melenchonEn las últimas semanas los sondeos apuntan a un posible gran resultado de Jean Luc Mélenchon en las elecciones presidenciales de Francia del próximo 23 de abril. Cuando se publique dicha revista ya se sabrán los resultados. Sea cual sea ese resultado no podemos subestimar la influencia de la candidatura de la « Francia insumisa » en algunas capas de la clase obrera y de la juventud escolarizada. Antiguo adepto de Mitterrand, antiguo diputado del Essonne, antiguo alto funcionario del ministerio de la Enseñanza superior bajo Jospin, y actualmente diputado europeo, Mélenchon sigue siendo un político como los demás…

¿”El futuro en común” con la burguesía?

El contenido de la obra “El futuro en común”, éxito en librería, es aún menos audaz que el del “Humano primero” publicado en 2012. Ese programa es al parecer el fruto de una colaboración de más de 3000 participantes on line, que han podido libremente publicar sus reivindicaciones en la página web del “movimiento » de los insumisos”, inspirándose en las anteriores obras del candidato, sobretodo en “La era del pueblo”, y de los trabajos de algunos intelectuales como el antiguo socialista Jacques Généreux.

Leyéndolo, nos damos cuenta inmediatamente una rebaja de las reivindicaciones en relación a 2012. Frente al aumento actual del tiempo de trabajo y de los ritmos, Mélenchon propone una sexta semana de vacaciones pagadas y la puesta en marcha de las 35 horas sin horas suplementarias, y de 32 horas para los empleos duros o de noche. Aunque humilde, esta promesa es atractiva para muchos asalariad@s; un matiz sin embargo : antes de ser aplicada, deberá pasar por una “conferencia nacional sobre el tiempo del trabajo”.

¿No se trata pues de un guiño al fraude del “diálogo social”, que tanto daño nos ha hecho durante la legislatura de Hollande y que pretende hacernos creer que l@s trabajador@s y los patrones pueden encontrar un punto de encuentro gratificante para todos? Si esa es la vía escogida para aplicar esta reforma, mejor entonces no ilusionarse.

Entre los dos programas, la evolución más flagrante tiene que ver con el SMIC (salario mínimo interprofesional). Mientras que en 2012, Mélenchon reivindicaba 1700 euros, habla hoy de 1326 euros netos. Reivindicación modesta en comparación con los 1426 euros necesarios para “vivir decentemente” y a los 1700 euros netos reivindicados por la CGT.

Algun@s podrían reprocharnos condenar medidas que buscan, de todos modos, combatir la precariedad. La timidez de un programa como éste es evidente en un contexto en el que la burguesía se forra: las empresas del CAC40 (IBEX35 francés) acaban de distribuir 56 mil millones de dividendos para el año 2016. Carlos Ghosn, el director general de Renault y Nissan, se ha entregado él mismo 6,5 mil millones de euros para Navidad. Al mismo tiempo, los despidos no cesan, personas sin vivienda mueren en plena calle a causa del frío invernal, la Ley Trabajo se aplica y la pobreza se agrava.

La utopía está del lado de Mélenchon, no del nuestro: nosotr@s somos realistas, somos conscientes de las desigualdades de clase, que están a la base de nuestras reivindicaciones radicales. Frente a la gravedad de la situación de las clases populares, exigimos la prohibición de los despidos, el reparto del trabajo entre todas y todos para acabar con el paro, salarios y pensiones de al menos 1800 euros netos equiparables con el aumento de los precios y de los impuestos. Y decimos claramente que esas medidas sólo podrán alcanzarse mediante la lucha de clases, no confiando en un político.

No se trata sólo de contestar a las necesidades más inmediatas de nuestra clase, sino de enfrentarse al capital, a la propiedad privada, a los bancos y a sus préstamos ilegítimos. Frente a los “insumisos” que proponen la creación de un “polo público bancario” y la anulación parcial de la deuda pública, defendemos la socialización del sistema bancario y la abolición completa de la deuda pública. Este dinero acumulado en los cofres no es más que la plusvalía generada por l@s trabajador@s desde hace siglos: debería legítimamente volver a nuestros bolsillos.

En lo que se refiere a la deuda, la disminución constante del impuesto sobre las fortunas (ISF) conlleva una bajada del presupuesto del estado, lo que le obliga a endeudarse a cerca de los grandes bancos. Sin embargo los que detienen esos bancos, y que se enriquecen con intereses pagados por el estado, son los mismos que se aprovechan de la reducción del ISF.

Esa “deuda”, astucia del neoliberalismo capitalista, es por tanto ilegítima.

En cuanto a la ecología, “El futuro en común” promete 100 % de energías renovables para 2050, es un objetivo a largo plazo que no compromete a nada, y de hecho no se trata en ningún caso de la necesidad de enfrentarse al poder de los grandes monopolios de la energía. Un poco más lejos, Mélenchon habla de la necesidad de una “planificación ecológica” llevada a cabo por el estado con el fin de evitar catástrofes provocadas por la producción capitalista. Pero ¿cómo se puede verdaderamente preservar el medio ambiente sin recurrir a una planificación socialista? Es la ley del mercado y la búsqueda permanente del mayor beneficio lo que conlleva a las empresas a una competitividad salvaje, generadora de despilfarro y de contaminación. Expropiar a los capitalistas, poner el conjunto de la economía bajo control de l@s trabajador@s, planificar para responder a las necesidades preocupándose del ecosistema: salvar el planeta sólo puede pasar por una puesta en tela de juicio del poder de la burguesía.

