñía el españolismo sin complejos a pesar de un lema que podía fácilmente confundirse con las proclamas del cándido Hablemos-Parlem: “Recuperem el seny”. Pues allí estaban todos, todos los del régimen del 78, con cada vez menos espacio social al otro lado del Ebro, con Josep Borrell sepultando el “Somos la izquierda” que apadrina Pedro Sánchez.
Detrás de una variopinta cabecera con Mario Vargas Llosa enfundado en gafas de sol, un Xavier Albiol con una rojigualda al cuello como toalla y Albert Rivera con un corazón europeo, español y catalán en la mano iban destacados líderes del Partido Popular y Ciudadanos venidos de todo el estado español para decir que la Catalunya que hasta ahora (supuestamente) callada salía del armario para frenar el golpe. La vergonzosa cobertura de la televisión pública puso sus cámaras en sus pacíficas sonrisas Profident.
Tras las primeras filas, entre la multitud de señores, señoras y familias salidas de misa dominical, un ramillete de lo más granado de la ultraderecha hispánica que puede sumar en su haber esta cita histórica: Plataforma per Catalunya, Som Identitaris de Josep Anglada, Democracia Nacional, Nosotros, Fundación José Antonio, 3 Falanges, Alternativa Española, Legión Urbana (Antiguos Caballeros Legionarios de Barcelona), Generación identitaria, Vox y la asociación integrista Hazte Oír. Prisa se olvidó de ellos.
170 autobuses y viajes en AVE trajeron a los catalanes silenciosos y de bien de Toledo, Madrid, Marbella y Lugo, a los que se les entregaron pancartas con nombres de localidades catalanas para ser agitadas. Todos sus miembros iban bien pertrechados de banderas rojigualdas, algunas con el toro, otras con el Sagrado Corazón de Jesús. A Inés Arrimadas, la nueva musa del liberalismo español, se le escapó un twitt en el que pedía esconder las banderas preconstitucionales ante la prensa.
El ambiente festivo avanzaba bailando al son de “¡Puigdemont a prisión!”, “¡Viva la guardia civil!” y el clásico de Manolo Escobar, por citar los más democráticos. La tensión se avivó ante furgones de los mossos d’esquadra, tildados de traidores y vendidos, lo que hizo que hubiera quienes se descamisaran y pudieran asomar sin pudor los saludos fascistas e insultos y persecuciones a periodistas. Sociedad Civil Catalana ni los partidos convocantes se han desmarcado de estos hechos.
La marcha acabó con el himno del estado español y el de la Alegría como guiño a la UE. Llegada al final en el escenario tomaron la palabra un furibundo Vargas Llosa que acusó a los soberanistas de racistas, el exPodemos Carlos Jiménez Villarejo y cerró Borrell en catalán, criticado como impropio en una manifestación que era por la “unidad de España”. Fue el único cargo con relevancia del PSOE, acosado por sus dinosaurios para dar mano dura. Alfonso Guerra salió días antes a dar patadas en las espinillas al partido pidiendo la aplicación inmediata del 155, luego González y Bono subieron el termómetro comparando a Puigdemont con Tejero.
Los precedentes de esta marcha españolista hay que encontrarlos en la resaca del 1 de octubre en que gobierno, PSOE y Cs tuvieron que reconocer urnas, papeletas y colas en colegios entre baile de porra. El “No habrá referéndum” de Rajoy se lo tuvo que comer esa noche con el postre de incredulidad de la UE por las inéditas escenas de represión, que obligó a una llamada de Merkel. Y de ahí fue tomando forma una creciente humillación al ver que ni con el discurso del rey las hordas secesionistas se aplacaban.
La manifestación unionista del 8 de octubre ha proporcionado páginas bicolores en los medios y selfies de la patria “antes roja que rota” de siempre que sigue amarrando el toro de Osborne por los cuernos, humillada por los escraches a sus fuerzas policiales en Catalunya, que pide mano dura a un Rajoy blandengue. “Han hecho más daño unas papeletas que todas las bombas de ETA” decía una pancarta. El nacionalismo español agazapado ha despertado a la llamada de la Virgen del Pilar, de los “A por ellos” y “Que nos dejen actuar” de la guardia civil.