Después de la introducción de leyes antisindicales entre las más draconianas de Europa, la patronal británica quizás pensaba que ya se había deshecho de las huelgas. Pero lo que sí es cierto es que desde hace tres semanas, coincidiendo con el inicio de las fiestas navideñas, miles de huelguistas llevan a la práctica con uñas y dientes un derecho sagrado en una oleada de huelgas que no se había visto en mucho tiempo.
En primer lugar, las y los trabajador@s de la compañía ferroviaria Southern Rail, que detenta el mercado del sudeste de Inglaterra. La dirección quería que la seguridad de los trenes estuviese a cargo de un solo conductor, mientras que actualmente está compartida por un jefe de tren, encargado entre otras cosas, del cierre de las puertas. Después de un mes de negociaciones infructuosas, l@s ferroviari@s pasaron a la huelga. Los tres primeros días no circuló ningún tren. Las 2242 conexiones diarias fueron anuladas y más de 300.000 pasajeros tuvieron que buscar otras soluciones.
En correos, más de 3500 carter@s hicieron huelga en todo el país durante los cinco días que precedieron al día de Navidad. Se oponen al cierre de una serie de oficinas de correos y a una reforma de sus pensiones. Desde 2011, el cuerpo postal británico ha cerrado miles de oficinas, sobre todo en las zonas rurales, al abrir los llamados “puntos postales” en muchos de los establecimientos comerciales, con personal reducido, menos cualificado y peor pagado.
En el aire, los pilotos de la compañía Virgin Atlantic comenzaron una huelga el 23 de diciembre por el reconocimiento de su sindicato que afectaron a muchos vuelos nacionales e internacionales. Por otra parte, otras 2 huelgas estaban previstas durante el período festivo. Las azafatas y camareros de British Airways se oponían al pago de salarios más bajos a l@s contratad@s desde 2010 y a las divisiones que la desigualdad podía crear. En el caso de l@s manipuladores de equipaje de Swissport, que trabajan en los principales aeropuertos del país, una huelga estaba prevista en relación a los salarios. En los dos casos, la amenaza de un caos y de grandes molestias llevó a las empresas a recular y las huelgas se anularon.
Respecto a las huelgas en aviones, la patronal ha hecho concesiones, pero está claro que la dirección de Southern Rail y el gobierno de Theresa May deseaban tener la piel de l@s sindicalistas del ferrocarril por varias razones. En primer lugar, porque si est@s trabajador@s ganan, otr@s de otras operadoras ferroviarias británicas menores podrían inspirarse y coger impulso para rechazar las mismas “reformas”. E segundo lugar, a pesar de las leyes antisindicales más duras de Europa, hay un recrudecimiento de las huelgas. En 2015 el número de jornadas de huelga había caído al nivel más bajo desde los años 90, pero en 2016 aumentó un tercio.
La profundización de la crisis se ha hecho notar. Tras el crack 2007-08 l@s británic@s han conocido la caída más fuerte de poder adquisitivo desde los años 30. Se agravan las condiciones de las pensiones y desde el Brexit la devaluación de la libra y la inflación han traído un impacto negativo sobre los salarios. Como las clases dirigentes y los gobiernos del mundo entero, en Reino Unido saben que en una crisis que no va a desaparecer, para seguir siendo competitivos hay que reducir los costes de mano de obra. En el caso de la Southern Rail, tras una serie de huelgas, el lunes 9 de enero son los conductores de tren quienes toman el relevo para 6 días. La clase obrera británica no ha dicho la última palabra.