Los fascistas no son como los hongos, que nacen así en una noche, no. Han sido los patronos los que han plantado los fascistas, los han querido, les han pagado. Y con los fascistas, los patronos han ganado cada vez más, hasta no saber dónde meter el dinero. Y así inventaron la guerra, y nos mandaron a África, a Rusia, a Grecia, a Albania, a España,… Pero siempre pagamos nosotros. ¿Quién paga? El proletariado, los campesinos, los obreros, los pobres.— Olmo D’Alco
Apoyo financiero de los grandes empresarios. Crisis del sistema capitalista. Guerras con las que se llenaron los bolsillos estos grandes empresarios. Exterminio de la clase trabajadora. Estas famosas palabras del protagonista de la película Novecento (Bertolucci, 1976) resumen lo que supusieron el fascismo y su contexto durante su periodo de auge en Europa. Es importante acotar bien este periodo, que se dio en los años 1930 del siglo pasado, para responder a la pregunta de qué es el fascismo.
Tal como lo definiría un diccionario, el fascismo es una ideología política contrarrevolucionaria, clasista, nacionalista, con pretensiones de expansión imperial, belicista, racista, sexista, y que aboga por la dictadura de un solo partido bajo el mando de un líder. Pero, ante todo, el fascismo fue un movimiento político, con personas de carne y hueso e intereses, que cumplió una función histórica determinada en un periodo histórico determinado de la lucha de clases, y solo se entiende en dicho contexto. El presente texto, que pretende ser breve y divulgativo, tiene como objetivos analizar el momento de la historia en que el fascismo se desarrolló, y enumerar las características que definen la función histórica del fascismo. Finalmente, compararemos el fascismo clásico con partidos y movimientos actuales que suelen recibir la etiqueta de fascistas hoy, y trataremos de delinear la táctica para combatir a la ultraderecha y el fascismo en nuestro tiempo.
El origen del fascismo
El fascismo hunde sus raíces en las primeras organizaciones paramilitares que formaban los patronos industriales en las ciudades para reprimir las luchas del movimiento obrero. Sin ir más lejos, encontramos ejemplos de ello en la Barcelona de los años 1920, en organizaciones armadas patronales, como los llamados Escamots, que llevaron a cabo numerosos asesinatos de sindicalistas y militantes anarquistas. En Alemania, la semilla estuvo en los Freikorps, las brigadas paramilitares ultraconservadoras que, con el apoyo directo del gobierno socialdemócrata reformista alemán, reprimieron la Revolución obrera alemana de noviembre de 1918, incluyendo los asesinatos de los célebres líderes comunistas Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo.
Sin embargo, no fue hasta la década de 1930 cuando estos grupos comenzaron a crecer y expandirse por Europa hasta tomar el poder político en Italia con el Partido Fascista de Mussolini y en Alemania con el Partido Nazi de Hitler. El inicio de este periodo de auge puede resumirse en dos citas de dos importantes autores alemanes de la época. Una es del filósofo marxista Walter Benjamin, desaparecido en Cataluña cuando huía de la persecución de la policía política nazi. Éste afirmó que el fascismo, un Estado fascista, es la consecuencia de una revolución socialista fracasada; esto es, la derrota de la Revolución de 1918 en el caso de Alemania, que dejaría al movimiento obrero muy débil frente a los futuros ataques de la patronal, desmoralizado y con hondas divisiones en seno para tomar el poder en una próxima revolución. La otra cita, del dramaturgo comunista Bertolt Brecht, reza que el fascismo es la consecuencia de una burguesía asustada; esto es, una clase capitalista aterrorizada por la expansión del movimiento comunista internacional, el peligro de una revolución obrera inminente en Europa como la que se había dado en Rusia en octubre de 1917, y por la crisis estructural capitalista que estalló con la caída de la Bolsa de Nueva York en 1929. En las siguientes líneas entraremos en detalle en las ideas de ambas citas.
