El lunes 21 de diciembre, la Agencia Europea de Medicamentos (AEM) validó la vacuna desarrollada por los laboratorios alemán y estadounidense Pfizer y BioNTech. Ésta es una de los 56 candidatas en fase de prueba o en espera de su comercialización, en particular junto a los de la empresa estadounidense Moderna y el centro de investigación ruso Gamaleïa. Esto constituye una buena esperanza frente a la epidemia. Nos gustaría que se hicieran esos esfuerzos para otras enfermedades infecciosas como la malaria o el SIDA. También nos gustaría que también los países empobrecidos tuvieran acceso a las mismas vacunas y tratamientos, decisión que ya ha tomado el gobierno de PSOE-UP en los marcos internacionales al no apoyar la supresión de patentes.
El jugoso mercado del medicamento
Pero la “ley del mercado”, o más simplemente del capitalismo, es muy diferente: las empresas farmacéuticas son empresas privadas, cuyo objetivo es obtener ganancias, no salvar vidas. Lo que guía sus políticas es la demanda, la garantía de vender en grandes cantidades a poblaciones que pueden permitirse comprar. En competencia entre sí, se aseguran mantener bien ocultos sus descubrimientos. El secreto industrial les permite evitar que las fórmulas que funcionan se copien y se pongan a disposición de todos. Los estados que logran crear medicamentos genéricos y se aventuran a distribuirlos para salvar vidas son sancionados sin piedad por las instituciones económicas internacionales.
Si los recursos se unieran, si los investigadores pudieran intercambiar libremente y trabajar sin la presión de la rentabilidad, éstos descubrimientos serían mucho más numerosos y la ciencia realmente podría estar más cerca de servir a la clase trabajadora y no al capital. Sin competencia, los medios en sí mismos serían mayores: en 2014, el gasto total en investigación de las 131 compañías farmacéuticas más grandes del mundo ascendió a 135 mil millones de dólares ¡frente a 276 mil millones de gastos de marketing!
Efectivamente la vacuna contra el covid-19 es de una emergencia dramática, pero son los capitalistas quienes se ocupan de su venta y distribución. Los gigantes de la industria farmacéutica, armados entre sí, compiten por el mercado mundial. Pfizer y Moderna, Janssen/Johnson y Sanofi, todas las grandes empresas del sector han anunciado descubrimientos y avances científicos extraordinarios este otoño, más ventajosos que los de su competidor, con subidas escandalosas en el mercado de valores. La propia prensa mundial lucha por mantenerse al día con las revelaciones diarias.
Sin embargo, el ejemplo de la industria farmacéutica muestra una realidad bien diferente. Los gigantes Pfizer y Moderna no habrían logrado ningún resultado en la investigación científica sin la enorme financiación pública del estado burgués estadounidense, pagado principalmente por l@s trabajador@s norteamerican@s. Es el personal de su propia empresa quien lo reconoce con franqueza. Y hoy es el estado burgués estadounidense, ya sea bajo la administración Trump o Biden, el que recibe un trato privilegiado de los monopolios capitalistas estadounidenses en términos de distribución de vacunas.
La competencia entre estados imperialistas
La carrera de las vacunas no es solo competencia entre monopolios, sino también competencia entre estados imperialistas. El imperialismo estadounidense busca una victoria sobre la vacuna para anticipar su recuperación capitalista y reequilibrar la ventaja del imperialismo chino en la primera mitad de la pandemia. Los imperialismos europeos están detrás. La UE está negociando con los gigantes farmacéuticos, sobre todo estadounidenses pero también continentales, para evitar verse desprotegidos ante la competencia estadounidense y china. Pero sufre rivalidades nacionales y anuncia tira y afloja ante la distribución de dosis.
La competencia en el mercado mundial acaba de abrirse y será larga. Lo cierto es que el volumen total de dosis de vacunas contratadas por los distintos polos imperialistas, y las formas anunciadas de su división, son muy inferiores a las necesidades globales de la humanidad y terriblemente desiguales en beneficio de los países imperialistas. Continentes enteros como África y América Latina corren el riesgo de ser marginados en el reparto, y / o dependiendo de las migajas de las potencias imperialistas, que también utilizarán el arma de la vacuna contra ellos para obtener nuevos espacios de explotación y saqueo de materias primas y nuevas áreas de influencia. Naturalmente, compiten entre sí por la división del botín.
Mientras tanto, dado que todo es una mercancía en el mercado mundial, también lo es la propiedad intelectual, como las patentes. Cada gigante farmacéutico mantiene sus descubrimientos científicos como un secreto industrial para protegerse de la competencia rival. Y cada estado imperialista protege las patentes de sus propios gigantes contra imperialismos en competencia. El resultado es que los capitalistas en guerra se apoderan de los descubrimientos útiles o vitales para garantizar la producción en masa oportuna de la vacuna a escala planetaria. Una guerra que toma como rehén a la humanidad.
En esta segunda etapa de extensión de la pandemia, también en el proceso de vacunación y distribución por estados y continentes quien dirige es el capital. La respuesta de nuestra clase social debe ser utilizar nuestra arma más preciosa: nuestra capacidad para dirigir la sociedad. Si en todas las empresas, como la investigación farmacéutica, l@s trabajador@s expropiaran a los accionistas y tomasen el control, ¡esto sería la garantía de poner la industria al servicio de tod@s, de toda la clase trabajadora mundial!