El comienzo de este año ha dado lugar a grandes titulares sobre los datos de paro del pasado 2021. El 27 de enero se publicaba en una nota del gobierno que “En 2021 se crearon 840.700 puestos de trabajo, la mayor creación de empleo desde 2005, según la Encuesta de Población Activa”. Esto significa que el número de personas ocupadas se sitúa en 20.184.900, la mayor cifra desde 2008 y que el paro se ha reducido hasta un 13,3%, también la más baja desde el año de la crisis inmobiliaria. Sin duda, son buenas noticias para todos aquellos y aquellas que pueden acceder a un puesto de trabajo. Sin embargo, ¿cuál es la situación del empleo y la desigualdad en el Estado español, a 13 años de la crisis y con una pandemia de por medio?

Temporalidad y contratos parciales

Una de las mayores lacras del mercado laboral en el Estado español es, sin duda, la temporalidad. Aunque en esa misma nota se cita que 12,7 millones personas tienen contrato indefinido, la cifra de temporalidad todavía es de un 25,4%, 10 puntos por encima de la media europea. En los últimos años se han llegado a alcanzar cifras de hasta 27 millones de bajas de contratos anuales.

Junto a la temporalidad, los contratos parciales son otras de las características de la precariedad de un mercado laboral dominado por el sector servicios y especialmente por ramas como el turismo, que en 2019 ocupaba al 12,7% de trabajadores/as y suponía el 12,4% del PIB. En 2020, los contratos parciales, desempeñados especialmente por mujeres llegaron a alcanzar casi un 23%, cifra muy similar al del ya lejano año 2009.

La desigualdad crece

Estos últimos años, a pesar de la pandemia, han sido de vacas gordas. El beneficio de las empresas del IBEX 35 ha subido en un 10,8% (considerándose los dividendos) en 2021, siendo su segunda mejor marcada desde el año 2013. Ese mismo 2021, el aumento del patrimonio de las grandes fortunas ha sido el doble que el crecimiento de la economía estatal, situándose en 269.670 millones, un 11% más. Así  el 24,2% de la riqueza en el Estado español está en manos del 1% más rico, mientras que el 50% más pobre no llega al 7%. 

Pero las vacas gordas no son para tod@s, ya que los beneficios no se reparten, como si se hace con las pérdidas. En el año 2019, hasta un 18,18% de trabajadores/as ganaban el SMI o menos, cifra que en el año 2008 era de un 8,86%. De hecho, 12,5 millones de personas (26,4%) se encuentran en riesgo de pobreza y exclusión social según el informe AROPE (11º informe anual). El coste de la vida está subiendo más que nuestros salarios.

Una juventud especialmente golpeada: ¿Queda futuro para nosotr@s? 

Los datos sobre enfermedades y problemas mentales en la juventud han sido puestos de manifiesto en los últimos años, normalizándose su existencia y abriéndose un debate público que era necesario. Sin embargo, no siempre se busca en las razones que pueden estar detrás de esos problemas, o al menos pueden empeorarlos: la crisis, la falta de expectativas, el avance hacia una sociedad cada vez más individualista y competitiva…todas rémoras para la juventud actual si tenemos que en cuenta que   l@s nacid@s entre las décadas de 1980 y el 2000 vieron como estallaba una crisis económica enorme que lastraba sus vidas y las de sus familias a partir del 2008, y como en 2020 el COVID los golpeaba de nuevo. Y esto es aún peor para los nacidos en el siglo XXI (algun@s hij@s de los anteriores), los cuáles no han vivido más que en una crisis permanente.

 

Los datos no dejan lugar a dudas. El paro juvenil actual es de un 38,3% para l@s menores de 24 años, y de un 22,9% para l@s menores de 29, de las cifras más altas de la UE, y eso que hay menos jóvenes en paro que en otros momentos. Por supuesto, las mujeres sufren esto con mayor virulencia, con un paro del 30% en menores de 24 años frente a un 23% en el caso de los hombres.

Para l@s que tienen un trabajo, las condiciones están fuertemente marcadas por la precariedad. El 66,4% de l@s menores de 24 años tiene un contrato temporal; en 2021, el 87% de los nuevos contratos firmados por trabajadores/as entre 20 y 29 años ha sido temporal. En noviembre de 2021, uno de cada tres contratos ha tenido una duración de menos de 7 días.

A la temporalidad se unen los bajos salarios y el coste de la vida en general: los jóvenes cobran hoy en día menos que en el año 2006, si se tiene en cuenta la inflación. Por ejemplo, si en 2006 tenían que dedicar el 56% del salario al pago de una vivienda, hoy en día esta cifra es de un 94%.

¿Cómo no va a afectar esto a nuestra salud mental? ¿Cómo no va a tener consecuencias el hecho de ver como nuestras familias tienen problemas para llegar a fin de mes o como “no damos la talla” para encontrar ese trabajo de nuestros sueños que en realidad nunca llega? ¿Cómo no va a afectarnos aún más si no tenemos ni siquiera dinero para costearnos el acceso a profesionales porque tenemos que elegir entre comer, vivir o nuestra salud?

Nuestras vidas valen más que sus beneficios

Los datos muestran que, a pesar de que la reducción del paro sea una muy buena noticia, el problema para las trabajadoras y trabajadores va más allá de la coyuntura. Mientras los beneficios de las empresas no han dejado de crecer, incluso alcanzándose valores históricos, son l@s de abajo los que sufren las consecuencias: más desigualdad, alta precariedad y temporalidad, dificultades para acceder a recursos tan básicos como una vivienda…y aún más lo sufren las mujeres y la juventud.

¿Puede una sociedad de mercado, asentada sobre la competitividad y la ley del más fuerte, en la que el patrimonio se concentra en pocas manos cambiar esta tendencia? La respuesta es no. Si fuera así, la desigualdad sería cada vez menor, y cada crisis supondría una redistribución de la riqueza. Sin embargo, ya hemos visto que ocurre lo contrario: si acaso se socializan las pérdidas. Ese es el problema de que unos pocos tengan control sobre la vida de tantos: control de las empresas, control el dinero, control de la producción de vacunas, control de la producción energética… que al final priman los intereses de sus beneficios sobre cualquier otro, incluidas nuestras vidas y nuestra salud.

Es necesario por tanto enfrentarse a los que más tienen, porque mientras ellos sigan siendo propietarios y nosotros trabajadores a su servicio, seguiremos siendo carne de cañón de explotación y precariedad. Y como vemos, ningún gobierno se enfrenta a esos intereses. Por tanto, toca movernos, ya que tenemos más fuerza de la que creemos: esos propietarios nos necesitan para enriquecerse, pero nosotr@s no los necesitamos a ellos. Aprovechemos eso para acabar con las desigualdades.