La marcha paramilitar de varios millares de fascistas en Roma conmemorando los 40 años de los sucesos de Acca Larentia, el asesinato de tres militantes, inauguró, sin levantar excesivas alarmas en una Europa en la que se instala cómodamente este virus, la campaña electoral del llamado bloque de “fascistas del tercer milenio” en Italia. Se trata de una carrera en la que participan Casa Pound, organizadora de la marcha, y Forza Nuova, aliada con Fiamma Tricolore, que aspiran a desafiar la barrera del 3%. El acto conmemorativo acabó con un multitudinario saludo fascista con salvas y honores a los “camaradas caídos”.
Pasó solo un mes desde aquella exhibición hasta que Luca Traini, militante de la Liga Norte y candidato a las municipales en 2017, también muy cercano ya a Casa Pound, cargara contra 6 personas migrantes con su pistola antes de hacer el saludo fascista en la localidad de Macerata, y que las primeras palabras de su líder nacional Matteo Salvini, quizás la 2ª fuerza política, fueran “Está claro que la invasión e inmigración fuera de control conducen al conflicto social”. Entre la marcha romana y la masiva respuesta antifascista en Macerata se han sucedido más de diez ataques de la ultraderecha a militantes de la izquierda anticapitalista.
Los de “Prima l’Italia”, la cruz céltica y cuadros de Mussolini en los despachos apuntan alto. Con más de 100 sedes en todo el territorio, 15 librerías, 8 asociaciones deportivas, concejales en una docena de ayuntamientos y dos alcaldías, el movimiento de las tortugas y las flechas, demasiado presente en la crónica de la escena política, parece tener de verdad el parlamento como objetivo. El resultado en Ostia, donde en las elecciones municipales del año pasado obtuvieron un 9%, representa el salto de categoría para irrumpir en la campaña electoral nacional. El fascismo italiano, que nunca se fue, ha sacado la cabeza del todo y tiene intención de quedarse.
Casa Pound, nacida del apellido del poeta Ezra seguidor de Mussolini, es la digna matriz superviviente fascista de una constelación de grupúsculos de la ultraderecha alejada de los exponentes del “terrorismo negro” y de las viejas glorias del Movimiento Social Italiano, MSI, de donde salió con el objetivo de desfascistizar a la derecha italiana Gianfranco Fini, viejo aliado de Berlusconi. No se configura en 2003 como partido sino como “el primer centro social de inspiración fascista” tras ocupar un edificio en el barrio romano del Esquilino. Ocupar casas y fábricas abandonadas con los códigos de la izquierda radical para “devolvérselas (solo) a las familias italianas es la actividad con la que se presentaron en sociedad.
Los okupas de las tortugas y las flechas se expandieron hasta constituirse en 2008 como movimiento político con un programa que contiene la nacionalización de los bancos y algunas industrias, el cierre de fronteras y del área comercial europea y soberanía monetaria. Con tal puesta en escena se catalogan como movimiento de derecha social y patriota, reivindicando sin pudor el primer fascismo originario, anticapitalista y revolucionario. Sus más de 20 mil militantes se describen como “un impulso y compromiso social en un mundo agonizante, una esperanza de recuperación, una vanguardia del pensamiento de un pueblo traicionado, humillado, vendido y que solo sigue traicionándose a sí mismo”.
Su candidato Di Stefano se ha convertido muy rápido en un crítico contestatario en los medios de comunicación, conquistando los aplausos de un público que reniega de la corrección política. Los ataques al movimiento lo refuerzan victimizándolo y llevando a Casa Pound a las rotativas y titulares de alcance nacional y escabulléndose de forma airosa del margen de la criminalización. Si consigue conciliar su fuerza de ruptura sin echar por la borda su identidad orgullosamente fascista, su probable entrada al parlamento se reivindicará con mayor énfasis por sus homólogos europeos que como con Amanecer Dorado en Grecia.
“Si hay posibilidad de formar un gobierno de corte soberanista que nos saque del euro y de la UE y bloquee la inmigración, que son los 3 puntos de nuestro programa, con Salvini como jefe de gobierno (Liga Norte), estamos listos para apoyarlo”, dijo en una entrevista de radio Simone Di Stefano. Facilitar la gobernabilidad como gesto de madurez política es a lo que se han visto apremiados por los sondeos. Se disputan el voto ultra con Forza Nuova, que rechaza el diálogo con el exultante Salvini, y a pesar de ser formaciones distintas: éstos anticlericales, aquéllos fundamentalistas religiosos.
En efecto, no son pocos las y los jóvenes que se han entregado encandilados a las ideas de las tortugas y las flechas, a su discurso demagógico rayando el histrionismo de que la juventud italiana está abandonada por las ayudas a la inmigración de gobiernos de vario signo, ganando adeptos en los barrios populares con su campaña contra la Ius Solis (ley de ciudadanía para inmigrantes) y disputando a la izquierda con la estética antisistema del Blocco Studentesco el sindicalismo estudiantil. Hermanados hace poco con el Hogar Social de Madrid, hacen entregas de alimentos a familias italianas y recogen firmas para un bonus familiar a los bebés nativos.
Si la emergencia social del fascismo ya era un hecho en los últimos meses, la emergencia electoral es ya presente: las agresiones en los meses previos a la campaña electoral ponen el acento en el nerviosismo de ver abrirse las puertas del parlamento o acariciar el pomo. En los últimos 5 años Casa Pound ha tratado de construir una nueva credibilidad limpiando sus aristas para insertarse en el debate político a través de los medios y las redes sociales, logrando normalizar y hacer atractivo este nuevo movimiento fascista que rechaza el neoliberalismo y que habla a la clase trabajadora de empleo, vivienda, defensa del país y seguridad.