La Bahía de Cádiz es escenario de una guerra silenciada que lleva librándose más de 30 años, pero en estos días, un nuevo detonante ha hecho que el grito se escuche claro y fuerte, lleno de rabia y dignidad.
Navantia es una empresa pública que gestiona, entre otros, los 3 astilleros de la Bahía de Cádiz pero, como todo lo público, hace tiempo que quieren desmantelarlo, y no porque en sí mismo lo público no funcione, sino porque interesa dejarlo morir, gestionarlo mal, o desprestigiarlo para poder privatizarlo y que algún pez gordo, o varios, puedan sacar tajada. El desmantelamiento de la industria naval comenzó con la reconversión industral en los años 80 y los ajustes económicos de la Comunidad Económica Europea. En ese momento se pretendía el cierre total de los Astilleros y, ante eso, la batalla que libraron lxs trabajadores y la población de la zona fue brutal; fue una batalla larga donde se frenaron los planes iniciales a golpe de protesta, cortes de puente, barricadas y enfrentamientos con la policía. Gracias a la resistencia, los Astilleros no cerraron y siguieron siendo el elemento central de la industria en la Bahía de Cádiz pero con una reducción, en varias fases, de la plantilla y un desgaste paulatino de las condiciones laborales.
La guerra del capitalismo contra la clase trabajadora es constante y permanente, aunque se le tuerza el brazo a veces, aunque se le gane parcialmente, si no se acaba con él, desde ese mismo momento comienza el segundo asalto.
El acuerdo de las representaciones de CCOO y UGT sobre prejubilaciones, que suponían ya en la práctica una importante destrucción de empleo al no cubrirse las vacantes, fue la antesala de una política de privatizaciones indirectas donde, literalmente, las instalaciones de Astilleros se alquilaban y, posteriormente, se vendían al mejor postor. Así es como múltiples empresas llamadas “auxiliares” comenzaron a asumir trabajos que anteriormente se hacían desde la empresa matriz, con plantilla de “la casa”, hoy muy reducida pero con condiciones laborales que se lograron gracias a esa batalla librada en los 80.
Esta privatización paulatina tenía como fin, no que los trabajos se hicieran mejor, no que se trabajara de manera más eficiente o más profesional, el objetivo era simple: precarizar las condiciones laborales que se habían logrado a traves de años de lucha y resistencia en los Astilleros, tirar los salarios, facilitar el despido y explotar de forma impune. Todo esto ha ido pasando con el beneplácito de la dirección de Navantia y la pasividad de los Comités de empresa. Estos últimos se centraron en defender las condiciones laborales de la plantilla de la casa, dejando totalmente desprotegidxs a lxs trabajadores de las empresas auxiliares.
Hoy nos enconramos que lxs trabajadores de las auxiliares suponen más de un 80% del total de la plantilla, por los tanto, la gran mayoría de trabajadores de Astilleros están precarizados y al servicio de los requerimientos de empresas, cuyo único interés es exprimir el máximo beneficio a toda costa y sin obstáculos de ningún tipo. Es importante destacar que el grueso de la plantilla sale despedida cada vez que termina una obra o cada vez que no hay carga de trabajo suficiente; estas empresas, en muchos casos, ni siquiera cumplen el convenio del metal. Es fácil imaginar lo difícil que es organizarse sindicalmente en estas circunstancias; el enchufismo y la existencia de listas negras es por todos conocida y ante todo esto, el Comité de empresa de Navantia simplemente mira para otro lado y calla.
No puede extrañarnos que las principales reivindicaciones de lxs trabajadorxs de las empresas auxiliares, de los pocos que hasta ahora se han atrevido a alzar la voz, sean precisamente ésas: carga de trabajo digna y continuada (estabilidad laboral), cumplimiento del convenio, fin de las listas negras y de la represión.
Si a la privatización encubierta, precarización, chantaje, le sumas un entorno social dominado por el
individualismo del “sálvese quien pueda” y la amnesia colectiva, donde la mayoría ha olvidado cómo se han conseguido históricamente todos los derechos, tenemos el abono perfecto para recoger precariedad, pérdida de derechos, explotación, etc..,etc… Empezamos a olvidar de dónde venimos y lo que somos, y los de arriba empiezan a recuperar terreno automáticamente.
Pero esta última semana, muchxs empezaron a recordar cosas que no veían desde hace 30 años, una demostración de dignidad que desgarraba el silencio. El detonante fue el despido de dos compañeros que habían sido altavoz de las justas reivindicaciones desde hacía más de un año, y justamente por eso, habían sido represaliados. La indignación se palpaba en el ambiente en esa asamblea de trabajadores, en los tornos de entrada de la plantilla auxiliar a las 6 de la mañana, megáfono en mano, aún de noche, expectación y rabia a partes iguales, que encedía los corazones de quienes se reconocieron entre sí para tomar parte activa ante lo injusto, venciendo el miedo individual para sentirse parte en ese momento de lo que importa.
Esta vez los compañeros despedidos no estaban solos, y no volverían a sentirse solos…
Se alzaron las manos en la asamblea para secundar una huelga indefinida, canalización de esa rabia contenida tanto tiempo que se plasmó ese día, el siguiente y el siguiente, y así hasta el fin de la semana. Una semana donde todo pasaba muy deprisa, a veces demasiado. Acampada en la puerta, asambleas improvisadas en cada esquina, en cada conversación un aprendizaje, una vivencia tan rica que equivale a años de experiencia, choque entre mundos tan cercanos y a veces tan distantes en lo cotidiano, la limpiadora, el seguridad, el soldador, contaban su día a día. No se miraron como personas extrañas, estaban ahí reconociéndose.
