La Internacional comunista – o IIIª Internacional, o también Komintern – fue tanto una máquina de guerra para los obreros del mundo entero como un medio de control para la burocracia estalinista, una vez llevada a cabo la contra revolución. Numerosos libros de historia olvidan a menudo hablar de los inicios de la Internacional comunista, y sobre todo de su objetivo: la revolución proletaria mundial. Comprender su funcionamiento en sus inicios, es para los militantes revolucionarios una necesidad para poder percibir lo que está en juego a nivel estratégico pero también a nivel organizativo cuando hablamos de internacionalismo.
El internacionalismo proletario: hay un principio y un final para todo…
La revolución industrial vio nacer al proletariado en Europa, y éste se planteó con rapidez la necesidad de organizarse a nivel internacional: frente a las guerras, pero también frente a la utilización por parte de los capitalistas de asalariados de otros países para romper las huelgas. Se trataba por tanto de coordinar la acción de la clase obrera más allá de las fronteras.
Los debates tensaron y conllevaron a escisiones en el seno del joven movimiento obrero, pero una consciencia apareció: sean cuales sean sus países, los proletarios tienen intereses comunes, como la reducción del tiempo de trabajo, el sufragio universal, el final del trabajo de los niños, etc. Esa conciencia representó un adelanto en comparación con las dificultades que sabemos que tenían los obreros antes de eso para organizarse más allá de su realidad más inmediata. A pesar de su progresión, la Iª Internacional, creada en 1864, conoció desacuerdos teóricos importantes que conllevaron su desaparición.
Unos años más tarde, en 1889, la IIª Internacional – la Internacional obrera – fue fundada sobre la base del marxismo, y fue a escala europea una herramienta impresionante para el proletariado. Sus secciones eran, en cada país, partidos de masas, como el Partido social-demócrata alemán que contaba con cerca de un millón de afiliados, cuya prensa era leída por más de 4 millones de obreros y que organizaba escuelas de formación en todo el país. La defensa del socialismo por medio de la revolución formaba parte de los principios de esta Internacional; sin embargo, la práctica de centenares de sus secciones acabó por desviar su orientación real. Discursos sobre la necesidad del socialismo y de la revolución seguían dándose durante grandes celebraciones, como la del 1º de Mayo, pero cada vez más, los dirigentes de la IIª Internacional teorizaban el reformismo.
En un momento crítico, cuando estalló la Primera Guerra mundial, la gran mayoría de las secciones se alinearon con la Unión sagrada: pactaron con sus burguesías, votando los créditos de guerra y mandando a los obreros a una guerra fratricida en contra de sus hermanos de clase. En esas circunstancias históricas, y con una tensión extrema, se vio el verdadero rostro de esas organizaciones. Un balance debía hacerse de esta Internacional en quiebra: si bien era crucial que existiese una unidad teórica, ésta debía coincidir de manera consecuente con una práctica. Sin eso, todo quedaría en una simple buena declaración de intenciones.
Fue sin embargo en el seno de esta IIª Internacional donde cuadros, que contribuirían más tarde a que emergiese una nueva Internacional, fueron curtiéndose. Militantes como Lenin, Trotsky o Luxemburg llevaron a cabo combates políticos en el seno de la IIª Internacional siendo las caras visibles de un ala de izquierda. Se opusieron a la guerra y trataron de hacer que esta oposición no se limitase a la redacción de unos textos, sino también por la demostración en la calle. Los bolcheviques teorizaron el pesimismo revolucionario; en Alemania, las manifestaciones contra la guerra empezaron a partir de 1915 y su fuerza fue en aumento año tras año. Durante este periodo, los militantes revolucionarios se curtieron tanto en base a debates teóricos como a sus expresiones prácticas.
1917 : el principio de todo
Inmediatamente después del voto a favor de los créditos de guerra por parte de los parlamentarios de la IIª Internacional, los y las militantes que se opusieron a la guerra trataron de reagrupar a una oposición. En primer lugar durante las conferencias de Zimmerwald en 1915 y de Kienthal en 1916, dónde se defendió la necesidad de construir una nueva Internacional. ¿Pero cómo proceder habiendo llevado, la IIª Internacional, al proletariado a la carnicería y existiendo en cada país la represión y la censura, inclusive en las organizaciones de la social democracia?
