Este mes reproducimos en el dossier un artículo de l@s compañer@s de A&R. En dicho artículo se reflexiona sobre el papel de la clase obrera en los procesos revolucionarios, las razones que hacen que siga siendo a día de hoy el sujeto revolucionario y la importancia de la construcción de la conciencia de clase y de un partido para dicha tarea. Los datos que se dan son de Francia sin embargo sirven también para la realidad política del Estado Español.
Hace 100 años, la clase obrera rusa “asaltaba los cielos”, retomando la fórmula de Marx refiriéndose a los partidarios de la Comuna de París de 1871, o lo que es lo mismo, por primera vez la clase obrera se hacía con el poder económico y político en un país gigantesco. A menudo, los historiadores, los políticos burgueses de izquierdas y los reformistas de todo tipo intentan convencernos de que eso ya no es posible hoy, que se trató de una anomalía que tuvo lugar en una sociedad arcaica, y de que a día de hoy no sería ni viable ni necesario.
¡La clase obrera, motor de la Historia ayer como hoy!
Para numerosos intelectuales, políticos y medios de comunicación, la clase obrera ya sólo sería una pequeña parte de la sociedad. Para ellos, se limitan a los monos de trabajo, las grandes cadenas de producción, las fábricas de automóviles… Una clase obrera como esa sigue existiendo aún hoy, aunque entre 1970 y hoy, haya pasado de 7 a 6 millones de personas en Francia, y que su parte representativa en la esfera activa haya pasado de 40 a 20%. Evidentemente, 6 millones ya es algo enorme si lo comparamos con las cifras del proletariado industrial en la época en la que Marx escribía el Manifiesto del Partido Comunista. El cambio más notable concierne sobre todo la concentración. Ésta es menor. Los centros de más de 5 000 obrer@s se han hecho cada vez más raros a causa de los cierres de polígonos, de los despidos y de los ataques de la patronal. Pero la clase obrera, no es sólo la industria y el mono de trabajo: hoy, podemos hablar de una proletarización de la sociedad; no con el objetivo de utilizar una verborrea que haría “más roja” a la sociedad actual, sino simplemente por llevar a cabo un análisis objetivo. Definimos al proletariado como aquellos y aquellas que sólo tienen su fuerza de trabajo para sobrevivir, y que no tienen ningún medio para controlar capital o medios de producción.
Si nos basamos en esa definición, y excluimos a los oficios relacionados con la represión y el mantenimiento del orden, así como con aquellos que participan en la cadena de mando de las empresas, el número de trabajador@s que sólo tienen su empleo es muy elevado. Eso equivale a cerca de 1,9 millones de personas en la función pública del Estado, y en el sector privado, a cerca de 14 millones de emplead@s y de obrer@s. A estas cifras, podemos sumarle una buena parte de las “profesiones intermediarias”, que se encuentran entre los cuadros de empresa y los agentes de ejecución, y que representan a 7 millones de personas. Al final, son 22,9 millones de hombres y mujeres que provienen directamente de una capa de asalariados que sólo disponen de su fuerza de trabajo para subsistir, es decir el 81,7% de la población activa. Sin hablar de las y los trabajadores que no tienen empleo, cerca de 6 millones hoy en Francia.
Estas cifras muestran a las claras que la fuerza numérica de l@s proletari@s es preponderante en Francia: detrás de cada acción, cada producción directa o indirecta, hay asalariad@s. La parte de patrones, cuadros o dirigentes es mínima. De hecho, el número de trabajador@s que participan en la cadena de producción de un teléfono o de un coche ha aumentado estos últimos años. La clase obrera no ha, por tanto, desaparecido. Nada más lejos de la realidad. En los servicios, las condiciones de trabajo se parecen cada vez más a las de l@s obrer@s de las fábricas, ya se trate de centros de telemarketing, del comercio, de plataformas de distribución, etc. Cada vez más, el trabajo se parece al de una cadena, con tareas precisas, a menudo no cualificadas y mal pagado, que deben encadenarse, situación por cierto que se repite en la sanidad y también en numerosos servicios públicos.
