El 25 de abril este año se anticipa una semana al inicio de la fase 2 de la emergencia del coronavirus. Y para la fase 2, tal vez en septiembre, en vista de un otoño caliente, la burguesía invoca la “unidad nacional” detrás de Mario Draghi, el más adecuado para hacer pagar a l@s trabajador@s los pesados desembolsos a fondo perdido que el gobierno está terminando de regalar a los bancos y empresarios para compensar sus pérdidas.
Históricamente la burguesía invoca la “unidad nacional” cuando se siente débil y perdida. Por lo tanto no es un ejercicio puramente retórico reexaminar la más célebre de la “unidad nacional” de este país, la unidad antifascisita que llevó al nacimiento de la República. ¿Y qué momento mejor para hacerlo que en este 75º aniversario de la Liberación?
El antifascismo histórico de la Resistencia fue un frente popular interclasista. ¿Quénes estaban en él? Los mejores liberales, los del Partido de Acción, los estalinistas del PCI, los reformistas socialistas, algunos exponentes católicos de la futura democracia cristiana, los “curas rojos”, algunos intelectuales, incluso algún pequeño empresario “iluminado”. Y finalmente, y fueron la mejor parte, tantísim@s proletari@s partisan@s, la verdadera columna vertebral de la Resistencia.
La idea de que la unidad antifascista haya puesto a todos de acuerdo detrás de un único objetivo es solo verdadera en parte, y exalta las mentes más superficiales y menos inclinadas a la reflexión. Primero, porque la unidad nunca es un simple media de intereses entre las fuerzas que se han reagrupado; en segundo lugar, porque incluso cuando es un compromiso, como lo fue desde 1944 a 1947, hay que preguntarse siempre qué línea programática ha sido hegemónica dentro de ella. La unidad, de hecho, nunca es un reagruamiento de partes iguales.
La unidad antifascista reagrupó a todos los componentes detrás del programa sustancial de la gran burguesía financiera: deshacerse del fascismo político para conservar el poder económico enmascarándolo detrás de una nueva fachada político-democrática. El antifascismo liberal-estalinista-socialista-católico era, es decir, un antifascismo capitalista, por tanto en la mejor de las hipótesis reformistas. Desafortunadamente, el antifascismo obrero revolucionario, por desgracia, no estaba en absoluto en el mismo nivel, sino subordinado, a pesar de ser numéricamente predominante.
Ya sólo por esta razón debería venirnos uan pregunta de forma espontánea ¿debemos repetir esta experiencia del antifascismo histórico? ¿Cómo terminó el antifascismo histórico de la Resistencia? ¿Ganó o perdió? Si estamos con el objetivo que se dieron los líderes del frente antifascista, podemos decir con ellos “¡misión cumplida!”. Pero no estamos con ellos, sino con el resto de los antifascistas, compuesto por más de dos tercios de l@s partisan@s sin roles particulares de liderazgo. Est@s partisan@s no eran más que l@s trabajador@s leales al PCI, eran el corazón rojo y palpitante de la Resistencia. Y l@s trabajador@s, digámoslo de mala gana, lamentablemente han perdido, al menos en su más íntima aspiración, por la simple razón de que no solo tenían las mismas intenciones políticas del frente antifascista. También tenían y sobre todo sus propias intenciones económicas: derrocar al sistema capitalista y sustituirlo por un régimen socialista.
Ver la unidad de intenciones donde había una fractura evidente como el Rift valley significa que el antifascismo no se ha contemplado con suficiente atención y, sobre todo, se ha observado sólo desde lo alto de las direcciones de los partidos, despreciando a quien estaba abajo en primera línea con aspiraciones bien diferentes, superiores y más nobles. Lo ha recordado a los desmemoriados que fingían no saberlo Claudio Pavone, en su libro de época “Una guerra civil. Ensayo histórico sobre la moralidad de la Resistencia” (Bollati Boringhieri, 1991).