Al otro lado de los tornos: las máquinas, las grúas y las herramientas quietas y mudas, mientras los directivos se escondían en sus torres y tramaban sus próximos pasos. Durante esos 5 días los ejecutivos de estas empresas usaron todos sus mecanísmos de coacción: amenazas directas de recortes, despidos, suspensión de las tarjetas de entrada, mensajes privados a trabajadorxs y a plantillas enteras y, su arma de terror más efectiva: la prensa, donde lanzaron sus amenazas de cierre patronal.
Éstos, además, tuvieron una alianza crucial: los comités de empresa.
El Comité de Puerto Real, donde se ubicaba el campamento base de la resistencia, sobrepasó todas las líneas éticas para desmovilizar a lxs trabajadores, se dedicó a criminalizar las protestas, parecían no recordar cómo en los años 80 se defendieron los derechos que ellos sí que disfrutaban. Este Comité dio una lección de burocracia que consistió en alinearse totalmente con la patronal, criminalizar a lxs trabajadores en lucha, llamándoles incluso salvajes, llamar a la desmovilización a través del miedo, desentenderse de los represaliados y de los incumplimientos de convenio que se denunciaban y, para poner la guinda al pastel, acusar a quienes luchan de “poner en peligro” la “futura” carga de trabajo.
A nivel institucional, la derecha fiel a la patronal, sin lugar a dudas, mientras que los aparatos de PSOE e IU se alineaban con las vergonzosas declaraciones del Comité, una curioso abanico conformaba el bando reaccionario en este contexto.
Cuando remueves tanto, tocas los intereses de mucha gente poderosa y acomodada, todo parece que se vuelve en contra y que te apuntan lanzas por todos los frentes. Así que, para entender cómo durante 5 días miles de trabajadorxs se concentraban en asambleas en los tornos y votaban de forma masiva continuar los paros, había que vivir ese momento de solidaridad, de reconocimiento entre iguales, a pesar de ser de empresas o lugares distintos; ese sentimiento de que eran fuertes porque estaban juntxs en la lucha.
Era un momento duro, de desgaste físico y mental pero también era hermoso de vivir. Desde una asamblea improvisada en el aparcamiento de los tornos, a la sombra del único árbol que protegía del calor del asfalto, hasta una conversación en cualquier esquina o bar del pueblo donde nada de lo que pasaba en los Astilleros pasaba desapercibido. Todo transcurría en el corto magen de una semana: emociones, gestos, risas, llantos, compañerismo y aprendizaje colectivo.
La patronal lanzaba sus ataques mientras contaba con que, aislados y con todo en contra, lxs trabajadores perderían fuerza a medida que se alargaba la situación. Para continuar era necesario un nuevo impulso y ampliar la pelea a otras factorías y otros conflictos, manteniendo la tensión, así que la patronal no recibiría con agrado que en esos días, desde CTM y CGT, convocáramos de forma oficial una Huelga provincial en el Metal, que empezaría el día 27 de agosto; esto ponía en riesgo los planes de la patronal que tenía que empezar a mover ficha rápido para contener la situación.
Lunes 24 de agosto, una semana después del comienzo de los paros, el comité de Navantia Puerto Real anuncia que planea una votación (vigilada y organizada por ellos mismos), donde se decidiría si continuaban o no los paros. Duante el fin de semana previo, se habían asegurado de prohibir el paso a los acampados en los tornos, en un intento claro de obstruir la realización de la asamblea de la mañana. Sin embargo, a pesar de todo, se organizó una asamblea multitudinaria, tras la cuál entraron a trabajar teniendo claro que continuarían las movilizaciones y la convocatoria de Huelga oficial para el 27 de agosto. Mientras que en las votaciones prefabricadas y dudosas del Comité de Puerto Real, dentro de las instalaciones, no votó casi ni la mitad de la plantilla, y de los que sí lo hicieron, los datos muestran que un 23% quería continuar la huelga, a pesar de todo, después de 5 días de amenazas de despidos, cierre patronal y presiones de todo tipo.
Por otro lado, el Comité de empresa de San Fernando sí está hablando ya con la CTM y parece que todas las partes se sentarán en un SERCLA tras el pulso mantenido. La Huelga se traslada al 4 de septiembre, lo que da margen a la negociación pero también a calentar los motores de nuevo.
Está claro que la batalla sigue abierta y, más aún, tras la demostración práctica de nuestra fuerza, de que sólo lxs trabajadores somos capaces de pararlo todo, y por tanto, de cambiarlo todo. Los de arriba lo saben y por eso nos prefieren por separado, individualizadxs y paralizadxs por el miedo.
Durante 5 días de resistencia no pudieron con la dignidad de estxs trabajadores, ni pudieron contener las muestras de apoyo, ni frenar esa amplia experiencia de autorganización, por eso este salto nos sabe a victoria, a esperanza en que nos demos cuenta de que el futuro también nos pertenece. Nos da fortaleza para volver a la carga.
Artículo de Mayte Sánchez, sindicalista de CGT En Puerto Real y militante de La Raíz