La lucha contra el fascismo tras “una revolución fracasada”
En el momento en que el fascismo comenzó a desarrollarse, el movimiento comunista internacional se hallaba dividido en dos importantes corrientes políticas: la corriente que defendía la estrategia del socialismo en un solo país, representado por el líder soviético Iosif Stalin, y la corriente contraria, llamada de la revolución permanente, representada por el revolucionario soviético León Trotsky. Esta división, que se produjo tras la muerte de Lenin en 1924, implicaba dos estrategias diferentes, dos caminos diferentes, para lograr el triunfo de la revolución de la clase trabajadora a nivel internacional.
Stalin defendía la idea de que el socialismo podía desarrollarse en el marco nacional de la Unión Soviética y podía convivir con el capitalismo. Esta política, sin embargo, degeneró en un resultado muy amargo. Uno de los mayores éxitos de la Revolución de Octubre fue que los trabajadores, organizados en consejos y asambleas democráticas, podían controlar la producción económica y en última instancia organizar por sí mismos la sociedad y la vida política. A pesar de ello, el socialismo en un solo país condujo al nacimiento de una burocracia política en el país, es decir, de una casta de funcionarios y dirigentes políticos que tomó el control casi total de la producción y que detentaba privilegios y hasta prebendas materiales. Su control del poder del Estado fue tal que esta burocracia comenzó una campaña de difamación, persecución y represión de todo opositor a la idea del socialismo en un solo país, lo que llevó al exilio al revolucionario Trotsky. Esta persecución se internacionalizaría y se prolongaría a lo largo de todo el siglo XX, afectando a miles de militantes comunistas por todo el mundo, a los que se acusaban de “trotskistas” colaboradores con el enemigo, y culminando a veces en el encarcelamiento y asesinato, como fue el caso del propio Trotsky.
Tras un periodo de estabilidad económica y política en la Europa capitalista entre 1925 y 1928, estalla una nueva crisis y las luchas obreras vuelven a sacudir el continente. Para ese momento, los intereses particulares de la burocracia stalinista se habían ido convirtiendo progresivamente en razón de Estado. La Internacional Comunista, conocida como Komintern en ruso, pasó de ser un órgano de coordinación de todos los Partidos Comunistas del mundo a ser un instrumento diplomático que servía a los intereses de la burocracia soviética. Entre estos intereses, estaba la coexistencia pacífica y las buenas relaciones con el resto de países capitalistas. Es por eso que, a pesar de que la situación política europea era una oportunidad para hacer una revolución obrera y tomar el poder, los partidos comunistas que formaban la Komintern, bajo la directriz de Stalin, adoptaron una orientación que aplazaba la toma del poder para otro momento, mitigaba cualquier tentativa de revolución y dejaba al movimiento obrero paralizado. Esta política se conocería como el Tercer Periodo (Trotsky, 1930).
Según el análisis político que hacían los defensores del Tercer Periodo, todos los países europeos habían caído en manos del fascismo. Si bien es cierto que Mussolini había tomado el poder en Italia, el resto de estados europeos aún eran democráticos y estaban gobernados por partidos de tendencia liberal o socialdemócrata. Sin embargo, dado este análisis, cualquier partido que participara directamente del orden político existente era tildado de fascista. Eso llevó a que el Partido Socialdemócrata Alemán, el SPD, fuera catalogado como “socialfascista”, una “rama moderada del fascismo” (Stalin, 1924) y, por lo tanto, el Partido Comunista Alemán, el KPD, rompió todas las relaciones de colaboración con los socialdemócratas.
Romper toda colaboración entre ambos partidos suponía que el movimiento obrero alemán, en el que se encontraban tanto trabajadores miembros del SPD como militantes del KPD, quedaba dividido y por ende lo suficientemente debilitado como para tomar el poder. Los enfrentamientos violentos entre socialdemócratas y comunistas fueron habituales, hasta el punto de boicotearse los unos a los otros en huelgas en lugar de unir fuerzas contra el enemigo común. Se dan casos en que el KPD, aconsejado directamente por la burocracia stalinista de Moscú, colabora abiertamente con el Partido Nazi para sabotear y derribar al SPD.
