persp hiuelg genConsideramos la huelga general como la hipótesis estratégica central para la ruptura revolucionaria y la toma del poder a favor de nuestro bando social. Durante un movimiento de huelga que se generaliza, la clase obrera es en efecto capaz, paralizando la producción, de recordar que son efectivamente los trabajadores los que producimos las riquezas y los que hacemos funcionar esta sociedad.

Pero sobretodo, al decidir seguir con su movimiento mediante asambleas generales, y eligiendo comités de huelga, y coordinándose, los huelguistas pueden empezar a disputar el control de la producción a los capitalistas. A medida que estructuras de auto organización de los trabajadores en huelga ganan en fuerza y en centralización, su legitimidad para dirigir esta sociedad comienza entonces a enfrentarse al poder del Estado y a la ruptura revolucionaria, los órganos de lucha se convierten entonces en órganos de poder de la nueva sociedad por construir.

Evidentemente como lo subrayaba Lenin, “no es de toda situación revolucionaria que surge la revolución, pero solamente de una situación tal que al cambio objetivo se suma un cambio subjetivo, es decir la capacidad de la clase revolucionaria para llevar acciones revolucionarias de masas suficientemente potentes para romper (…) con el antiguo gobierno que, jamás incluso en periodo de crisis, “cae” si no lo “hacemos” caer”.

Es ahí que la existencia de una fuerza militante organizada, que acumula experiencias y constituida de militantes cuyo objetivo es actuar conscientemente por la centralización de la huelga y para que el desenlace de la crisis sea favorable al proletariado, es por tanto crucial: es la cuestión del partido revolucionario.

Un hilo estratégico: de las luchas cotidianas a la ruptura revolucionaria.

Una huelga, es siempre en primer lugar la ruptura del contrato de trabajo, y por tanto una primera puesta en tela de juicio de la explotación capitalista.

Pero para reconducir la huelga, los y las trabajadoras, que estén o no sindicadas deben decidir juntas en asambleas de las perspectivas a dotar al movimiento. Para extenderla, es absolutamente necesario que éstos se coordinen y por tanto que consigan sobrepasar las diferencias en términos de categoría profesional o generacional en su empresa, pero también las barreras que existen entre los diferentes sectores. Entonces se crean nuevas solidaridades entre trabajadores, y la huelga general construye una unidad propicia para el combate contra las opresiones y las divisiones que son de costumbre el día a día de nuestra clase (hombres/mujeres, nativos/extranjeros, etc.). La auto organización de la huelga, bajo la forma que sea (asamblea generales, comités de huelga elegidos y revocables, coordinaciones), es por tanto un medio esencial para unificar en la práctica al proletariado.

La clase obrera supera así sus divisiones en la huelga pero, al mismo tiempo, se ve obligada a tomar poco a poco las riendas de sus vidas, dándose cuenta así de su propia fuerza, de su capacidad a controlar la producción y a dirigir la sociedad. Mediante la huelga general, el proletariado empieza por tanto a la vez a unificarse y a actuar por sí mismo. Puede entonces constituirse en clase “para sí”, es decir en clase consciente de sí misma, capaz por fin de enfrentarse a la burguesía y a disputarle el poder. Por ello, Trotsky afirmaba lo siguiente: “La huelga general es, por su propia esencia, un medio revolucionario de lucha. En la huelga general, el proletariado se une en tanto que clase, contra su enemigo de clase”.

Sin embargo, el debate estratégico sobre la centralidad de la huelga general agita las organizaciones anticapitalistas. No hablamos aquí de las organizaciones reformistas como PODEMOS o Syriza que no pretenden romper con el sistema capitalista sino de organizaciones que aún denominándose anticapitalistas han abandonado de su programa la hipótesis estratégica de la huelga general. Rechazan ya la perspectiva de generalización de las huelgas capaces de desembocar en un derrocamiento del Estado y lo argumentan en base a un argumento “democrático” bastante corriente. Según ese argumento, para que nuestro bando social gane la hegemonía sobre la mayoría de la sociedad, éste necesitaría también la legitimidad de las victorias electorales en el marco de las instituciones de la democracia burguesa. La huelga general por sí sola, si no está combinada con las elecciones, no sabría ser la expresión “consciente” de la masas.

Los revolucionarios tienen costumbre de contestar que si la “revolución por la urnas” – expresión del líder del Front de Gauche en Francia, Jean Luc Mélanchon – no es posible, es porque evade la cuestión del enfrentamiento violento con el Estado. Pero en realidad el primer problema no reside en eso, sino sobretodo que ni la construcción de una conciencia de clase, ni la conquista de una hegemonía verdadera pasa por la vía electoral.

