
El nuevo gobierno suponía un hito histórico porque por primera vez en Portugal las izquierdas radicales, en una pugna en hacerse con la mayoría, se sentaban a hablar con el PS. Sin embargo la clave de esta apuesta por un pacto de gobernabilidad ha sido el ascenso del Bloco de Esquerda, fuerza amplia con sectores radicales pero cuya dirección es abiertamente socialdemócrata. Sus 19 escaños casi triplicaron lo resultados anteriores y superaron por primera vez a los del Partido Comunista portugués PCP, más a la izquierda y fiel a la ortodoxia. La mima noche electoral el Bloco ofreció su apoyo a un gobierno de izquierda.
Desde el primer momento la troika y los poderes empresariales del país pusieron la presión y la lupa y exigieron estabilidad, pero sus incertidumbres van cayendo lentamente. Las líneas rojas tanto del Bloco de Esquerda como del PCP fueron desapareciendo a medida que la dirección socialista tendía la mano con una única condición: no estaría al frente de un gobierno de ruptura con la UE, el euro y el cumplimiento del déficit. El compromiso con el pago de la deuda nunca se puso sobre la mesa.
Ante esa oferta, los comunistas tuvieron que aparcar su propuesta de referéndum para salir del euro y el Bloco olvidar cualquier intento de reestructuración, algo que ya provocaba sarpullidos para la izquierda anticapitalista que nos escandalizamos al ver su voto a favor en el parlamento portugués en 2011 al rescate griego. Sin entrar en el gobierno, junto a los verdes, el programa de gobierno ha aliviado recortes a un ritmo del 20% en pensiones, salarios de funcionarios y tasas, y dejó la puerta abierta a una subida del salario mínimo, que ha sido mucho menor de lo que los apoyos pedían.
El difícil equilibrio y fragilidad es vendido como un éxito total por el PS, al lograr acercar a sus posiciones a sus socios radicales. Mientras la Comisión europea ha exigido estas semanas una mayor reducción y empieza a perder los nervios, el ejecutivo se enfrentó a finales de enero a una huelga de funcionarios convocada por el sindicato comunista, que pide volver a las 35 horas semanales. El Bloco es quien menos sufre la concertación y parece no considerar contradictorio que no se reviertan las privatizaciones y que sólo se frenen o ralenticen. Los comunistas en cambio creen que no se completará la legislatura.