Pocos han leído ese ensayo denso y con cuerpo, que prueba ampliamente lo que estamos diciendo. Pero incluso curioseando, por ejemplo, entre las cartas de los muchos archivos de la Resistencia diseminados por la web, uno se topa fácilmente con memorias, como las de Domenico Facelli, quien recuerda cómo con la caída del fascismo se perdió mucho tiempo antes de poner de acuerdo a los antifascistas, porque a diferencia de l@s otr@s trabajador@s, no se contentaban con la caída del Duce, porque no querían saber nada de “restaurar el poder a la clase que había sido la dominante durante 20 años a través del fascismo”.
Tal conciencia, más o menos profunda, impregna toda la historia de la Resistencia y se prolonga decisivamente al menos hasta el atentado a Togliatti en 1948, para luego disminuir gradualmente en los años siguientes. De hecho, la Resistencia, al menos para los líderes, fue también y sobre todo esto, la guerra más o menos abierta y al lado de l@s trabajador@s, para desorientarl@s, ilusionarl@s y al final desarmarl@s, derrotarl@s y ahuyetarl@s de sus deseos más íntimos y revolucionarios.
Durante el período de Resistencia, l@s trabajador@s tenían las fábricas en sus manos. Por el contrario, los pilares básicos de la Constitución “antifascista” están precisamente representadas por la defensa de la propiedad privada de las fábricas. La Constitución no prevé ponerlas en mano de l@s trabajador@s, niega la posibilidad de que puedan ocuparlas y puso el artículo 42 y la policía armada a supervisarlas: “La propiedad es pública o privada. Los bienes económicos pertenecen al estado, a sus entidades o a particulares. La propiedad privada está reconocida y garantizada por la ley, que determina sus métodos de adquisición, disfrute y límites con el objetivo de asegurar su función social y hacerla accesible a todos”.
Este artículo es el verdadero eje central de la Constitución burguesa “antifascista”. Mientras durnate todo el arco temporal de la Resistencia, l@s trabajador@s están más allá y muy por delante del arquitrave de la Constitución “antifascista”, que aún tiene que llegar y llegará al final. El movimiento de la Resistencia que va desde la caída del fascismo hasta la Constitución de enero de 1948, es precisamente ese movimiento para hacerl@s retroceder y llevarl@s lejos de ese más allá. Los diversos acuerdos entre los empresarios y la CGIL sobre el desbloqueo de los despidos que permanecieron como letra muerta durante años debido a la resistencia de l@s trabajador@s son la demostración más plástica de esto. He aquí el dato objetivo que dice inequívocamente que l@s trabajador@s en ese ciclo de luchas perdieron.
De hecho, no se pueden perder las fábricas, es decir, todo, diciendo que en cualquier caso se ha logrado algo. Las fábricas en 1943 (como hoy) son prácticamente toda la riqueza del país, el instrumento que la “produce”. En 1948, la burguesía ya las quitó de enmedio de los ojos de l@s trabajador@s a cambio de la carta constitucional. Solo el camarada Pirro puede llamar a todo esto victoria. Las libertades políticas y sindicales reconquistadas, la escala móvil, el derecho de voto a las mujeres por primera vez y muchas tantas “pequeñas” reformas, no pueden de ninguna manera compensar a l@s trabajador@s con una pérdida tan grande en términos históricos como la del control de las fábricas. De ahí la desilusión con la consecuente derrota de las izquierdas, inmediatamente después de la promulgación de la carta constitucional, en las legislativas de julio de 1948 y el inevitable reflujo en la década siguiente.
La guerra más o menos velada para arrancar las fábricas a l@s trabajador@s fue combatida por todas las fuerzas del antifascismo histórico de la Resistencia, pero no se habría ganado sin la participación decisiva del PCI, que después del giro de Salerno en 1944 estuvo en primera línea para arrebatárselas. A cambio de este extraordinario servicio prestado a la patronal, el PCI pudo obtener que en ese papel que se agitaría el 25 de abril junto con la bandera roja se grabara una promesa de revolución venidera, a cambio de la renuncia a una revolución inmediata (Calamandrei).