Nacionalismo y proteccionismo

El programa de Mélenchon está fuertemente teñido de chovinismo republicano: su proyecto de un servicio cívico obligatorio para “reconstruir una defensa independiente, nacional y popular”, sus palabras xenófobas sobre l@s trabajador@s desplazad@s, son unas muestras del discurso habitual de los políticos más reaccionarios.

Mientras que millones de refugiad@s, huyendo de la guerra, sobreviven en Europa en unas condiciones infrahumanas, el eurodiputado propone “luchar contra las causas de las migraciones”. Ninguna solución internacionalista, solidaria de l@s trabajador@s de otros países, se pone sobre la mesa. La fórmula de Mélenchon deja entender que l@s migrantes son un problema; lógicamente no defiende ni la apertura de las fronteras, ni la libertad de instalación, y de hecho, el candidato al Elíseo se ha pronunciado muchas veces contra esas medidas. Su solución alternativa: “construir la paz en Siria”, lo que equivale en realidad a proponer la injerencia del imperialismo francés y de su ejército.

Limitándose a condenar los desastres de las intervenciones americanas y aplaudiendo al régimen de Putin, la “Francia insumisa” rechaza denunciar el papel de todos los imperialismos, analizando la guerra a través del prisma de las naciones en lugar del de las clases, y tomando partido en la práctica para algunas de las burguesías que compiten por la dominación de Oriente Medio – una rivalidad en la que l@s trabajador@s nada tienen que ganar-, el programa de Mélenchon contribuye a sembrar la confusión.

“El futuro en común” preconiza la disolución de la BAC y la prohibición del flash-ball. Si es cierto que no tenemos nada en contra de esas propuestas, la divergencia – muy importante para nosotr@s – se sitúa en la caracterización de las fuerzas del orden: para Mélenchon, el estado es neutral desde el punto de vista de las clases sociales, y la policía debe ser mantenida, y hasta favorecida: “Reforzar los medios humanos y materiales de las fuerzas de seguridad, en cantidad y en calidad”. El movimiento contra la Ley Trabajo nos demostró sin embargo la naturaleza de esos “medios humanos” que han demostrado ser particularmente violentos con respecto a l@s manifestantes. Mélenchon no denunciará nunca el carácter burgués del estado y de sus instituciones: su plan de carrera es ser un buen gestor del capitalismo francés.

Después de la violación de la que fue víctima el joven Théo, escuchar hablar de una policía “republicana” que podría ser “diferente” – sin que nunca nos digan en qué sentido, por cierto -, interpela mucho y va más allá de los simples entornos revolucionarios. La policía siempre ha estado ahí cuando se ha tratado de defender el orden establecido. Incluso si Mélenchon cambiara el número, la República francesa seguiría definiéndose por su naturaleza de clase. Para asentar su dominación sobre toda la sociedad, la burguesía capitalista se sirve de la policía, del ejército, de los tribunales, es decir de su estado, cuya función es hacer aceptar por tod@s el mantenimiento de las desigualdades sociales, y para eso están dispuestos a usar las violencias más extremas.

En el plano económico, Mélenchon se reclama de un “nuevo independentismo francés”, ya que según él, la Europa dirigida por Angela Merkel es la causa del paro y de la precariedad en Francia. La solución perfecta sería por tanto la ruptura con los tratados europeos o, en el peor de los casos, la salida de la UE. Una vez más, la “Francia insumisa” saca las trompetas nacionalistas. Es cierto que, la UE y Merkel son enemigos de l@s trabajador@s; pero cuando fustiga a Alemania, Mélenchon no usa ningún punto de referencia de clase, lo que equivale a señalar con el dedo también a l@s trabajador@s alemanes, y a asimilarlos a opresores.

Salir de la UE para liberarse de lo que él llama “la hegemonía alemana” y salvaguardar la “soberanía” del estado-nación francés, esto no representará jamás una alternativa favorable a l@s trabajador@s : Mitterrand no obedeció a ninguna consigna de Bruselas cuando despidió a más de 21 000 miner@s, en un momento en el que la siderurgia estaba bajo control del estado. Lo que se expresa a través de las instituciones nacionales no es nunca el interés de tal o tal “pueblo”, sino siempre el de la clase dominante.

El proteccionismo económico, ya sea éste defendido por la izquierda de Mélenchon o por la extrema derecha del Frente Nacional (FN), corresponde siempre a la misma lógica: habría que privilegiar a las empresas francesas ya que eso permitiría salvaguardar el empleo en Francia. En realidad, es sólo un pretexto para justificar los numerosos regalos fiscales hechos a los capitalistas franceses.