Frente a la derrota a la que Stalin condenaba al movimiento obrero alemán, hubo militantes comunistas que planteaban una alternativa para resistir y combatir el fascismo. A la cabeza de esta posición se encontraba Trotsky, quien defendía la formación de un Frente Único Obrero antifascista y defensivo. Este Frente unificaría a obreros comunistas y a obreros socialdemócratas contra el enemigo común, sin negar las diferencias que pudiera haber entre ambos: “golpear juntos, marchar separados”. En palabras de Trotsky (1930; 1933): «El partido comunista debe llamar a la defensa de las posiciones materiales y morales que la clase obrera ha logrado conquistar en el Estado alemán. Esto se refiere muy directamente al destino de las organizaciones políticas obreras, los sindicatos, periódicos, imprentas, clubs, bibliotecas, etc. Los obreros comunistas deben decir a sus compañeros socialdemócratas: “Las políticas de nuestros partidos se oponen irreconciliablemente; pero si los fascistas vienen esta noche a destrozar el local de vuestra organización, vendremos corriendo, arma en mano, para ayudaros. ¿Nos prometéis que si nuestra organización es amenazada correréis en nuestra ayuda?”. Dicha política podía conducir, además, a la autoorganización y unificación del movimiento obrero por encima de las direcciones del SPD y el KPD hacia un programa revolucionario común. Sin embargo, esta propuesta de Trotsky no solo fue desoída, sino que en algunos casos fue directamente perseguida por el KPD (Karvala, 2015).
Al calor de la debilidad y la guerra interna en el movimiento obrero, el Partido Nazi va creciendo y ganando apoyo electoral. Tras un periodo de sucesivas elecciones, los nazis consiguen la mayoría parlamentaria en febrero de 1933 y Hitler obtiene poderes especiales en marzo. Lo que siguió después, además del exterminio total del hasta entonces poderoso movimiento obrero alemán, fue otra sucesión de disparates por parte de los dirigentes stalinistas. En 1934, dando un giro radical repentino, la Komintern establece la política del Frente Popular, por la que llama a socialdemócratas y comunistas de Europa a unirse en listas electorales para frenar al fascismo en las urnas (Dimitrov, 1935). En la práctica, los Partidos Comunistas, como en Francia o España, establecieron alianzas con sectores progresistas de la burguesía (Trotsky, 1935). Un año más tarde, Stalin inicia diálogos con las potencias imperialistas de Francia y Gran Bretaña para un pacto militar en el que aislasen a Hitler. Habiendo fracasado en el intento, Stalin tendió su mano a Hitler en 1939 y firmó un pacto de no agresión con la Alemania nazi.
La función histórica del fascismo y “la burguesía asustada”
La ausencia de una táctica coherente para combatir el fascismo que hubo en la Komintern stalinista se explica, en parte, por la falta de un análisis de qué era el fascismo en su contexto histórico. Este análisis, sin embargo, fue llevado a cabo por Trotsky desde el marxismo. El fascismo, según el revolucionario, era un sistema político que tenía como función para la burguesía garantizar la propiedad privada y la posibilidad de acumular capital y extraer plusvalía mediante el exterminio físico del movimiento obrero y la expansión de mercados a través de la guerra imperialista. De acuerdo con el teórico y militante marxista Ernest Mandel (1969), Trotsky desarrolló su definición del fascismo en seis puntos, que aquí resumimos:
- El auge del fascismo es la expresión de una crisis estructural del capitalismo, como la que se dio entre 1929 y 1933; en concreto, una crisis de reproducción del capital. “La función histórica de la toma del poder por los fascistas consiste en modificar por la fuerza y la violencia las condiciones de reproducción del capital en favor de los grupos decisivos del capital monopolista” (Mandel, 1969), esto es, las grandes empresas que monopolizan mercados: Thyssen, Krupp, BMW, Siemens, IG Farben… que se lucrarían especialmente de toda la producción durante la guerra.