La objeción de much@s, llegados a este punto, es que si l@s trabajador@s eran leales al partido, lo eran evidentemente a la unidad antifascista del frente popular. Tal objeción viene de las mismas mentes superficiales y poco inclinadas al estudio y a la reflexión de antes. Así como el frente popular antifascista no pone simplemente a todos de acuerdo detrás de un objetivo, de la misma forma la lealtad sustancial a un partido no se manifiesta como la obediencia de un cachorro.
Como ha reconstruido bien Liliana Lanzardo: “la estrategia de la vía democrática al socialismo pasa, en los primeros años de la posguerra, a través de la colaboración gubernamental entre burguesía progresista y movimiento obrero (…) mientras la clase obrera en la fábrica se mueve en dirección totalmente contraria a la del alianza con el capital”.
A nosotr@s nos interesa sólo mostrar cómo l@s trabjador@s tenían ideas diamentralmente opuestas a las del su partido. Se necesitó toda la falsedad togliattiana, el cierre de sedes, numerosas desautorizaciones de cargos y expulsiones, para poder mantener el grueso de la clase sin llegar a una fractura real con la base. Esto no quiere decir que la clase siguió la partido como quien esta convencido de que la línea es la correcta. La clase olió a quemado a cada paso, pero siguió al partido como lo sigue y lo reconoce como algo propio. Después de 20 años de fascismo l@s trabajador@s ignoraban la mayor parte de los acontecimientos, no podían aclarar de golpe lo que eran el estalinismo y sus partidos. En resumen, no consiguieron liberarse a tiempo de sus ilusiones en Stalin y el PCI, pero de todas formas no fueron leales como marionetas. Al contrario, siguieron de manera forzosa al partido, y esta lealtad contradictoria fue fatal para sus sueños de gloria.
La derrota del antifascismo obrero de clase compromete seriamente a la supuesta victoria histórica interclasista de su partido de referencia, el PCI. Quizás ganaron otros partidos, que no tenían oficialmente el mismo programa, pero no el PCI. No tanto porque al final de ciclo una vez eliminada la fuerza económica en su base, el PCI fue expulsado del gobierno burgués por De Gasperi y golpeado en las elecciones, sino porque hizo retroceder a l@s trabajador@s desde el punto álgido de la movilización para después esperar hacerl@s avanzar, por vía parlamentaria, desmovilizad@s y desilusionad@s, lo que aparece inmediatamente como un absurdo contrasentido. De hecho, para un robusto marxista como Bordiga, ya estaba muy claro entonces lo imposible que era, cuando comentaba sarcásticamente a Togliatti, que presentaba la Constitución como un trofeo y como el inicio de un quién sabe de futuro progreso seguro.
Pero desde el punto de vista programático, para la derrota definitiva del antifascismo “comunista” constitucional hace falta esperar al 2007, año del nacimiento del Partido Democrático (PD), con el que se cierra la parábola PCI-PDS-DS. En la Constitución, de hecho, el famoso texto de la empalagosa promesa de revolución al pobre PCI a la que había renunciado decía: “Es tarea del estado eliminar los obstáculos de un orden económico y social … que impidan el pleno desarrollo de la persona humana …”. Técnciamneye, s al farse tiene un sentido, significa que es tarea del estado devolver las fabricas a l@s trabajador@s,del mismo estado burgués que apenas acababa de reconstruirse entregado por Togliatti. De forma prosaica, era la famosa “vía italiana al socialismo”, el viejo programa socialdemócrata del “partido nuevo”, como se definía el PCI republicano. La Constitución se convertía en la narración de los estalinistas italianos, en el eje de la enésima variante del socialismo por vía de la reforma.
En el 2007, para los Santo Tomás para quienes el Bordiga de 1947 no basta, también este capítulo se cierra para siempre: a través del giro de la Bolognina en 1989-91, la vía italiana al socialismo se revela como lo que es: el camino del PCI al Partido Democrático. De la promesa imaginaria de una transformación de un estado burgués a uno socaialista a la transformación opuesta de un partido obrero (estalinista)a un partido completamente burgués. ¡Game over! Proponer de nuevo, 13 años después, un antifascismo derrotado inmediatamente en su clase dirigente, la obrera, en los intentos programaticos de su principal partido en 2007, significa preparar nuevas derrotas sin ni siquiera tener esperanzas de medias victorias políticas como las de la Resistencia.