La respuesta no vino gracias a una fórmula mágica, sino de la toma del poder por parte de los y las trabajadoras en Rusia. Fue un acto fundador, que indicó el camino teórico y práctico a seguir para acabar con la guerra. El proletariado ruso demostró a los militantes revolucionarios, y sobre todo a los obreros del mundo entero, que era posible acabar con la guerra, acabar con la burguesía y con sus gobiernos, apoyándose en las viejas fórmulas… Pero para ello era necesario tomar el poder, arrancárselo de las manos a una clase dirigente que presidía una sociedad en descomposición.
El impacto de la Revolución rusa fue gigantesco, aunque los medios de comunicación de la época fuesen infinitamente más limitados que hoy… Mientras que la guerra había sido un crepúsculo que oscurecía el mundo, el proletariado ruso acababa de reavivar el sol de la esperanza. Revueltas tuvieron lugar entre los soldados, como en Francia bajo el sonido de la Internacional y bajo el ondeado de la bandera roja, y como en Alemania, dónde las huelgas y las manifestaciones ya habían tenido lugar: la lucha se fue endureciendo.
Con la esperanza, para una parte del proletariado, de poder acabar con la gran guerra, otra lección fue sacada de la Revolución rusa: la necesidad de un nuevo partido. Un partido diferente de los anteriores, capaz de ligar la teoría a la práctica, y cuyo objetivo iba a ser la toma del poder por parte de los trabajadores; un partido cuyas acciones, incluso las más modestas, iban a verse guiadas por ese objetivo estratégico.
“Los nada de hoy todo han de ser”
Lenin y Trotsky tenían una conciencia aguda sobre la necesidad, para los obreros, de conquistar el poder, de erigirse en clase dominante, pero para ello, y según su propia experiencia en Rusia, sabían que era indispensable disponer de un partido. El suyo, el Partido bolchevique, tomó el nombre en 1918 de Partido comunista de Rusia, para marcar la ruptura con la social democracia que había traicionado. Su partido no debía limitarse a la esfera nacional: para esos revolucionarios, la Revolución rusa era sólo el primer capítulo de una revolución proletaria que estaba encomendada a triunfar en todos los países.
Ese objetivo estaba guiado por dos elementos: la necesidad de liberar del yugo capitalista al conjunto de la clase obrera, clase por naturaleza internacional, y la conciencia del hecho de que un Estado obrero aislado iba a ver ligarse en su contra a todas las burguesías del mundo. Para sobrevivir a esos asaltos, la joven Rusia de los Soviets debía extender la revolución más allá de sus fronteras.
Lenin miró hacia el país que le parecía más maduro y el más preparado para una revolución obrera: Alemania. No sólo por su proximidad geográfica sino también porque el proletariado alemán era el más potente de Europa, por su número, por su alta conciencia socialista y por su experiencia en lo que a huelgas políticas contra la guerra se refiere como sucedió en Berlín en 1918 dónde una manifestación consiguió congregar a 300 000 obreros. Por si esto fuese poco, el proletariado alemán tenía en sus filas a dirigentes comunistas de una gran categoría: Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht.
Los revolucionarios soviéticos pusieron todo su empeño para favorecer la extensión de la revolución. Repartieron octavillas con aviones por encima de los frentes militares, imprimieron periódicos, financiaron la acción de los grupos comunistas – por aquel entonces aún de talla modesta – en Alemania. Su prioridad era la agitación alrededor de la consigna de un derrocamiento del régimen existente, única solución para acabar con la guerra. Cuando Trotsky viajó a Alemania para encontrarse con los generales alemanes con el fin de negociar la paz, se dirigió en primer lugar a los obreros que acudieron para recibirle en la estación y les repartió octavillas en alemán.
Una política semejante tuvo un eco cada vez más grande en numerosos países, en Italia, en el Estado Español, en Francia, etc. Los viejos partidos socialdemócratas fueron sacudidos por debates alrededor de su posición con respecto a la Rusia de los Soviets, y franjas cada vez más significativas de militantes se vieron identificados con la política de los bolcheviques.
Pero la esperanza de una Alemania soviética marcó el paso, a pesar de la revolución de noviembre de 1918 que derrocó al Imperio. Los consejos de trabajadores y soldados se vieron confiscados de inmediato por la socialdemocracia, y los principales líderes comunistas alemanes fueron asesinados. Los bolcheviques aceleraron entonces el proceso de constitución de la Internacional comunista.
Nacimiento de la Internacional comunista
El primer congreso de la Internacional comunista tuvo lugar en marzo de 1919. La carta de invitación indicaba lo siguiente: “La base de la Tercera Internacional está dada por el hecho de que en diferentes partes de Europa ya se han formado grupos y organizaciones compuestas por camaradas de ideas, constituyendo una plataforma común y empleando grosso modo los mismos métodos tácticos. Son en primer lugar los espartaquistas en Alemania y los partidos comunistas en muchos otros países.
