Tratar de comprender los terribles acontecimientos que vienen sucediéndose en Nicaragua desde abril de 2018 y que tan descarnado debate está despertando entre las filas de la izquierda internacional, requiere de manera ineludible, una mirada al pasado, que nos permita atisbar las causas de la brutal represión a la que el gobierno de Daniel Ortega, antiguo líder guerrillero, está sometiendo a la población nicaragüense.

Una mirada a un pasado no tan lejano

Los años 80 del pasado siglo XX, son conocidos en América Latina como “La Década Perdida” debido a los retrocesos económicos, políticos y sociales a los que se enfrentaron las capas más humildes de un continente sometido a las políticas de ajuste del FMI y el Banco Mundial. Estas políticas fueron implementadas en el mejor de los casos por Gobiernos profundamente corruptos cuando no eran puestos en práctica, directamente, por criminales dictaduras militares. El expolio del continente a través de la deuda externa puede resumirse en los siguientes datos: El conjunto de las economías latinoamericanas y caribeñas tenía en 1982 una deuda externa total de 388.000$ de los cuales durante los siguientes 10 años se pagaron 205.000$, sin embargo, la deuda total en 1992 había ascendido a 509.000$.

Pero justo antes del inicio de esta oscura década para los pueblos de Latinoamérica iban a encontrar un rayo de esperanza en la Revolución Sandinista que el 19 de julio de 1979 iba a poner fin a la cruenta dictadura de los Somoza, sostenida durante décadas desde Washington. El proceso revolucionario liderado por el FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional) despertó las simpatías de la izquierda internacional, encarnada en los y las miles de militantes que trataron de combatir tanto el bloqueo internacional como la violenta reacción del imperio estadounidense, que apoyado en el gran capital nicaragüense y las dictaduras y gobiernos corruptos de la región entrenó y financió un ejército paramilitar conocido como “La Contra”, que no dejó de atacar el proceso transformador nicaragüense durante toda la década de los 80.

Al salvaje asedio al que se sometió el proceso revolucionario nicaragüense, se sumó la tibieza de las políticas del FSLN, que, a pesar de mejorar las condiciones de vida de las clases populares gracias a la nacionalización de la banca y la expropiación de algunos sectores de la economía nicaragüense, se preocupó más en desarmar al pueblo que en repartir las tierras, tras una reforma agraria tan limitada que acabó empujando a cientos de campesinos a nutrir las filas de La Contra. De este modo el FSLN se decantaba por la búsqueda de acuerdos con la oligarquía, abandonando la aspiración de un proceso revolucionario de carácter socialista, para quedar encorsetado dentro de los límites de un Estado burgués y una economía colonial dependiente, lo que, como ya entonces, nos había enseñado la Historia, sentaba las bases de una burocratización y cristalización inevitables de la propia revolución.

Así, ya en 1988 el FSLN comienza a aplicar políticas de ajuste estructural con graves repercusiones para los sectores populares del país e intensifica, lejos de combatir, el modelo extractivista de exportación profundizando su dependencia económica del mercado mundial. Estas políticas antisociales servirán de contraprestación al desmantelamiento de La Contra con la que el FSLN alcanzará un acuerdo en 1989 para acabar con el conflicto armado.

En el nuevo contexto de no violencia, el gobierno convoca elecciones en 1990, en las que un pueblo cansado tras una década de guerra y decepcionado por la deriva antipopular del FSLN, le da la victoria a la oposición que pese a ser claramente de derechas, incluía al Partido Comunista entre sus filas. Tan solo la degradación de gran parte de la dirección del FSLN unida al desconcierto que provocará la derrota electoral dentro de la misma, puede explicar como la apropiación particular de numerosos, vehículos de lujo, bienes inmobiliarios y haciendas ganaderas, anteriormente expropiadas, fue la última medida política de una parte importante de la dirección del Frente, antes de abandonar el poder. El intento del gobierno saliente por maquillar semejante corrupción no evitó que el pueblo acabase denominando de forma irónica, ese vergonzoso y desesperado proceso, como “La Piñata”. Este proceso sumaba a la derrota electoral, una derrota aún mayor, la derrota moral del FSLN.

Pero la clase obrera sandinista apoyada en una juventud organizada, no estaba dispuesta a ser derrotada sin oponer resistencia alguna, movilizándose de forma masiva y sostenida, ocupando tierras y fábricas y realizando una huelga general que puso en jaque al gobierno derechista de Violeta Chamorro en sus primeros meses de vida. Sería una vez más la dirección del FSLN la que acabase por desarticular la resistencia del pueblo nicaragüense en el marco de un acuerdo de coexistencia que permitía a esta dirección seguir ostentando altos cargos del ejército.

Los primeros años de la década de los 90 servirán para sellar la derrota en clave interna de los sectores más avanzados y honestos del FSLN, que permite la postulación de Daniel Ortega a las elecciones de 1996, y quien distanciándose de las bases del Frente emprenderá una política de alianzas con el nuevo Gobierno de Arnoldo Alemán, que saldrá vencedor de dichas elecciones.

