Durante el mes de Mayo hemos asistido al esperpéntico espectáculo de ver cómo los barrios más ricos de diferentes ciudades del estado español salían a la calle, desafiando el confinamiento y las medidas de distanciamiento social, bandera de España en mano y gritando consignas como “¡Libertad o gobierno dimisión!”. A estas protestas se sumaban las diferentes caravanas de coches organizadas por VOX, que paseaban por los barrios obreros y marginales de las ciudades, las concentraciones de apoyo a la Guardia Civil tras las destituciones en el seno de este cuerpo militar, así como sectores de la ultraderecha, que aprovechaban estas movilizaciones para propagar sus mensajes de odio contra “comunistas, rojos o inmigrantes”, llegando incluso a la agresión personal, como hemos podido ver en Málaga y Granada donde un sindicalista y un músico respectivamente fueron agredidos físicamente por grupos de neonazis.
También a nivel internacional, hemos visto cómo sectores de la derecha salían a la calle para pedir el desconfinamiento, la puesta en marcha de la economía e incluso argumentar la necesidad de sacrificar algunas vidas por el bien de la economía, una especie de oda al mártir capitalista. Mientras tanto, la respuesta a estas movilizaciones por buena parte de la izquierda institucional y reformista ha sido centrar el debate en la legalidad o no de las protestas, el intento absurdo de disputar un símbolo que nunca ha pertenecido a nuestra clase social o apelar a la irresponsabilidad de los sectores que no respetan las medidas de distanciamiento. Dejando de este modo, que el discurso del odio y de la falsa “libertad” liberal, campen a sus anchas por las calles de nuestros barrios y ciudades.
Las protestas de los “cayetanos” no pueden analizarse solo como una cuestión de legalidad; recordemos que ninguna conquista social de la izquierda se ha conseguido manteniéndose exclusivamente dentro del margen de la“legalidad” capitalista, ni tampoco es posible disputarles el relato de una bandera como si la memoria histórica no existiera y el peligro de los que se enarbolan dentro de ésta, desapareciera por arte de magia llenándola de buenas intenciones, ni apelar a la irresponsabilidad por parte de un sector de la sociedad va a frenar sus mensajes de odio.
Lo que estamos viviendo con el auge de las protestas “patrióticas”, es una cuestión de clase, donde aquellos que son los mismos que explotan a la clase trabajadora y viven a cuerpo de rey en los barrios ricos, son los que levantan la bandera de la patria y piden la reactivación de la economía, no por la necesidad de que la riqueza se reparta entre la población, sino porque sus beneficios no están aumentado lo suficiente durante esta crisis y donde además la ultraderecha se mueve como pez en el agua, capitalizando la rabia de una parte de la clase trabajadora y orientándola a ponerse del lado de sus propios opresores.
Es por ello que tenemos la responsabilidad histórica de levantar nuestro discurso alternativo a los capitalistas y
enfrentar de cara a la ultraderecha. Frente a su discurso del odio y del miedo, hemos de contraponerle el nuestro: El de la defensa de sanidad pública y universal, el del empleo y salarios dignos. Frente la hipocresía de
su bandera, la nuestra: La de los trabajadores y trabajadoras. Frente a su lógica de acumulación de capital a cualquier coste, la nuestra: La de que nuestras vidas valen más que sus beneficios. Frente a sus colas del hambre, su precariedad laboral y su represión, hemos de decirles: No al pago de la deuda, reparto de la riqueza y del trabajo, derogación de la ley mordaza.
Esa debe ser la tarea de la izquierda transformadora y esa tarea hay que llevarla a cabo en las calles y barrios de nuestras ciudades, en nuestros de centros de trabajo, en nuestros centros de estudios…hemos de pasar a la ofensiva y hemos de organizarla desde ya.