El pasado 19 de diciembre la población chilena y con el país toda Latinoamérica celebró la victoria del candidato de izquierda sobre el pinochetismo, enterrado definitivamente con la derrota de su heredero político José Antonio Kast. El temor a que la ultraderecha, que obtuvo un nada despreciable  44% de los votos, frenara en seco el proceso de cambio politico iniciado en las calles y plazas 2 años antes por l@s trabajador@s y juventud chilenos, fue conjurado por la asistencia a las urnas de la población más pobre y la de las provincias de la periferia. Pero si la derrota del ultraderechista es una satisfacción para quienes protagonizan este cambio en Chile, Gabriel Boric no es la respuesta a sus demandas: está más cerca de convertirse en un Tsipras latinoamericano que en un Allende del siglo XXI.

 

El triunfo del joven líder izquierdista responde a las movilizaciones que, en protesta inicialmente por el aumento del precio de los billetes de metro, desenvocaron en huelgas generales, una violenta represión y la impugnación del modelo neoliberal. Los gritos de “¡Libertad a l@s pres@s por luchar!” que se escuchaban en su primer acto tras ser elegido le ponen deberes inmediatos: la amnistía de tod@s ls detenid@s por el gobierno de Piñera. A esto, una demanda innegociable del movimiento, el nuevo presidente ha contestado con evasivas durante la campaña y pasó la “patata caliente” a la decisión del congreso, lo cual es una muestra de las limitaciones de su programa.

Gabriel Boric se fraguó políticamente en la militancia estudiantil chilena durante la década anterior y participó en las movilizaciones de 2019. Sin embargo es significativo que la coalición Apruebo Dignidad, en la que su formación Frente Amplio está integrada junto al Partido Comunista, fuera fundamental para desactivar la movilización y llevarla a vías institucionales. De hecho fue uno de los firmantes del llamado “Acuerdo de paz” con Piñera, criticado por la izquierda anticapitalista que llegó a llamarlo “traidor”, y al contrario que sus aliados comunistas, el Frente Amplio firmó el acuerdo político para convocar un plebiscito e iniciar el proceso constituyente.

Boric se ha presentado en esta 2ª vuelta con un programa moderado y de conciliación de clases, ha buscado el apoyo de los expresidentes Ricardo Lagos y Michel Bachelet, ha reconocido como positiva la costribución de la democracia cristiana en los primeros gobiernos y se ha comprmetido a rebajar el deficit en un solo año. Las expectativas de un cambio antineoliberal en un parlamento muy fragmentado y una nueva Constitución en ciernes son altas, pero conviene aprender de los errores del pasado y de victorias electorales encumbradas en ciclos de movilización que se cierran y con su cierre se taponan sus demandas. La celebración popular hipoteca inevitablemente su victoria electoral.

El trunfo de esta nueva izquierda socialdemócrata (el modelo escandinavo europeo es la referencia de Boric) en Chile es un aire fresco que oxigenará la vida política y social de la generación que lleva luchando las 2 últimas décadas por otro modelo de país, pero no hay que llevarse a engaños: no colmará las aspiraciones si no hay una ruptura anticapitalista con los Chicago Boys y sus políticas y se opta por gobernar apoyado en la Concertación limitando el programa de la revuelta de 2019: acabar con los fondos de pensiones, salario mínimo, educación pública y gratuita, escala móvil de salarios, amnistía para l@s pres@s polític@s y derecho al aborto libre y gratuito, entre otros. Para ello no hay otra que tocar la deuda pública, el capital financiero y los poderes represivos chilenos y ya hemos visto que suelen temblar las piernas.