La integración total del FSLN de Ortega en los círculos de poder del Estado se va a ir consolidando de forma imparable, hasta el punto de acabar convirtiendo a Daniel Ortega en el protector de el Expresidente Alemán, cuando este es reemplazo por Enrique Bolaños en 2001 y perseguido judicialmente por el nuevo gobierno, en el marco de una pugna interna de la burguesía nicaragüense. Pero, la política de alianzas del otrora líder guerrillero no quedará ahí, sino que en su ambiciosa búsqueda de apoyos por alzarse con la presidencia, pedirá disculpas públicas a una Iglesia Católica que se mantuvo siempre del lado de La Contra, para abrazar el catolicismo más reaccionario que lo llevará a defender en 2006 la adopción de una Ley que prohibirá el aborto en todos los supuestos posibles, traicionando el papel protagonista que jugaron las mujeres sandinistas tanto en la propia revolución como en los duros años del conflicto armado. Esta Ley entrará en vigor ya bajo el mandato de Ortega, quien obtendrá una victoria pírrica en las elecciones de 2006, tan solo entendible desde las múltiples relaciones clientelares del Orteguismo más populista y vertical.

Las primeras medidas de Ortega ya como presidente estuvieron dirigidas a ganarse el favor del FMI a quien Ortega no se cansará de prometer su lealtad, reafirmando su compromiso de asumir la odiosa deuda externa contraída por los anteriores gobiernos derechistas, la cual se sumaba a la deuda previa adquirida por los Somoza que no dejó de pagarse, ni siquiera en los primeros años del proceso revolucionario. Al mismo tiempo que Daniel Ortega seguía manteniendo un discurso antimperialista de pura pose, su gobierno no dejaba de firmar nuevos tratados de libre comercio con Estados Unidos y la Unión Europea estableciendo los marcos jurídicos que permitieron la entrega de la práctica totalidad de los recursos, agrarios, pesqueros y mineros a las grandes multinacionales.

De la decadencia a la barbarie

El pasado 10 de abril de 2018, dan comienzo modestas protestas de carácter pacífico en Managua, capital nicaragüense, en las que a penas unos cientos de personas liderados por el movimiento estudiantil, exige al gobierno que actúe frente a un terrible incendio que amenaza con devorar la Reserva Natural Indio Maíz. El gobierno de Ortega y Murillo, responde a las protestas con una práctica habitual, que consiste en la contraprogramación de manifestaciones forzosas en defensa del gobierno, en el mismo lugar y a la misma hora que se hayan convocado las protestas, con la intención de intimidar y disuadir a quienes se atrevan a enfrentarse a las políticas del Gobierno.

El 18 de abril da comienzo una nueva oleada de protestas, esta vez contra el anuncio de la reforma del sistema de seguridad social suponía un recorte sin precedentes de las pensiones, así como un aumento de los impuestos tanto a trabajadores como a patrones. La respuesta absolutamente desmedida del gobierno de Ortega quien calificará a los manifestantes de fuerzas terroristas, golpistas y satánicas, arroja la cifra de 44 víctimas mortales (la mayoría jóvenes manifestantes) en tan solo los primeros 5 días. Será a partir de entonces cuando se producirán las primeras acciones violentas contra la policía y otras fuerzas paramilitares ligadas al régimen de Ortega, las cuales servirán para justificar la intensificación de una represión aún más salvaje.

La desilusión que la dirección sandinista fue sembrando durante décadas se recogían por fin en forma de ira e indignación de un pueblo mil veces traicionado.

Las alianzas cultivadas por Ortega desde hace años, con la Iglesia Católica más reaccionaria, la misma Iglesia que persiguió a los sacerdotes de la teología de la liberación, por apoyar la revolución sandinista; Los favores prestados a los representantes políticos de la burguesía nicaragüense y las multinacionales a las que vendió los recursos naturales de Nicaragua, no le servirán ahora, que ha perdido el favor y el prestigio entre las mayorías trabajadoras, para encontrar el apoyo de los sectores más reaccionarios y conservadores del país y mucho menos del insaciable imperialismo del norte.

Obviar que los poderes fácticos más reaccionarios y el imperialismo estadounidense están aprovechando la rebelión popular del pueblo nicaragüense para infiltrar sus agentes y fuerzas en la región tratando de sacar provecho, resulta tan ingenuo como la defensa de Daniel Ortega por parte de gran parte de la izquierda internacional como “uno de los nuestros”. Si es que, tan repugnante defensa se puede catalogar de ingenua todavía hoy, cuando a finales de agosto ya se habla de casi medio millar de víctimas mortales de las cuales más del 80% habrían sido responsabilidad directa de las fuerzas represivas oficiales y paramilitares, además de cientos de detenidos y desaparecidos, según los datos de diferentes organismos de Derechos Humanos.

Tristemente, el actual gobierno de Nicaragua no es el primero del continente latinoamericano que desde un discurso antimperialista e incluso de pose socialista, vende el país a los capitales extranjeros y aplica políticas antisociales y represivas mostrando la cara más autoritaria del populismo político.

La incansable Historia de la lucha de clases en Latinoamérica parece continuar reproduciendo el perverso movimiento pendular que ya Trotsky en sus años de exiliado en México, allá por la década de los ´30, describiese en su caracterización del gobierno de Cárdenas como un Bonapartismo sui géneris. Tesis que en 1928 ya habría resumido el cubano Carlos Mella sentenciando: “La liberación nacional absoluta, solamente la obtendrá el proletariado, y será a través de la revolución obrera”. Y que el Che popularizase décadas después con aquél: “O revolución socialista o caricatura de revolución”.

La complicidad criminal que viene manifestando gran parte de la izquierda internacional, principalmente la heredera de las peores tradiciones de la historia del movimiento obrero, perpetra el doble crimen, tal y como antes lo hiciese el estalinismo, de justificar la barbarie y de hacerlo en nombre del socialismo.