La última cumbre contra el cambio climático, la COP25, tuvo lugar del 2 al 13 de diciembre finalmente en Madrid, tras la decisión de última hora de trasladarla desde Chile, donde las movilizaciones contra Piñera y la brutal represión que este gobierno ha ejercido contra l@s manifestantes amenazaban su normal desarrollo.
¿Qué pretendía la COP25?
Las COP son las conferencias anuales organizadas por los países firmantes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC). La primera conferencia en este sentido (COP1) tuvo lugar en Berlín en 1995 e inició las conversaciones para que en la COP3, que tuvo lugar en 1997 en Kyoto, se firmara el famoso Protocolo de Kyoto, que no entraría en vigor hasta el 2005 y que obligaba a los países firmantes a alcanzar para 2012 una reducción de al menos un 5% de las emisiones de seis gases de efecto invernadero con respecto a 1990.
En 2009, 187 países lo habían ratificado, mientras que el mayor emisor de gases de efecto invernadero, EEUU, se negó en rotundo a su ratificación y Canadá lo abandonó, con lo que el protocolo de Kyoto sufrió un varapalo importantísimo, además de ser por completo insuficiente para frenar el cambio climático incluso si se hubiera logrado la signatura de la mayor potencia contaminante. La COP18 de 2012 ratificó el segundo periodo de vigencia del Protocolo de Kyoto, de aplicación en el periodo 2013-2020, que EEUU, Rusia y Canadá se negaron a firmar. Por lo tanto, 2020 marca el momento de finalización del protocolo de Kyoto y debe iniciarse un nuevo acuerdo.
Hace ya 4 años desde que se celebrara la COP21 y se iniciaran las negociaciones para un nuevo protocolo, el famoso Acuerdo de París, que planteaba 3 acuerdos muy difusos: 1) mantener el aumento de la temperatura media mundial “muy por debajo de los 2ºC con respecto a los niveles preindustriales y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de temperatura a 1,5ºC con respecto a los niveles preindustriales”; 2) “alcanzar un balance neto de las emisiones de gases de efecto invernadero que sea cero en la segunda mitad del siglo”; y 3) los países deben mejorar sus compromisos de reducción de emisiones cada 5 años a partir de 2020.
Pero este acuerdo, más allá de lo ya mencionado, debía concretarse en compromisos concretos, con datos y fechas, pues con los compromisos actuales de los países firmantes se prevé un aumento de 3ºC con respecto a épocas preindustriales y por lo tanto se pasaría por alto en mucho el punto que se considera de no retorno por la comunidad científica y los acuerdos alcanzados en la COP21. El objetivo de la última cumbre, la COP25, era cerrar las reglas que los países firmantes (196 más la UE) deberían empezar a cumplir con el inicio de aplicación del Acuerdo de París en 2020. La próxima cumbre tendrá lugar en Glasgow a finales de 2020.
El fracaso de las negociaciones
El elemento central que se discutió en la cumbre es la cuestión contemplada en el artículo 6 del Acuerdo de París: los mercados de carbono. Mediante los mercados de carbono, los países en lugar de reducir sus emisiones pueden comprar derechos de emisión sobrantes a otros países y las empresas pueden compensar sus emisiones adquiriendo certificados, generados al “evitar” emisiones de gases mediante proyectos de mejora forestal, fomento de energías renovables, etc. China, India y Brasil defienden que se mantengan los certificados que vienen utilizándose durante el periodo de aplicación del Protocolo de Kyoto, certificados de reducción de emisiones (CER), mientras que la UE dice temer que el mercado se vea inundado por créditos a bajo precio que impidan una reducción real de las emisiones.
Finalmente, ningún consenso se alcanzó en este terreno y varios portavoces de la UE manifestaron que “preferimos que no haya acuerdo a un mal acuerdo”. La cumbre concluye con un consenso llamado “Chile-Madrid. Tiempo de actuar”, que se concibe como una forma de sentar las bases para que los países presenten en la COP26 planes de acción más ambiciosos. Es decir que el acuerdo consiste en aplazar el acuerdo hasta el año que viene.
En definitiva lo que aquí se muestra es la competencia entre los distintos países en la producción capitalista. Los países que actualmente están en situación de “desarrollo”, como China, Brasil e Indica, esquivan por todos los medios ampliar sus compromisos de reducción de gases de efecto invernadero para seguir creciendo sin cortapisas; los países industrializados como EEUU, Rusia y Canadá son los más reacios a aceptar estos acuerdos de reducción para poder seguir compitiendo con los primeros; y la UE ve en la reconversión ecológica un mercado emergente con el que poder competir a nivel internacional, sin abandonar en ningún caso las inversiones en las fuentes de energía más utilizadas actualmente: el petróleo, el carbón y el gas natural.
De hecho, quince días después de la COP25, la UE ha decidido convertir al Banco Europeo de Inversiones (BEI) en un “Banco climático”, lo que conllevará desbloquear un billón de euros para inversiones durante la próxima década y, al mismo tiempo, existen actualmente seis proyectos de diez empresas petroleras con inversiones de 8000 millones de euros para extraer todo el petróleo posible del mar del Norte. La hipocresía está servida.
El freno al cambio climático no es posible dentro del capitalismo
Si la COP25 hubiera sido un éxito, igualmente habría sido total y completamente insuficiente. Es imposible que un sistema que se basa en la acumulación de capital a costa de los y las trabajadoras y de los recursos del planeta, sin ningún tipo de planificación de la producción y con la competencia entre sectores capitalistas como motor del mismo, pueda frenar el cambio climático de forma real. Un mercado de emisiones de carbono que en muchos casos, como hemos visto en el Estado español, genera un aumento de la deuda pública en lugar de una reducción real de las emisiones, no es una herramienta útil para acabar con esta amenaza.
Por lo tanto, la única salida es acabar con el capitalismo. Debemos levantar un movimiento sostenido en el tiempo que permita organizarnos y levantar un programa para acabar con todo tipo de opresiones y que establezca una economía planificada en base a las necesidades sociales y la sostenibilidad con el medio ambiente. Apoyamos las movilizaciones que se han empezado a dar, así como las huelgas estudiantiles y laborales. Es necesario unificar estas luchas con todas las demás y dotarlas de contenido de clase para que no se difuminen, golpeen en un mismo sentido y permitan acabar con este sistema anacrónico y caótico que supone la producción capitalista.