En definitiva, l@s proletari@s son más numerosos que en la Rusia de 1917. Nuestro número y nuestra presencia en todos los sectores permite que nuestra clase esté, más que nunca, en disposición para coger y ejercer el poder.
¿Una sociedad moderna, es imposible de dirigir?
Otro argumento utilizado hoy es que la sociedad es muchísimo más compleja y jerarquizada que antes, lo cual la haría imposible a dirigir por parte de los y las trabajadoras.
El Estado dispone de grandes escuelas, para sus altos funcionarios, sus jefes políticos, para los dirigentes de las grandes empresas: se trata de acreditar la idea de que sólo una élite bien filtrada podría dirigir la sociedad.
Nuestra opinión sobre esta cuestión es totalmente contraria, en el sentido en el que la clase trabajadora, en todos los niveles, tiene un papel central en el funcionamiento de las empresas y de la sociedad. Si cogemos el ejemplo de una ciudad, su red de escuelas y de cantinas, sus servicios de limpieza, de transportes, de distribución de agua y de electricidad, la organización de eventos diversos y variados, nada de eso existiría sin la acción de los y las trabajadoras. Los responsables y los que toman las decisiones sólo trazan planes, que en realidad se apoyan, la mayoría de las veces, en los balances y en las observaciones de los equipos encargados de ponerlos en funcionamiento. En realidad, los y las trabajadoras podrían dirigir la ciudad, ya que son ellas las que la hacen funcionar y las que tienen pleno conocimiento de ella; serían incluso capaces de mejorarla, accediendo a las finanzas y gestionándolas de manera racional y útil para la colectividad, suprimiendo los gastos suntuosos, los derroches ocasionados por el parasitismo social de los jefes o de la complacencia con respecto a las empresas “amigas” del ayuntamiento.
En las empresas privadas, las cosas no son para nada diferentes. En todos los niveles, trabajadoras y trabajadores que no tienen ningún interés en el capital de la sociedad aplican las decisiones y las ordenes de la dirección. En el caso de una empresa del automóvil, l@s asalariad@s conocen los procedimientos de construcción, los materiales necesarios, el funcionamiento de un motor… y a veces incluso la manera con el que podría ser mejorado. En 1960, ya, l@s asalariad@s del automóvil detectaban que algunos cambios en la producción iban a conllevar una disminución de la calidad; entonces hoy con obrer@s aún mejor formados (que se han hecho polivalentes por la multiplicación de tareas en puestos diferentes en nombre de la “flexibilidad”) la comprensión de los medios necesarios para mejorar la producción es aún más elevada.
Nos dirán entonces que solo los ingenieros pueden conducir la investigación y el desarrollo necesarios para las mejoras y para la transición energética. Sin embargo, incluso esas investigaciones están frenadas por la falta de medios o por las estrategias impuestas por el Estado y/o las empresas. En lo que se refiere a la transición energética, Renault, Total o Elf limitan financieramente esas investigaciones y quieren seguir explotando a fondo las tecnologías ligadas al petróleo mientras que éste no se haya agotado. Las “pequeñas manos” de los laboratorios rebosan a menudo de ideas para mejorarlo todo, pero se chocan a ordenes capitalistas y a rechazos de inversiones.
A escala de un país e incluso a nivel internacional, todas esas tareas son obra de l@s trabajador@s. Es evidente que sería más sencillo y más racional que fuesen ell@s l@s que se pusieran de acuerdo entre ell@s con el fin de buscar objetivos comunes, en lugar de tiburones de la finanza que sueñan con desplumar a sus competidores.
El funcionamiento cotidiano de la sociedad es ya el hecho de millones de anónimos que aplican directivas aun percibiendo las disfunciones y las posibles mejoras. Si se tratase para ell@s de gestionar la sociedad entera, no habría ningún descalabro general, sino más bien una liberación que iría ligada a una mejora de las condiciones de trabajo y con el funcionamiento de la producción y de la sociedad en su conjunto.