- Es una apuesta de “todo o nada” para la gran burguesía, porque requiere que los capitalistas renuncien a su cuota de poder político y la deleguen en un líder y su partido único. Es una apuesta arriesgada, porque pierden todo el control del Estado, pero la situación de crisis es tan desesperada que están dispuestos a confiar toda la gestión política a los fascistas.
- Esta enorme centralización del poder del Estado implica, además, la destrucción de la mayor parte de las conquistas del movimiento obrero contemporáneo y de sus organizaciones de masa: sindicatos, asociaciones vecinales y culturales, asociaciones juveniles… eliminando de este modo cualquier tipo de oposición al proyecto fascista.
- Los fascistas se apoyan, en un primer momento, en la pequeña burguesía (pequeños y medianos comerciantes, pequeños propietarios, trabajadores con alta cualificación y técnicos que ven devaluada su mano de obra…), que ve con miedo la precarización y la disminución de su calidad de vida como consecuencia de la crisis estructural del capitalismo. Pero, tras esta primera fase de crecimiento en que apelan oportunistamente a la clase media, una vez que el fascismo se catapultado hasta el poder como un movimiento de masas, los fascistas requieren el apoyo financiero y político de sectores importantes del capital monopolista para llegar a la toma del poder. Pese a su carácter de masas inicial, “el fascismo se burocratiza y se funde en el aparato del Estado burgués” (Mandel, 1969) tras la toma del poder. Por ejemplo, sus bandas paramilitares se convierten en brigadas de la policía. Partido fascista y Estado se vuelven una misma cosa.
- Los fascistas crecen al calor de un movimiento obrero debilitado, desorganizado y desmoralizado tras varias derrotas, incapaz de hacerles frente, lo que conduce finalmente a su destrucción.
- Una vez que “el movimiento obrero ha sido vencido y las condiciones de reproducción del capital en el interior del país se han modificado en un sentido que resulta fundamentalmente favorable para la gran burguesía” (Mandel, 1969), la burguesía financiera, la banca, presiona al fascismo para hacer negocio de la guerra imperialista en el exterior. Esto acelera la concentración del capital en las manos del capital monopolista, lo que revela el carácter de clase de la dictadura fascista y su defensa de los intereses de la gran burguesía.
¿Está el fascismo resurgiendo hoy?
Tras la derrota de Hitler en la II Guerra Mundial y la revelación de sus crímenes, el fascismo ganó aún más descrédito entre la clase trabajadora mundial. No obstante, las organizaciones fascistas y de ultraderecha no desaparecieron de Europa, sino que se desarrollaron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, en ocasiones con periodos de popularidad y apoyo electoral, como el caso del Frente Nacional francés a finales de los 1990. En muchos casos, estos grupos fueron refundadas y promocionadas por militantes fascistas históricos, como es el caso del nazi belga Léon Degrelle, refugiado de Franco en Andalucía y muy influyente en el partido español Fuerza Nueva, cuyo papel fue decisivo en la conexión entre distintos partidos fascistas a lo largo del continente.