El Congreso debe hacer aparecer, con vistas a una relación permanente y a una dirección metódica del movimiento, un órgano de lucha común, centro de la Internacional Comunista, subordinando los intereses del movimiento de cada país a los intereses comunes de la revolución a escala internacional. Las formas concretas de la organización, de la representación, etc., serán elaboradas por el Congreso”.
El objetivo estaba claro: había que fundar una organización internacional que tuviera como objetivo la toma del poder por parte de los y las trabajadoras, una herramienta que actuase colectivamente en base a acuerdos teóricos y prácticos, en pro del comunismo. Debía tratarse de un partido mundial para la revolución, dotado de secciones en todos los países. Esas secciones debían elaborar y debatir en común, en base a un mismo objetivo, el de la revolución proletaria mundial. Se trataba en efecto de romper con el funcionamiento de la IIª Internacional, en la que cada sección podía más o menos ir por libre y hacer lo que quisiese.
A pesar de la derrota del proletariado alemán, el contexto histórico estaba marcado por las explosiones sociales y por la esperanza inmensa suscitada por la Revolución de Octubre. Las ideas comunistas provocaron una reorganización del movimiento obrero internacional. La Internacional comunista se alimenta de debates teóricos y de experiencias prácticas del movimiento revolucionario europeo.
Un partido mundial, herramienta práctica y teórica
Para comprender cómo ha evolucionado la Internacional comunista, es importante interesarse por los debates que tuvieron lugar en torno a las experiencias de los revolucionarios alemanes. Permiten comprender la importancia de un partido mundial e intercambios internacionales, y también la necesidad de adaptar la práctica a su teoría.
Alemania conoció una revolución en noviembre de 1918; el Partido comunista de Alemania se fundó a finales de diciembre de 1918, con más de 12000 militantes que lanzaron una insurrección en Berlín en enero de 1919. Estallaron huelgas en todas partes del país, pero la vanguardia revolucionaria estaba impaciente por que el proletariado tomara el poder, a veces demasiado impaciente … la derrota fue humillante.
La Internacional comunista explicó en sus tesis y en el debate la manera con la que l@s comunistas debían ganarse a las masas a sus ideas y formar sus organizaciones, enfatizando la necesidad de actividad sindical en las fábricas. “Dada la pronunciada tendencia de amplias masas obreras a incorporarse a los sindicatos, y considerando el carácter objetivamente revolucionario de la lucha que estas masas apoyan a pesar de la burocracia profesional, es importante que los comunistas de todos los países formen parte de los sindicatos y trabajen en hacerlos órganos conscientes de la lucha por el derrocamiento del régimen capitalista”.
Los consejos obreros eran indispensables: era a través de ellos que la conciencia de clase del proletariado podía alcanzar un mayor grado de conciencia comunista, la de la necesidad de la toma del poder. La Internacional comunista insistió en el papel de la autoorganización dentro de los soviets como cuadros de masas para elaborar políticamente y actuar. Se apoyó en el ejemplo alemán de los consejos obreros que se habían formado en todo el país.
Sin embargo, la acción de los partidos afiliados a la Internacional comunista no siempre fue en esta dirección. La Internacional debió precisar los elementos estratégicos y tácticos de los partidos que deseaban adherirse. Era indispensable no repetir los errores de la IIª Internacional.
En 1921, en su tercer congreso, la Internacional comunista declaró: “El movimiento obrero internacional vive actualmente en una etapa transitoria particular que plantea ante la Internacional comunista en su conjunto y ante las diversas secciones nuevos problemas tácticos importantes”. ¿Cuáles fueron estos problemas tácticos? La toma del poder no había tenido lugar en ningún otro país más que en Rusia, las burguesías se reorganizaban y las condiciones de vida del proletariado se degradaban a nivel internacional. En este contexto, los militantes alemanes habían hecho experiencias que alimentarían sus discusiones y posicionamiento.
En marzo de 1920, tuvo lugar un intento de golpe militar en Alemania, a iniciativa de círculos conservadores. La primera reacción provino de sindicalistas, socialdemócratas, que llamaron a la huelga general para impedir el golpe contra un gobierno en el que participaban los socialdemócratas. Los comunistas alemanes se mostraron dudosos y rechazaron convocarla, explicando que no tenían ningún aliado en el gobierno, para atraer al proletariado.
