
“Nos esforzaremos para desmilitarizar y desnazificar Ucrania”, manifestó Vladímir Putin el 25 de febrero de 2022. “Esto no es un meme, sino nuestra y tu realidad ahora mismo”, tuiteó la cuenta oficial de Twitter de Ucrania con una imagen de un dibujo de Hitler mimando a Putin. “Habla de desnazificar Ucrania, pero se comporta como un nazi”, afirmó el eslovaco Peter Stano, portavoz de Josep Borrell, Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos exteriores y Política de Seguridad.
En plena guerra, las mutuas acusaciones de nazismo se pueden considerar banalización. Obviamente, ninguno de las partes está abanderando una causa antifascista. Incluso, como ha informado el periodista Miquel Ramos, varios grupos antifascistas rusos, en la tradición del que Lenin denunció como “chovinismo de la Grande Rusia”, han emitido un comunicado denunciando que “el uso de la retórica antifascista para justificar la agresión imperial nacionalista en Ucrania es un ultraje contra las víctimas de la Gran Guerra Patriótica”. El “no a la guerra” resuena.
La presencia de grupos de ultraderecha ha sido durante mucho de tiempo un argumento utilizado en la narrativa del Kremlin para justificar su animosidad hacia Ucrania, acusándola de ser un Estado controlado por neonazis. En el origen de la discusión está el Euromaidan y la guerra civil posterior, en la cual Kiev ha intentado reconquistar las zonas sublevadas y orientadas política y culturalmente en Rusia utilizando el ejército pero sobre todo los batallones paramilitares.
De estos batallones, el más conocido de todos es el Batallón Azov, una unidad neonazi actualmente integrada a la Guardia Nacional de Ucrania, dependiendo del ministerio del Interior. El actual regimiento, que no batallón, se hizo célebre durante la autodefensa del Euromaidan, pero sobre todo por haber recuperado la ciudad de Mariupol de las fuerzas separatistas prorrusas el 2014, hecho que los ha permitido operar hasta hoy en día con un alto grado de impunidad tolerado por las autoridades y el ejército –y un significativo apoyo social– que otros muchos grupos de ultraderecha en todo el mundo no tienen. Si bien los neonazis ucranianos copan elevadas cuotas de poder, como en ninguna parte a Europa, no están al frente del Estado.
Independientemente de esto, el movimiento Azov, que mantiene simbología utilizada en la Alemania nazi, como por ejemplo las enseñas de las SS, es, según el periodista Michael Colborne –experto en la formación–, uno de los movimientos ultraderechistas más ambiciosos del mundo. Azov, que está relacionado con muchos grupos neonazis internacionales, no solo tiene la vocación de transformar fundamentalmente la política y la sociedad ucraniana, sino la de toda Europa. En esta línea, el periodista Oleksiy Kuzmenko ha publicado por ejemplo, que la principal institución de educación militar de Ucrania y un importante centro de asistencia militar occidental al país, ha sido la sede de Centuria, una orden vinculada a Azov que se autodenomina como tradicionalista europea y que tiene como objetivo remodelar el ejército del país siguiendo líneas ideológicas de ultraderecha.
Además, estas facciones apoyan al Corps Nacional, el partido ultraderechista liderado por el primer comandante de Azov, Andriï Biletsky. Si tradicionalmente el neofascismo ucraniano ha sido dominado por partidos y figuras de Galítsia y el oeste del país ligadas al ultranacionalista y colaborador nazi Stepan Bandera como Svoboda, Pravi Sèktor o C14, Azov y su movimiento ha redefinido el ultranacionalismo ucraniano y la extrema derecha europea, desde el Báltico al Adriático.