Desde ese punto de vista, el ejemplo de Alstom es esclarecedor; mientras que la multinacional del ferroviario apuntaba enormes beneficios, 600 empleos fueron amenazados por el anuncio de cierre de la fábrica de Belfort: todos los defensores del proteccionismo, y en primer lugar Mélenchon, han defendido la nacionalización, es decir la compra de la empresa en “quiebra” con dinero público. ¿Para qué salvar Alstom con dinero de los contribuyentes, cuando se podría mantener los empleos de Belfort haciendo pagar a los accionistas? La cuestión es que no hay que tocar bajo ningún concepto los beneficios. Ya que si el futuro es “en común”, es también con los capitalistas.

Ni Dios, ni César ni Mélenchon

Admitámoslo, aunque el programa de Mélenchon está alejado de la herencia política del movimiento obrero, igualmente está muy por debajo de lo que prometía el Programa común del Partido Socialista (PS) y el Partido Comunista (PCF) a principios de los años 70. Las y los marxistas revolucionarios son acusados a menudo de dividir a la izquierda, de debilitarla, pero si consideramos necesario criticar el programa de la Francia insumisa es por una parte porque algunos de sus aspectos deben imperativamente ser denunciados, y por otra porque buscaremos siempre favorecer la desconfianza de las y los trabajador@s hacia quienes prometen el cambio a través de las elecciones.

¿Qué crédito puede todavía tener esta izquierda que pretendía, en 2012, que su enemigo eran las finanzas? En Grecia, el líder de Syriza Alexis Tsipras, había elevado las esperanzas de las clases populares antes de traicionar finalmente sus promesas, firmando el memorándum más severo desde la crisis de 2008: nada nos garantiza que un Mélenchon vaya a actuar de manera diferente.

Incluso con la más sincera de las voluntades, a partir del momento en que uno rechaza atacar la legalidad burguesa, es imposible poner en tela de juicio el poder de los capitalistas. Para escapar del impuesto sobre las grandes empresas, los capitalistas encuentran siempre métodos para esconder sus millones en los paraísos fiscales. Y en los momentos críticos, no dudan en utilizar todos los medios posibles, incluso ilegales, para aplastar a la clase obrera cuando ésta se rebela, como mostraron en el golpe de estado en Chile en 1973, el asesinato de Salvador Allende y la matanza que le siguió.

El derecho, los decretos y las leyes no son más que la expresión de una correlación de fuerzas. En algunos sectores la Ley Trabajo se aplicaba ya incluso antes de ser votada, simplemente porque l@s trabajador@s de estas empresas no habían tenido la suficiente confianza en su fuerza colectiva para poder oponerse a esta injusticia. La lucha de clases no puede llevarse a cabo dentro del marco institucional: ¡ganaremos en la calle y por medio de la huelga!

A pesar de la evidentes inconsistencia del programa de Mélenchon, algun@s compañer@s y amig@s decidieron “estratégicamente” votar por él, pues entre la amplia gama de políticos burgueses representa el “menos malo”. Sea el que sea el ganador de estas elecciones llevará a cabo de todos modos una política antisocial, así que para ell@s tanto es igual votar por el que nos haría pagar menos caro… Elegir el menos brutal de los políticos al servicio de los patrones, ¡qué triste enfoque! Es el argumento clásico, utilizado en cada elección para votar a la izquierda contra la derecha, o a la derecha contra la extrema derecha.

La realidad es que incluso el menos anti-obrero de los candidatos burgueses hace la cama a la candidata más reaccionaria. Si el FN espera casi el 30% de los votos en las regionales es la consecuencia de más de 30 años de políticas antisociales dirigidos tanto por la izquierda y por la derecha. La movilización de la primavera pasada demostró que cuando la clase trabajadora y la juventud se movilizan, Marine Le Pen no puede más que quedarse callada: la lucha de clases y la solidaridad obrera son el mejor método para bloquear a los racistas, y no la papeleta de voto.

Los trabajadores y trabajadoras producen todas las riquezas de la sociedad. ¿Por qué deberían contentarse con el “menos malo”? ¿Por qué no podrían exigir todo? A través de la historia, la única vía que ha permitido obtener beneficios sociales ha sido la de la huelga. No nos limitemos a estar a la espera ni seamos derrotistas: hay que dejar de padecer. ¡Organicémonos, tengamos confianza en nuestras fuerzas y atrevámonos a desafiar el poder de los ricos!

Si defendemos la candidatura de obrero Philippe Poutou no es para sembrar ilusiones electoralistas. Él y sus compañer@s de trabajo se ha enfrentado duramente para evitar el cierre de la fábrica de Ford de Blanquefort, y queremos aprovechar esta campaña electoral para hacer que se oiga una voz combativa, anticapitalista y revolucionaria. Queremos dar la posibilidad a l@s que comparten estas ideas de votar a un trabajador que no tiene nada en común con el mundo de los patrones y los políticos profesionales. Al igual que una parte de la clase obrera y de la juventud, nuestro candidato desea precisamente acabar con ese mundo.