En 1899, Eduard Bernstein, recibió una carta del sindicalista Eduard David en la que este le decía: “Eres un burro, Eddie, esas cosas se hacen, pero no se dicen”.
Bernstein acababa de publicar Los presupuestos del socialismo y las tareas de la socialdemocracia que recogían una serie de artículos publicados en Neue Zeit, órgano teórico del PSD, en los que trató de refutar las premisas básicas del socialismo científico, fundamentalmente la afirmación marxista de que el capitalismo lleva en su seno los gérmenes de su propia destrucción. Negó la concepción materialista de la historia, la creciente agudeza de las contradicciones capitalistas y la teoría de la lucha de clases. Llegó a la conclusión de que la revolución era innecesaria, que se podía llegar al socialismo mediante la reforma gradual del sistema capitalista, a través de mecanismos tales como las cooperativas de consumo, los sindicatos y la extensión gradual de la democracia política. El PSD -dijo- debe transformarse de partido para la revolución social en partido para la reforma social.
La advertencia de Eduard David a Bernstein, tiene la virtud de mostrarnos, por un lado que esta era la primera vez que se teorizaba la estrategia reformista y por otro lado, que esta misma estrategia llevaba algunos años ya instaurada en el seno del gran “Sozialdemokratische Partei Deutschlands”.
Aunque la joven Rosa Luxemburg desmonta paso a paso las teorías de Bernstein en Reforma o Revolución, la propia Historia no tardó en refutar a Bernstein y la economía global entraba en crisis justo un año después, sin embargo sus ideas se hicieron mayoritarias en la II Internacional dando paso así al nacimiento de la Socialdemocracia moderna. Sin la historia de esta, no es posible entender el siglo XX. Desde el voto a favor de los presupuestos de guerra que legitiman la barbarie de la I Guerra Mundial, a la tercera vía y su viraje hacia el social-liberalismo de los años ́80, pasando por la política de colaboración de clases en la República de Weimar que entrega el poder al nazismo o los acuerdos de Postdam (entre el gran capital representado por Truman, la socialdemocracia representada por el primer ministro laborista Clement Attlee y el estalinismo nunca mejor representado, por el propio Stalin) tras la II Guerra Mundial que sentarían las bases del nuevo orden mundial en el que la socialdemocracia europea viviría sus años dorados, gracias a la posibilidad de aplicar políticas expansionistas y de desarrollar el Estado de Bienestar, sin penalizar en exceso la tasa de ganancia de los capitalistas, que entendieron la necesidad, primero de desarmar a las milicias armadas que habían resistido al fascismo y segundo de acabar, a través de la mejora de sus condiciones de vida, con los anhelos revolucionarios de la clase trabajadora europea.
Pero los “30 gloriosos” (ni fueron tantos, ni tan buenos) culminan con la crisis de los ́70. A partir de entonces las políticas keynesianas de los partidos socialdemócratas comienzan a resultar incompatibles con los estrechos márgenes de ganancia del capital. No por gusto los años ́80 van a estar marcados por la aceleración en la construcción del proyecto de integración europea, puesto que este andamiaje va a ser el que facilite el desmantelamiento de las conquistas sociales de la clase trabajadora europea.
A las derrotas de los impulsos revolucionarios de finales de los ́60 y principios de los ́70 les seguirán las derrotas de las resistencias sindicales a las primeras políticas de ajuste en el continente de mano de Margaret Thatcher y el posterior derrumbe del bloque soviético, que marca el principio del “fin de la Historia” y la internacionalización de las políticas de ajuste a la que se denomina como “Globalización”. Esta política, impulsada por el FMI consiste básicamente en la desregularización del mercado financiero, la privatización de los sectores de la economía controlados por los Estados y las contrareformas laborales que deterioran las condiciones de vida de las clases populares, lo que permite salvaguardar la tasa de ganancia de los capitalistas, hasta que en el 2008 vuelve a saltar por los aires el mercado económico y financiero mundial, que lejos de solventarse con “la refundación del capitalismo” tan promulgado por los líderes mundiales tras los primeros meses de la crisis, dando a entender la necesidad de una vuelta al capitalismo de rostro humano de los años posteriores a la II Guerra Mundial, la verdadera respuesta a la crisis no es más que un trasvase sin precedentes de dinero público a la banca con el fin de rescatar a esta última y la intensificación de esas mismas políticas de corte neoliberal promulgadas por el FMI esta vez camuflado en Europa dentro del criminal triunvirato más conocido como la “Troika”.
Lo que viene a reflejar este fugaz repaso histórico por el s.XX no es más que la inviabilidad del proyecto socialdemócrata hoy, es decir, la imposibilidad de un “capitalismo de rostro humano”, que solo fue posible en algunos países de Europa durante algunos años, gracias a la devastación de la II Guerra Mundial, el miedo de los capitalistas frente al potencial revolucionario del movimiento obrero y al saqueo del tercer mundo a través de la división internacional del trabajo. Si la crisis de la socialdemocracia, fuese efectivamente la de sus partidos históricos y no la de su proyecto, ¿Porque naufragan las alternativas políticas que han logrado gobernar tratando de aplicar un programa socialdemócrata clásico? ¿Por qué se acaba el ciclo de los gobiernos progresistas de América Latina? ¿Por qué la troika se refiere al gobierno portugués como su alumno aventajado? ¿Por qué se quedan los Ayuntamientos del cambio, en un mero cambio cosmético? ¿Por qué Syriza lleva dos años aplicando un plan de ajuste más duro que sus predecesores?
La crisis de la socialdemocracia hoy, no es por tanto, la crisis de los tradicionales partidos socialdemócratas europeos, debido a: su derechización; a su incapacidad de conectar con las demandas de las clases medias; su corrupción… como se argumenta desde tantas tribunas. La crisis de la socialdemocracia es por el contrario la demostración de la “Ley de descenso tendencial de la tasa de ganancia” a la que hacía referencia K. Marx en El Capital, que hace más de un siglo trató de refutar Eduard Bernstein. Es la demostración de que el capitalismo es un sistema social crecientemente contradictorio y por tanto revela los límites históricos del propio sistema capitalista. ¿Significa esto, que podemos sentarnos a esperar el derrumbe del capitalismo como fruta podrida, para que podamos construir el Socialismo? Absolutamente no. Significa, por el contrario, que urge la reconstrucción del movimiento obrero internacional y de su articulación con total independencia de las clases dominantes. Significa que “mientras peor-peor” y ahí están las victorias electorales del Brexit y Donald Trump como claros síntomas, aunque no los primeros, del repliegue nacional por sectores capitalistas que huyen de la inestabilidad y el caos económico internacional. Significa “Socialismo o Barbarie”.