Estas organizaciones son variopintas, yendo desde un ultraconservadurismo nacionalista y cristiano a ser abiertamente fascistas, y en ocasiones están hasta enfrentadas entre sí. En la última década, caracterizada por la última crisis estructural del capitalismo, estos partidos de ultraderecha han ido ganando popularidad en distintos estados europeos y entrando en gobiernos, ya sea en solitario o con otros partidos conservadores e incluso autodenominados “de centro”. Ejemplos de ello son Italia, donde la fascista Liga Norte gobierna en coalición con el partido centrista Movimiento Cinco Estrellas; Hungría, donde gobierna el ultraconservador Viktor Orbán; Austria, donde gobierna un partido cristiano conservador con el apoyo de la ultraderecha…
Al mismo tiempo, muchos de estos partidos están estableciendo lazos y construyendo su propia “Internacional Fascista” bajo el mando de un siniestro personaje: Stephen Bannon, ex asesor del presidente estadounidense Donald Trump y líder de la ultraderecha norteamericana. Bannon está actualmente en conversaciones para formar una lista electoral conjunta de “patriotas” para las próximas elecciones europeas con partidos como el Frente Nacional francés, la Liga Norte italiana, Fratelli d’Italia, el partido de Orbán e incluso VOX, según publicó un miembro de la dirección del partido español.
¿Cómo combatir el fascismo y la ultraderecha hoy?
Aunque en sus discursos se proclaman como “antisistema”, el programa político y económico de estos partidos es, en la práctica, una mera continuación de las políticas que hasta ahora desarrollan los partidos conservadores, liberales y socialdemócratas de la Unión Europea. La mortífera política migratoria europea, que condena a muerte a miles de personas en el Mediterráneo y en las fronteras; la represión de la lucha sindical obrera; la disminución de derechos laborales y el empeoramiento de las condiciones de trabajo; las políticas de recortes presupuestarios en los servicios sociales y la privatización; las guerras y el expolio en África, Asia y Latinoamérica. Los discursos fascistas no hacen más que reforzar las políticas de ofensiva contra la clase trabajadora que ya hemos sufrido con anteriores gobiernos.
Cuando se han sucedido movilizaciones con un nítido carácter de clase en Francia, el Frente Nacional ha desaparecido totalmente del debate público al no tener respuestas que ofrecer y no poder posicionarse a favor de la clase trabajadora, a la que dice defender. Cabe preguntarse entonces: ¿sería capaz Santiago Abascal, líder de VOX, de posicionarse públicamente ante sus votantes obreros si se diera una situación de movilización sostenida y huelga general? ¿Cuál sería su posición ante una reforma laboral que precarizara aún más los derechos y las condiciones de la clase trabajadora? ¿Asumiría demandas que no son del interés del gran capital? ¿Cuál es el programa de VOX para todos esos trabajadores repartidos por el mapa que están luchando por mejorar sus vidas en empresas como Amazon o Glovo?
El deber de toda persona que se reivindique antifascista es forzar estas preguntas. La lucha antifascista debe desenmascarar al fascismo como lo que es: un instrumento al servicio de la clase capitalista para arrebatar cualquier migaja a la clase trabajadora y liquidar el mínimo atisbo de organización política y sindical obrera que pueda amenazarlos y poner en riesgo sus intereses. Los podremos desenmascarar solo si reconstruimos el movimiento obrero y nos organizamos para la defensa de nuestros pequeños logros y para la lucha por nuevas conquistas. Debemos agitar las calles y los centros de trabajo, debemos volver a traer la lucha de clases para dejar a los fascistas fuera de juego.
Bibliografía
Dimitrov, G. (1935). “La ofensiva del fascismo y las tareas de la Internacional en la lucha por la unidad de la clase obrera contra el fascismo”.
Karvala, D. (2015). “Antifa. Orígenes de la bandera roja y del antifascismo clásico”. Textos de un antisistema: http://davidkarvala.blogspot.com
Mandel, E. (1969). “El fascismo”.
Stalin, I. (1924). “Concerning International Situation”.
Trotsky, L. (1930). “El giro de la Internacional Comunista y la situación en Alemania”.
Trotsky, L. (1931). “Por un frente único obrero contra el fascismo: Carta a un obrero comunista alemán, miembro del partido comunista alemán”.
Trotsky, L. (1933). “El frente único defensivo: Carta a un obrero socialdemócrata”.
Trotsky, L. (1935). “¿Adónde va Francia? Frente Popular y comités de acción”.