Con el 50,9% de los votos, contra 49,1% para su adeversario, el candidato de izquierdas, Lula, ha ganado las elecciones presidenciales más reñidas desde el final de la dictadura de Brasil. La derrota del presidente de la extrema derecha Bolsonaro es un alivio para muchos y muchas militantes del movimiento obrero, de los derechos humanos y por la defensa del medio ambiente. Pero, sin embargo, no debe suscitar ningún tipo de ilusión sobre las políticas que van a ser llevadas a cabo a partir de ahora.

El Partido de los trabajadores (PT): un balance al servicio de la burguesía

Si Lula es un antiguo sindicalista y el fundador del PT, hace ya tiempo que dejó de servir los intereses de los y las explotadas. El PT estuvo en el poder de 2003 a 2016, con Lula primero y con su sucesora, Dilma Roussef, después manteniendo alianzas con partidos de la derecha. Sus gobiernos llevaron a cabo, sin ningún tipo de reparo, políticas de austeridad exigidas por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y por la patronal brasileña: aumento de la edad de jubilación, mantenimiento de salarios bajos y de condiciones de trabajo indignos, proyectos destructores en la Amazonia en detrimento del medio ambiente y de los pueblos indígenas…

Si bien es cierto que proyectos sociales de ayuda alimentaria permitieron hacer disminuir la pobreza, sin embargo esos proyectos fueron pagados por el Estado, y por tanto por la población y no por parte de los ricos. De hecho, el programa central de Lula, la bolsa familiar (“Bolsa família”), fue sacrificado en 2015, a causa de la crisis económica. Bajo los gobierno del PT, la policía, el ejército y las milicias patronales o de terratenientes siguieron llevando a cabo el terror en los barrios de chavolas (las favelas), en contra de las huelgas obreras o frente a los movimientos sociales, incluido el de los y las campesinas sin tierra o el de los pueblos autóctonos.

La oleada bolsonarista no ha sido detenida

Esos años de traición del PT en el poder han reforzado la desconfianza popular, no sólo hacia las instituciones y hacia los partidos políticos que las dirigen sino también hacia organizaciones que se reivindican de manera hipócrita del lado de los y las trabajadoras. En 2018, Bolsonaro se presentó como un candidato de ruptura con los partidos institucionales, con las falsas promesas y la corrupción. Evidentemente todo eso era mentira: este antiguo militar es un nostálgico de la dictadura que duró de 1964 a 1985. Es abiertamente racista, sexista y homófobo, niega el cambio climático y sólo tiene desprecio para la vida de los más pobres.

Su modelo es la competencia y el éxito individualista. A pesar de todo eso, con el apoyo de los entornos ultraconservadores, de los cuales destaca la derecha religiosa, consiguió implantar sus ideas ultrareaccionarias. Después de 4 años en el poder, su partido, el Partido Liberal (PL), es más fuerte que nunca. Ha ganado las elecciones en 14 de los 27 estados del país, entre los que destacan el de São Paulo, y ha sacado el grupo más grande en el senado. El 31 de octubre, manifestaciones estallaron en contra de su derrota, con cortes de carreteras en varias regiones, como por ejemplo en el estado agrícola del Mato Grosso e incluso en la autovía que liga a São Paulo con Río de Janeiro.

Lula: un presidente que está siempre al servicio de la clase dominante

En su discurso de victoria, Lula ha proclamado: “No hay dos Brasil, somos un pueblos, una nación”. Como si la clase obrera, el campesinado, los y las habitantes de las favelas o los pueblos indígenas tuviesen los mismos intereses que la burguesía. Si efectivamente tiene en mente volver a lanzar ayudas sociales, eso es sin que éstas se financien a costa de la clase que posee las riquezas y sobretodo dejando claro que va a defender sus intereses, con el impulso de las ventas internacionales de los productos agrícolas e industriales, es decir manteniendo la gran propiedad de las tierras, a costa de los sin tierra y reforzando la explotación de los y las trabajadoras.

Para defender sus intereses, los y las oprimidas sólo deben contar en sus propias fuerzas, en sus luchas, sus huelgas, sus manifestaciones, sus acciones de bloqueos y de ocupaciones. Esto es lo que permitirá imponer conquistas sólidas. Y estas conquistas son las que volverán a dar confianza en la acción colectiva, en lugar de en los discursos reaccionarios e individualistas.