En el Donbás también se ha confirmado la presencia de voluntarios ultraderechistas para la causa de las Repúblicas Populares de Donetsk y de Lugansk, en concreto activistas eurasianistas, nacionalbolcheviques y la presencia de militantes del partido neonazi con conexiones con el ultracatolicismo ortodoxo Unidad Nacional Rusa de Aleksandr Barkaixov. De hecho, Pàvel Gubarev, el gobernador de Donetsk durante 2014, fue integrante de la formación de Barkaixov. También destacaron las milicias Sputnik y Progrom de Igor ‘Strelkov’ Girkin, el Movimiento Imperial Ruso, la milicia neonazi Rusich –con conexiones con la empresa militar privada Grupo Wagner– o la participación de dotaciones de serbios y otros grupúsculos eslavos de Europa. Sin embargo, a medida que las estructuras casi estatales se consolidaban en la zona, con la ayuda de Moscú, la presencia de grupos ultraderechistas rusos se hizo menos destacada en el Donbás.
Pero la cosa es todavía más compleja: conocidos neonazis rusos también apoyan a la ultraderecha ucraniana post Euromaidan, como Aleksei Levkin, que combatió con el Batallón Azov y está vinculado a la escena de la música black metal nacionalsocialista y a Centuria, o Denis Nikitin, uno de los neonazis más conocidos de Europa, fundador de la marca White Rex, organizador de veladas de artes marciales mixtas en Ucrania y en todo Europa y muy conectado con Olena Semeniaka, dirigente de Azov.
Borrar el pasado pro Putin
No fue hasta que Putin ordenó la operación militar en nombre de una “desnazificación” de Ucrania, que la extrema derecha europea se apresuró a deshacer y minimizar su posicionamiento pro Putin anterior. Los líderes de la ultraderecha han condenado la intervención militar rusa en Ucrania y han pedido que cese el ataque. Es el caso, sin sorpresas, de atlantistas como Santiago Abascal de Vox, Mateusz Morawiecki de Ley y Justicia (PiS), Martin Helme del Partido Popular Conservador de Estonia (EKRE), Geert Wilders del Partido por la Libertad (PVV).
Menos el caudillo neerlandés Thierry Baudet de Foro para la Democracia (FvD) y el expresidente de los EEUU Donald Trump –que ha calificado de maravillosa la estrategia de Putin– reconocidos rusófilos de la extrema derecha como Viktor Orbán del Fidesz, Tino Chrupalla de Alternativa por Alemania (AfD), Herbert Kickl del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), Derk Jan Eppink de JA21 e incluso Marine Le Pen y Éric Zemmour se han desmarcado del ataque en Ucrania. Matteo Salvini, en cambio, se ha apresurado a borrar –de forma inútil– la huella digital de él exhibiendo en Moscú una camiseta con el rostro de Putin, antiguo padrino de su partido.
La invasión de la Federación Rusa en Ucrania ha provocado un estruendo dentro de la ultraderecha, que históricamente ha mantenido una visión romántica de Rusia, que se remonta al siglo XIX, alimentada por el conservadurismo patriótico y el autoritarismo de Putin. Un autoritarismo en ningún caso nuevo. Cómo recogió el diario alemán Neues Deutschland el 1993, Putin manifestó su preferencia por una dictadura al estilo Pinochet para salir de la crisis constitucional que Rusia vivió aquel año. Durante las últimas décadas, la ultraderecha ha considerado a Putin y a su régimen como un aliado clave en la defensa de los valores tradicionales, el patriarcado y el hombre blanco. Y no solo por el trabajo sucio al desmembrar el islamismo en Chechenia y más allá, sino también como mecenas y por su persecución al feminismo y a los movimientos sociales.
Otro de los lugares comunes de muchos analistas occidentales para explicar el actual conflicto es la figura del filósofo neofascista Aleksandr Duguin, “el ideólogo oficial del Kremlin”. En realidad, el eurasianismo propuesto por Duguin, a pesar de las estrechas relaciones del mediático personaje con distintos colectivos neofascistas de Europa –condicionando la visión de Rusia de estos–, tiene una escasa influencia real en el reducido círculo que rodea Putin. En ningún caso Duguin es o ha sido asesor de Putin, más bien un opositor que considera el presidente ruso demasiado liberal y pragmático.
