La autora, investigadora del Centro Delàs de Estudis per la Pau, analiza la reformulación de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en el contexto actual de globalización y con el objetivo de legitimar su continuidad. Esta redefinición de las estrategias de la OTAN contribuirá a reforzar su poder de actuación, la inseguridad mundial, su capacidad militar y nuclear y, en definitiva, la vulneración de los derechos humanos.

Los próximos miércoles 29 y jueves 30 de junio tendrá lugar en Madrid la primera cumbre de la OTAN celebrada en el Estado Español. Ante este acontecimiento, centenares de organizaciones se han organizado en torno a la Plataforma estatal por la Paz, OTAN No para poner en marcha una contracumbre el 24, 25 y 26 de junio. El contexto para plantear y cuestionar el papel del OTAN en la construcción de la seguridad mundial no podría ser más propicio. Después del estallido de la guerra en Ucrania, más allá que existiera un conflicto en el país desde 2014, no podemos dejar de preguntarnos por qué la Alianza continúa siendo la organización más relevante y con mayor peso político a nivel mundial.

Su papel ha resultado más que cuestionable en la construcción de la estabilidad, la seguridad y la protección de los derechos humanos que dice defender. Esto ha quedado demostrado con la función que ha tenido en la hora de aumentar la tensión con Rusia de manera considerable, con el despliegue de tropas y bases militares a los países del este de Europa y, sobre todo, impulsando y animando a incorporarse a los países colindantes, como es el caso de Ucrania. A esto se suma, la implementación de misiles nucleares de la OTAN en suelo europeo y en Turquía, estado miembro.

Pero además de este expansionismo que busca la hegemonía militar mundial, hace décadas que la Alianza se está adaptando a los nuevos paradigmas y planteamientos que se abrieron en torno a la construcción de la seguridad mundial desde la caída de la URSS. De este modo, el OTAN, que tendría que haber perdido el sentido de su existencia, reformula y adapta sus objetivos a este nuevo contexto de globalización iniciado en la década de los 90. Entre estos nuevos objetivos se apunta a las migraciones, las guerras urbanas, y los diferentes factores de desestabilización que vendrán vinculados con la emergencia climática, introduciendo en sus últimos “conceptos estratégicos” una definición de la seguridad más amplia. Pretende legitimar su existencia para actuar ante situaciones que desbordan el que ha sido la seguridad militar tradicional, normalmente vinculada en la guerra entre Estados.

Además de reflexionar sobre estos importantes puntos que se están planteando en el programa de la Cumbre por la paz, hay que señalar que en junio, en Madrid, la OTAN busca aprobar un nuevo concepto estratégico, sobre el cual podemos prever que tenderá a reforzar la disuasión mundial y sus capacidades militares y nucleares, impulsadas después de la guerra de Ucrania. Una estrategia que también irá en la línea de la que hace décadas se forja, que la OTAN podrá actuar ante cualquier situación que considere una amenaza, aunque esto no implique una agresión militar hacia sus estados miembros.

Esto en la práctica ya está haciendo, como puede verse con el despliegue realizado en 2016 (Maritime Group 2, SNMG2) en el Mediterráneo, en colaboración con la Agencia Europea de la Guardia de Fronteras y Costas (Frontex) por el control, vigilancia e interceptación de los flujos migratorios. Esto ha derivado en una mayor militarización del espacio fronterizo marítimo y del abordaje de las migraciones desde una perspectiva militar. A la vez, se han erosionado las medidas de rescate y se ha reforzado la narrativa de las personas migrantes como “sujetos a rescatar y sujetos de riesgo”, lo cual está llevando a una práctica política contradictoria a nivel mundial.

A todo esto, podríamos añadir otros muchos factores, que serán motivo de reflexión a lo largo de la contracumbre, como puede ser el papel del OTAN a la hora de impulsar o iniciar guerras en todo el mundo, teniendo en cuenta que en 73 años desde su fundación ha librado guerras de forma casi permanente, como las de Yugoslavia, Libia o Afganistán, países que no estaban agrediendo militarmente a ninguno de los miembros de la Alianza. Hay que recordar que Afganistán como país no agredió ningún miembro del OTAN, sino que fue un grupo terrorista determinado. Estas intervenciones muestran las intenciones expansionistas y de control por la vía militar, que han generado situaciones de inseguridad e inestabilidad que, después del paso de la Alianza, no solo no han mejorado, sino que han empeorado en varios indicadores, como es el caso de los desplazados forzados.

Es también relevando la función de presión de la OTAN para aumentar el gasto militar mundial, puesto que se exige a los miembros de la organización subir el gasto hasta un 2% del PIB de sus países. La subida del gasto militar por parte de un país tiene 2 consecuencias: por un lado, aumenta la tensión con los países vecinos, que perciben esta acción como una posible amenaza y, por otra, impulsa la carrera de armamento con el correspondiente gasto social y medioambiental vinculados. Por no señalar que el coste destinado a producir, almacenar y mantener armamento para posibles guerras podría ser desviado para construir modelos basados en la seguridad humana y a reducir otras formas de violencia, como culturales y estructurales, tan necesarias para avanzar en la construcción de un mundo más seguro.

En el caso de la emergencia climática se habla poco del impacto de los ejércitos y del papel de la guerra en la erosión del territorio, lo cual también será un tema relevante en la contracumbre. En este sentido, merece la pena resaltar que la actividad militar de los EEUU., el líder de la Alianza y al frente del gasto militar mundial, fue el responsable de la emisión de 212 millones de toneladas de CO₂ durante el año 2017. Estas emisiones fueron casi el doble de las emisiones de países como Bélgica (114 millones de toneladas) o la mitad de las de Francia (471 millones) durante el mismo año.

Los objetivos del OTAN ya no son los propios de la seguridad militar tradicional, sino que se está sumergiendo en cuestiones que supondrán una militarización de muchos aspectos de nuestras vidas a todos los niveles. Se pueden erosionar, de manera flagrante, como se está produciendo con las personas desplazadas por la fuerza, los derechos humanos y la seguridad humana. Desde la contracumbre consideramos que necesitamos luchar para construir una seguridad humana desde diferentes espacios, para desmilitarizar y construir otro modelo de seguridad colectiva.

Traducción del artículo de Ainhoa Ruiz Benedicto, del Centre Delàs d’Estudis per la Pau, en el medio digital Directa.cat