En primer lugar, si la conciencia de clase se construye en una huelga general por medio de toda una serie de mecanismos que ya hemos descrito (auto actividad, unificación), seguro que no se construye depositando una papeleta en una urna. Basta para ello con comparar las lecciones que pueden sacar trabajadores de la experiencia “ciudadana” del voto o incluso de la participación en una campaña electoral, con aquellas sacadas por trabajadores que hayan participado en un conflicto social mayor o incluso en una simple huelga reconducible en su lugar de trabajo. ¿Cómo podría un proletariado que no se ha forjado en la lucha como una fuerza consciente de sí misma enfrentarse a la clase dominante y convertirse en la fuerza revolucionaria que va a “transformar” la sociedad?

Y en lo que se refiere a la hegemonía, según Gramsci, ésta “parte de la fábrica y sólo necesita, para ejercerse, el concurso de un número limitado de intermediarios profesionales de la política y de la ideología”. En esa concepción de la conquista de la hegemonía, ninguna huella del papel esencial que deberían jugar las instituciones de la democracia burguesa. En realidad, es precisamente en una fase de enfrentamiento mayor, convirtiéndose en una clase capaz de actuar en tanto que clase, como durante una huelga cuando ésta se generaliza, que la clase obrera puede ganar a su causa a la mayoría de la sociedad, es decir a todos aquellos que tienen interñes en derrocar el orden capitalista.

Una herramienta revolucionaria y un problema para los reformistas.

Pero la hipótesis estratégica formulada por algunas organizaciones autodenominadas anticapitalistas no excluye totalmente el uso de la hulega general: según esas corrientes, podría ser una posibilidad en la combinación de una dinámica electoral y de movilizaciones importantes, las cuales se alimentarían mutuamente para desembocar a la emancipación. De la misma forma, según Manolo Garí, uno de los dirigentes de Anticapitalistas, “no se puede tampoco descartar la posibilidad que una victoria electoral de PODEMOS alimente una reanudación de la movilización social contra el establishment político y económico, lo cual abriría el espacio a (…) un cambio favorable al pueblo y para que el gobierno no ceda al chantaje de los poderes financieros”. Debemos combatir esa concepción errónea, que puede representar una opción atractiva para muchos trabajadores cuando la perspectiva de una huelga general insurreccional sigue apareciéndoles como algo lunático.

En realidad, ¿es esa “combinación” verdaderamente factible? Precisamente, para Trotsky, si el uso de la huelga general es en sí una herramienta revolucionaria, por el contrario, es “completamente incompatible con la política del Frente popular, la cual significa la alianza con la burguesía, es decir la sumisión del proletariado a la burguesía”. Y una política de Frente popular, es la que ha llevado a cabo Syriza desde su ascenso al poder al formar un gobierno con ANEL y preparado con mucha antelación. Si las formulaciones utilizadas por Trotsky pueden parecer duras – “alianza con la burguesía”, “sumisión del proletariado a la burguesía” – , los trabajadores griegos han vivido literalmente lo que éstas describen, y en acelerado durante el verano 2015. Esa sigue siendo la política que ha llevado a cabo PODEMOS, con  los famosos “pactos” propuestos al muy social liberal PSOE con el fin de acordar un gobierno. La incompatibilidad de la huelga general con un gobierno de Frente popular no es una teorización sin fundamento: si la huelga general conduce efectivamente a un enfrentamiento del proletariado con la burguesía, ésta sólo puede ser un obstáculo para partidos reformistas envueltos en una política de alianzas de clases.

De nuevo y siempre el “factor subjetivo”.

Entonces, ¿cómo hacer para alcanzar la huelga general? ¿Cuáles son las condiciones para su irrupción?

Es evidente que la huelga – y en mayor medida la huelga general – no se decreta. En lugar de apostar por un desencadenante totalmente espontáneo y de limitarse a tener una orientación de esperar a verlas venir, es necesario intervenir conscientemente en la lucha de clases buscando influir su curso. Un partido anticapitalista y revolucionario puede y debe jugar ese papel. Para ello, es necesario ser un partido militante, activo en las movilizaciones sociales, que debate diariamente de su implantación en las empresas y de las luchas que los trabajadores llevan a cabo. Para algunos, en el seno de la extrema izquierda, construir una organización así impediría a sus militantes tomar distancia para analizar seriamente el periodo y la situación política, y por tanto intervenir correctamente en lugar de sin ton ni son: se trataría por tanto de “activismo”.

Al contrario, pensamos que para poder verdaderamente apreciar un periodo, para poder juzgar si la generalización de los conflictos es posible, es necesario ver “cómo se presentan las cosas desde el punto de vista del “factor subjetivo”, es decir de la disposición del proletariado a luchar. Esa cuestión – precisamente porque concierne a la esfera subjetiva y no objetiva – no se resuelve mediante una investigación precisa a priori. Lo que decide, a fin de cuentas, es la acción viva, es de la marcha real de la lucha” como lo recordaba Trotsky, hablando precisamente de la situación en Francia después de…la huelga general de 1936.