Reconfiguración después del estruendo
Hasta hace bien poco el campo ultraderechista esta lleno de elogios por Putin. Ahora, sus portavoces piden el cese de las operaciones militares en Ucrania y a la vez señalan el belicismo del OTAN y en los EEUU como los instigadores de la guerra, llegando a tildar incluso a Putin de “comunista”. Si bien las posiciones sobre la guerra son más o menos controvertidas dentro de la ultraderecha, muchos no siguen las directrices emitidas por las direcciones de los partidos de condenar la guerra como una guerra de agresión por parte de Rusia. Existe casi consenso sobre una posición: no a las sanciones contra Rusia (nota: las sanciones en Rusia no impiden que venda en dólares su gas y petróleo. La UE y los EEUU han evitado sancionar la compra de combustibles en Moscú para evitar la inestabilidad en el precio y el suministro). Adicionalmente, el ambiente favorable a Putin entre los neofascistas se ha nublado desde que circulan videos de los combatientes chechenos y musulmanes de Ramzan Kadírov desplegados en Ucrania.
En un revelador y viral hilo de Twitter, el historiador alemán de la Universidad de Georgetown Thomas Zimmer ha explicado recientemente que Putin, como Orbán, –con Trump defenestrado– habían personificado por la extrema derecha occidental la lucha y la alternativa al pluralismo y al wokismo (anglicismo que hace referencia a la conciencia sobre las desigualdades y las opresiones). Un hecho que a pesar de la guerra, no ha cambiado.
En una tribuna publicada el 9 de febrero de 2022 en Valeurs Actuelles, un influyente semanario francés de extrema derecha, dos pensadores de la derecha radical europea, David Engels y Krzysztof Tyszka-Drozdowski, defendieron una alianza entre el partido más fuerte de la extrema derecha francesa –tanto si finalmente es Le Pen como si es Zemmour– y el partido de gobierno polaco como motor por una nueva alianza de todas las familias de la derecha radical europea. Con esta alianza, Engels, profesor de la Universidad Libre de Bruselas y del Instituto Zachodni de Poznan, y Tyszka-Drozdowski, con vínculos con el gobierno de Polonia, esperan un efecto dómino, incluida la victoria electoral de la derecha en Madrid y Roma. Los autores sostienen que un compromiso entre el ultraconservadorismo polaco y francés “solo será posible en base a una equidistancia entre Oriente y Occidente”.
A pesar de admitir la visión romántica de Rusia de la extrema derecha, Engels y Tyszka-Drozdowski defienden que la agenda expansionista de la Rusia de Putin amenaza la unión de la extrema derecha europea. Como manifestó el investigador de Al Descubierto Adrián Juste, “el objetivo final de la extrema derecha es preservar privilegios y defender el statu quo”. Cómo conseguirlo pasará por su reconfiguración y equilibrios internos paneuropeos en un escenario plenamente atravesado por la guerra en Ucrania.
Aún así, varios colectivos neonazis apoyan a Ucrania a pesar de Volodímir Zelenski, un presidente de confesión judía con una historia familiar marcada por el Holocausto. Azov ha hecho un llamamiento a voluntarios internacionales para unirse, acusando el presidente Zelenski de ser un “agente de Rusia” a raíz de su predisposición a negociar con Moscú. Desde Alemania, el partido neonazi La III Vía, ha mostrado apoyo incondicional a Azov. La III Vía es un partido, con contactos en el Estado español, que emplea como nombre uno de los grandes postulados del fascismo: “ni comunistas ni capitalistas: tercera posición” y un nombre que recuerda al régimen de Hitler: el Tercer Reich. La III Vía fue fundada en 2013 por el ala más obrerista del partido neonazi alemán NPD que lideraba Klaus Armstroff y varias organizaciones de camaraderia neonazi, ilegalizadas, de Baviera y Renania.
Adicionalmente, grupos neonazis franceses alrededor del ilegalizado Social Bastion han apoyado a Azov y desde el Estado español se ha publicado información y contactos en Telegram de milicias ucranianas “a título informativo” que dan instrucciones para unirse en los combates.
Artículo traducido del catalán del periódico digital La directa del periodista Roger Suso