De hecho, la victoria política de los partidos antifascistas ha sido más que nada obtenda en la época del fracaso del estado burgués y de la desintegracíón del fascismo. La burguesia hoy tiene ya firme en sus manos el estado, no tiene que reconstruirlo. L@s trabajador@s, a pesar de dar buena prueba de su valor en marzo con las huegas para defenderse de la emergencia del coronavirus, no tienen en mano las fábricas. Si la burguesía llama a la “unidad nacional” -contra el movimiento obrero, aunque no lo diga- es porque sabe que no tiene ninguna reforma que ofrecer, sino sólo la aceleracaión la duplicación de las medidas con sangre y lágrimas que ya hemos visto y experimentado en la última década de crisis. Por tanto el riesgo de rebelión furiosa y de un choque frontal con el movimiento obrero existe, que nosotr@s l@s marxistas, prudentes, no lo damos por descontado, percibido indudablemente por la burguesía.
Por eso ponemos en guardia a l@s camaradas que como nosotr@s están trabajando para la movilización más amplia y radical que se haya visto en este país, porque si la ira de l@s trabajador@s realmente estallara, bloqueando a la burguesía, el fascismo que nos encontraríamos delante no sería el moribundo de 1945, sino un facsismo mucho más parecido al de su ascenso, joven y fuerte, el de la marcha sobre Roma de 1922. El que a los frentes populares interclasistas se los comía en un bocado. No tanto en Itala, donde Stalin no había tenido tiempo de prepararlos, sino en España de 1936, donde hicieron la demostración imperecedera e histórica de toda su impotencia frente a la versión española del fascismo en ascenso: el franquismo.
Por tanto el antifascismo de frente popular interclasista no se puede decir que haya hecho su tiempo, como todas las cosas que han salido mal e históricamente resultan equivocadas, porque sustancialmente es reformista. Es precisamente retórico y acrítico porque fundamentalmente está desactualizado.
Lo que hay que reconstruir no es el antifascismo de Stalin sino el de Lenin, el antifascismo de frente único enteramente de clase, es decir, el antifascismo proletario y revolucionario, el único en capacidad de combatir al fascismo contrarrevolucionario en ascenso. En los tiempo del Duce este tipo de antifascismo se manifestó en Italia no en la forma pequeño-burguesa de los frente populares, sino en la sustancialmente genuina de “los valientes del pueblo”, fundada en 1921.
Son “los valientes del pueblo” la forma más actual para el antifascismo de hoy. También ésta fue derrotada, a pesar de algunas victorias iniciales y brillantes, pero esto no se debió a una fórmula equivocada de antifascismo, sino a los errores del recién nacido PCI, que no entendía las directivas de Lenin. Lenin, de quien nunca honraremos suficiente los 150 años de su nacimiento, quería que el PCI se uniera a “los valientes del pueblo” para estar a la cabeza contra el fascismo. El sectarismo extremista de Bordiga le impidió por la pureza del partido. Así, privado del partido revolucionario y, por lo tanto, de un sector importante de la clase trabajadora, con los socialistas que sostenían el otro con las manos atadas, se quedaron solos y condenados a la derrota.
Hoy, en vísperas de un posible nuevo ciclo de luchas, en parcial stand-by por el momento, el fascismo aún no está en aumento como lo entonces, por lo tanto, eset antifascismo aún no se ha formado. Sin embargo, sabiendo que sin l@s comunistas y la clase trabajadora serán destinados nuevamente a la derrota, podemos aprender de la historia preparando lo más audaz de la audacia del pueblo: la del partido militante y revolucionario; porque sin la reconstrucción de su papel insustituible de guía de todo el antifascismo, el antifascismo nunca será victorioso.
¡Viva el 25 de abril!
¡Vivan l@s partisan@s!
¡Viva la Resistencia!