Luchar por la perspectiva de una revolución socialista implica también conocer a los sectores que ocuparan una posición estratégica en el contexto de una situación revolucionaria: por ejemplo, sería indispensable tener de nuestro lado a l@s asalariad@s del sector informático y de las telecomunicaciones. Nos imaginamos fácilmente la potencia de un comité de huelga que sería capaz de enviar un SMS al conjunto de l@s trabajador@s de una zona geográfica para llamarl@s a apoyar un piquete o para dirigirse a tal o cual sitio. También podemos imaginar una parálisis general de todos los instrumentos de vigilancia numérica (geolocalización, escuchas telefónicas, videovigilancia, trazado internet, drones, etc) utilizados por las fuerzas de represión, un bloqueo de sus accesos en las redes de comunicación…Las tecnologías utilizadas por parte de la burguesía para mantener su orden social podrían volver en su contra, ya que su puesta en marcha y su mantenimiento también dependen de los y las trabajadoras.
Conciencia de clase y partido: problemas actuales y urgentes
Los proletarios son más numerosos que hace un siglo. Su capacidad para gestionar la sociedad en su conjunto es mucho mayor que en 1917. La dificultad no es por tanto de naturaleza objetiva, como algunos pretenden, sino que se sitúa más bien en la esfera de los subjetivo, es decir en la esfera de la conciencia de clase y de la organización política.
Según los comentarios de la politóloga Nonna Mayer, publicados en 2012 en la página web de TNS Sofres, “En 1966, si analizamos el conjunto de la población, el 23% tenía el sentimiento de pertenecer a la clase obrera y el 13% a las clases medias. En 2010, las proporciones se han invertido, se trata de un 6% para la clase obrera y de un 38% para las clases medias”. Esa evolución, ligada a numerosos factores, puede concretamente explicarse por un acceso más amplio a bienes de consumo en la vida cotidiana (equipamientos high-tech, electrodomésticos, vehículos personales, etc.), a productos que antes estaban reservados a una élite. Sin embargo, una evolución similar no modifica en nada la relación con el aparato de producción ni la explotación, la cual puede hacérnoslo perder todo en nada de tiempo, debido por ejemplo a un despido. Es más, el acceso a este tipo de equipamientos, que cada vez menos se pueden asimilar a productos de lujo por lo banal que han llegado a ser, se explica menos por un “aburguesamiento” de la clase obrera que por las enormes ganancias de productividad que ha conocido el capitalismo desde la post guerra.
El principal problema de nuestra época es el de la conciencia de clase, el de la comprensión por parte de los y las trabajadoras de sus intereses comunes como miembros de una misma clase social explotada. Esta situación es compleja: muchos asalariados tienen evidentemente el sentimiento que el gobierno y los grandes patrones viven en otro mundo diferente al suyo, y que son responsables de todos los males que padecen; sin embargo esto no significa que accedan a la conciencia de pertenencia en positivo a una clase social, es decir en la necesidad de dibujar una acción defensiva y ofensiva común.
Las direcciones de los sindicatos y de los grandes partidos que provienen del movimiento obrero tienen una responsabilidad evidente en ese retroceso de la conciencia de clase, ya que hace mucho tiempo que dejaron de luchar para que los y las trabajadoras se emancipasen ellos mismos. A menudo, las direcciones sindicales defienden una política indecisa y timorata con la excusa de que l@s asalariad@s no están preparad@s o que con l@s precari@s “es más complicado”…Tienen una política de división y de desmovilización, a través de luchas sectoriales sin voluntad de construir un movimiento de conjunto, o en el marco de las negociaciones con la gran patronal o el gobierno: en diversas ocasiones, su doctrina equivale siempre a hacer como si no tuviésemos tod@s los mismos intereses, y como si los y las trabajadoras no fuesen los suficientemente fuertes como para darle la vuelta a la situación y sacarle provecho.
Sin embargo, los y las trabajadoras siguen siendo potencialmente capaces de bloquear toda la economía y de hacerla funcionar para su propio interés y el de la colectividad. Para conseguir ese objetivo, hay que trabajar por la reconstrucción de la conciencia de clase, de organizaciones cuya brújula sea la lucha de clases en vista a la toma del poder por parte de los y las trabajadoras; debemos ligar la teoría y la práctica, para hacer experiencias y educar a las masas para “asaltar los cielos”.