Sin embargo, la huelga general fue gigantesca, Berlín quedó paralizada y los golpistas ni siquiera pudieron imprimir carteles para proclamar su toma del poder. El Partido comunista se unió a la huelga general, pero en el último momento, y se mostró vacilante ante una propuesta del Partido socialdemócrata: la de un gobierno obrero, compuesto únicamente por sindicatos y organizaciones de trabajadores, frente al de los golpistas y el régimen.
Se trataba de una nueva cuestión, la de la unidad de acción pero también la de participación en un gobierno, en la que los comunistas alemanes nunca habían pensado. Cuando la burguesía alemana se reorganizó y atacó frontalmente al proletariado en el marco de salarios y condiciones de trabajo, algunos militantes defendieron la necesidad de la unidad de las organizaciones obreras contra estos ataques: el frente único de la clase trabajadora. Pero una vez más, la mayoría de los comunistas alemanes dudaron.
La Internacional comunista apoyó la tesis del frente único como un medio de defensa y conquista política de las masas a través de la acción y la unidad de las organizaciones del movimiento obrero. Para los dirigentes de la Internacional comunista, las masas todavía no habían roto con el reformismo, había que demostrar que los comunistas eran los más decididos cuando se trataba de defender y mejorar sus condiciones de vida. Había que demostrarles esto desencadenando huelgas, y por eso era necesario llegar a acuerdos con otras fuerzas del movimiento.
Solos los comunistas eran demasiado débiles. Los comunistas no tenían nada que perder en el frente único: en caso de acuerdo, podían demostrar que su determinación era la más alta y su política la más consecuente; en caso de rechazo por parte de los socialdemócratas, podían señalar el hecho de que los dirigentes reformistas no tenían ninguna voluntad real de defender a la clase trabajadora. Esta política demostró su valía, permitiendo así acabar en los debates sobre la “iniciativa revolucionaria” se resolviera, una teoría errónea según la cual un partido comunista suficientemente fuerte podría tomar por sí solo la decisión de la insurrección sin que las masas estuvieran preparadas para ello.
Es después de un balance de los errores cometidos en Alemania que la táctica del frente único fue adoptada y llevada a cabo. A pesar de los largos debates, el frente único permitió a los comunistas alemanes conquistar a las masas. En julio de 1923, su partido contaba con 600000 militantes y estaba a la cabeza de casi un tercio de las secciones sindicales del país; en octubre del mismo año, su fuerza era de un millón de miembros y su influencia se extendía a casi la mitad de las secciones sindicales.
En este contexto, la Internacional comunista inició una discusión con los comunistas alemanes sobre la posibilidad de una insurrección y una toma del poder. Envió cuadros revolucionarios a Alemania que ya conocían la situación alemana y la de otros países. Pero este proyecto de insurrección fue un fracaso, porque el plan era demasiado complejo e incierto.
Después del fracaso de la revolución en Alemania, la Internacional comunista pasó gradualmente bajo la férula de la burocracia estalinista, que llevaba a cabo su contrarrevolución en la URSS. Dejó de ser un partido mundial de la revolución y se convirtió en una correa de transmisión del propio Stalin.
Lecciones para nuestro tiempo
Si solo tuvieran que ser tenidos en cuenta algunos aspectos de los primeros días de la Internacional comunista, serían los siguientes: al igual que la burguesía, el proletariado debe organizarse a escala internacional para defenderse diariamente en una sociedad todavía más globalizada que a principios del siglo XX, pero también para tomar el poder, pues un estado obrero aislado no puede sobrevivir, y el socialismo sólo puede construirse sobre la base de los recursos mundiales.
La experiencia de militantes a través del mundo es todo un activo para comprender mejor la situación objetiva, para determinar lo que funciona y lo que no funciona. Si nuestro objetivo estratégico es el derrocamiento del capitalismo a escala global, por consiguiente debemos actuar en común más allá de nuestras fronteras. No puede haber una solución nacional a las crisis y contradicciones del capitalismo, y desde el punto de vista de la situación internacional, la ausencia de una Internacional obrera revolucionaria digna de ese nombre se sigue haciendo cruelmente notar año tras año.
Si la tarea de las y los revolucionarios es defender los intereses del conjunto de la clase trabajadora y de la juventud en el país donde se encuentran, de llevar a cabo los combates políticos de forma que se pueda influir en ellos y propagar las ideas comunistas, plantear la cuestión del poder y por lo tanto construir organizaciones revolucionarias a escala nacional, su tarea también debe ser perseguir la perspectiva del reagrupamiento de las y los revolucionarios a escala internacional, esto es, la construcción de una nueva Internacional revolucionaria.